Octavia E. Butler —Te quiso tener —dijo mi tÃo—. No tenÃa por qué tener hijos. Hace veintidós años tampoco. —Ya lo sé. Yo estaba sentada frente a él en una cómoda mecedora de madera, en el salón del apartamento de mi madre. A mis pies, un montón de papeles abarrotaba una gran caja de cartón para lechugas: papeles sueltos y con las esquinas dobladas, planos y en sobres, importantes y triviales, todos revueltos. Allà estaba su certificado de matrimonio, la escritura de la propiedad que tuvo en Oregón, una tarjeta…