25 Instantáneas de Dionicio Munguía o A través de los cristales, las ruinas contemplan a las ruinas

Héctor Alvarado Díaz

1. ¿Hay demasiados libros?

Nunca. Es extraño, pero en la época en que vivimos, pareciera que se edita más que en otros años. Cada día se lee en los medios la aparición de un nuevo libro de (exagerando, pero no tanto) 150 escritores, además de los que no se tiene una noticia inmediata. Pero no hay demasiados libros, al menos para un acaparador de ellos, como yo, nunca son demasiados libros y seguimos buscando más y más.

2. ¿Qué te ha permitido persistir?

Mi terquedad. No es que sea un autor muy conocido, me conocen en muchos lados y en otros me intuyen, pero si no fuera el terco que soy desde muy joven, no seguiría en este camino tan tortuoso.  La realidad es de muchos. Sólo los tercos insisten y persisten. Sólo aquellos a los que la palabra se les da como por naturaleza no tienen esa terquedad de insistir en lo que se hace, pero quienes aprendemos día a día y mejoramos a diario, entendemos que no hay una mejor cosa que tener que la terquedad.

3. ¿Te quedas con la poesía o con la narrativa?

Me quedo en la poesía. Alguna vez he publicado narrativa, pero comprendí que la prosa, a menos que sea poética, no se me da. Tal vez es lo que me dijeron en una ocasión, que para escribir poesía hay que leer narrativa y viceversa. Pero en mí, la narrativa se queda en lo que leo. Tengo más libros en mi biblioteca de narrativa que de poesía. Siempre he dicho que soy un mal lector de poesía, no por leerla en voz alta, sino por leerla en la página, y aunque parezca extraño, confirmo que leerle narrativa ayuda mucho en la escritura de la poesía.

4. ¿Dejas descansar mucho tus textos?

Más que dejarlos descansar, me tardo mucho en escribirlos. Pueden pasar días en decidirme a escribir un poema, en pasarlo al papel (porque aún soy un poeta que escribe a mano sus textos). Eso sí, cuando se me viene a la mente un tema, le doy vueltas y vueltas y vuelvo a reescribirlos en la cabeza una y otra vez hasta que me convence el ritmo, la forma de los versos, el sentido que quiero darle al texto. Cuando publiqué mi primer libro de poesía, escribí un poco más allá de trescientos poemas, y en el proceso de eliminación me fueron quedando 33. Ahora ya no lo hago, ya no escribo a destajo, me cansa mucho andar escogiendo y quitando poemas, prefiero, como Borges, analizar cada verso antes de llegar al papel.

5. Escritores de cabecera.

¿Fundamentales? Extrañamente, y contradiciendo lo anterior que dije, Oliverio Girondo siempre está a mi lado. Aunque también están los escritores del realismo mágico, algunos italianos (Calvino, Malaparte); alemanes (Mann, Peltzer) y otros más. Por supuesto que se acomodan ahí aquellos que voy consiguiendo de manera reciente, y muy pocos clásicos, pero siempre andan ahí. Tengo como disciplina leer a Proust con su Tiempo perdido, pero voy lento, muy lento.

6. ¿Por qué los talleres siguen vigentes?

Porque son necesarios. A pesar de que se diga que en la actualidad los talleres tienen un tanto de prehistóricos, son tan necesarios porque se debe aprender de los errores personales y sólo un coordinador inteligente te dice cuáles son tus errores. Miguel Donoso, el creador de los talleres de Tierra Adentro, alguna vez me comentó que no era tan sólo por tener a gente rodeando a otra persona en una mesa cuadrada (o redonda o inexistente) hablando de literatura, sino que era la mejor forma de encontrar todo aquello que se vuelve vicio en un escritor, para lo que un taller debe ser creado. Aunque suceden cosas muy extrañas. A mí me llegó una vez un chamaco que decía, plenamente convencido, que él no leía autores muertos, en ninguna circunstancia, y que sólo aprendía de aquellos que tenían un rango de edad no superior a los diez años más grandes que él. No le dije nada, aunque no regresó al taller.

7. ¿Has batallado con la tecnología?

Como todos. Soy parte de aquella generación a la que llamé la generación del jamón del “sangüich”, porque ni somos completamente modernos ni completamente antiguos. Nosotros empezamos a escribir en la máquina mecánica (tengo por ahí una de las muchas que tuve como reliquia), pero terminamos escribiendo en un teclado donde no había límite para seguir, es decir, ya no oímos la campanita para estirar la mano y jalar de la manivela para regresar el coche de la máquina. Quizá por eso no soy tan ducho en la tecnología, pero me defiendo, y bien, con tropiezos y con aciertos.

8. ¿Luchas contra el olvido?

Creo que todos los que nos dedicamos a esto luchamos contra el olvido. Es una parte inherente de nuestro oficio. Tenemos conciencia de que no somos parte de ese mínimo porcentaje que nunca será olvidado, sino de aquel mayor porcentaje de que será olvidado irremediablemente.

9. ¿De dónde salió La Comuna Girondo?

La Comuna fue una necesidad y una necedad. Necesidad porque de pronto nos veíamos arrinconados en un taller sin mucho futuro, aunque salieran buenos escritores. Y en eso llegó la idea. Una revista digital de la cual sólo salieron cuatro números (y que está en proyecto de retomar, aunque no sé para cuándo) en donde la intención era publicar los textos de esos talleres que no tenían una puerta abierta en las publicaciones oficiales. Después fue la necedad de continuar, de darle un espacio a quien quisiera publicar un pequeño texto y darle forma en una plaquette. Ahora se ha ido convirtiendo en algo más. Un grupo sin reglas de grupo, un concilio de amigos y amigas y vecinos y vecinas. Un escaparate para aquellos a los que no siempre se les toma en cuenta, o para reafirmar a los que sí.

10. ¿Cómo te encontraste con la literatura?

Extraño, pero cierto. Un día, en la secundaria, la maestra de español nos pidió elaborar un poema dentro de la clase, obviamente muchos de mis compañeros no pudieron, incluyéndome, lo que llevó a la maestra a pedirnos como tarea el poema en cuestión. Por una de esas casualidades, mi compañero encontró en un resquicio de la ventana del salón un par de hojas con poemas, uno de Manuel Acuña y otros de Ramón López Velarde. Con una decisión temeraria decidimos partir a la mitad los poemas y cada uno iba a componer su texto con las mitades correspondientes. Al pasarlo en limpio para presentarlo me pareció, oh joven impertinente, que no era tan complicado escribir poemas. Aunque presenté ese Frankenstein literario, la espinita se quedó en mi pensamiento y pronto empecé a imitar los autores que venían en ese libro lleno de cursilería que era Los cien mejores poemas de amor que te vendían casi en todos lados. Obvio que aquellos primeros poemas ya no existen (o al menos eso creo), pero eso me llevó a la literatura inicial, en donde me encontré con algunos escritores de la ciudad de Querétaro que me dieron tips de lectura y un simbólico taller literario al que fui en pocas ocasiones.

11. ¿Describe tu paraíso?

Es raro. La concepción judeocristiana que te inculcan desde niño te hace percibir el paraíso como un sitio agradable y lleno de bondades y virtudes. Mi concepción ateísta de los veinte años me hizo pensar en un lugar repleto de placeres hedonistas. A la edad que tengo ya pienso en el paraíso como una casa llena de libros que no terminaré de leer, y en donde cada día llegan más y más ejemplares. Por más que pienso en el hedonismo, el cual sigo adorando, es más hedonista el hecho de abrir un libro que compré hace un mes y empezar a leerlo, que en un paraje sin problemas fiscales o de supervivencia.

12. ¿Cuándo sabes que el poema está terminado?

Nunca está terminado un poema. Podrás expresar que así es, pero la insatisfacción que debes tener en ti no te deja concluir con ese texto. Ni siquiera los primeros que publicaste se salvan de buscarle errores, aunque es comprensible, porque se supone que cada día adquieres más conocimiento y sabes un poco más de las trampas y las formas, pero hasta el momento, no puedo decir que un poema esté terminado.

13. ¿Cómo terminaste en Toluca?

Hubo un tiempo en que fui feliz en Querétaro, pero llegaron los panistas al poder y entre esos panistas había algunos que no entendían la locura de los jóvenes escritores, y sobre todo, de aquellos que nos atrevíamos a decir las cosas con toda claridad. Se me ocurrió publicar sobre la ignorancia de esos “aquellos” y las puertas que me había costado abrir (principalmente porque me pagaban las colaboraciones), se cerraron de manera definitiva. Entre las cavilaciones posteriores, estuvo aquella de verme en los cocteles ebrio irredento (que ya lo era), constante bebedor social y con una obra paupérrima publicada en lo marginal. Y mi botella al mar llegó a Toluca, con Roberto Fernández Iglesias y Margarita Monroy (tunAstral, así con la “a” mayúscula en medio), y pues aquí me quedé, con una hija que ya cumple 19 años próximamente y con esta terquedad de seguir haciendo cosas.

14. ¿Qué opinas de los premios?

He ganado algunos, muy pocos, pero bueno. Un par de becas, publicaciones que vienen de una convocatoria, pero con lo que se ve a últimas fechas, no me convencen plenamente. Eso de que sea parte del jurado alguien que tuvo que ver con el ganador, como que no se entiende, pero se supone que uno no sabe quién demonios va a ser el jurado. Los ejemplos saltan a la vista cuando miras el currículum del ganador y resulta que tu maestro, o tu asesor, o tu director estaba en el jurado, pues deja muchas dudas, pero sigo pensando en la honestidad humana.

15. La mejor música es la que…

Escuchas al momento, porque esa es la música que funciona. Hasta ir en el bus puede servirte la música que escucha el chofer. No hay bien que por mal no venga. Aunque definitivamente, tus preferencias personales son las que determinan la música que vas a escuchar en el día. Yo prefiero el jazz, pero no me niego a la música popular (cumbia, banda, rock), lo que si no soporto es el reguetón (¿así se escribe?)

16. ¿Las instituciones le sirven a la poesía?

Depende a qué poesía. El problema es que siempre hay preferencias o amistades peligrosas. Si tienes buenas relaciones con el funcionario en turno (aunque de poesía sepa tanto como de física nuclear), es muy factible que tengas oportunidades de financiamiento para salir a festivales internacionales o locales. Si no tienes buenas relaciones con el funcionario en turno, es muy viable que nunca salgas de tu reducto poético y marginal y te inviten, muy de vez en cuando, a los cocteles de fin de año.

17. ¿Los escritores son buena compañía?

Depende a quién le hagas la pregunta. Para la gente común pueden decir que sí, aunque la mayor parte del tiempo digan que no, que son pedantes y mamones, que presumen de manera constante “todos” aquellos libros que ya leyeron, o mencionen cada cinco minutos a unos quince autores. Para otros artistas, viene a ser casi lo mismo. Entre escritores, para los principiantes puede que sí, pero para los iguales, la batalla de los egos es un campo minado en donde explotará aquel que no tenga la suficiente saliva para decir más autores.

18. ¿Aprendes tus poemas de memoria?

Nunca. Es más, siempre digo que mi memoria es tan mala que ni puedo aprenderme mis propios textos. Aunque en otras ocasiones pongo la excusa de que no me aprendo de memoria mis poemas para no fusilarme a mí mismo. Pero es más real el hecho de que tengo una mala nemotecnia, no he sabido jamás aprenderme un texto, cualquier texto, de memoria, ni las clases en preparatoria en donde debíamos dar una exposición. He aprendido a improvisar sobre mis propios textos, aunque siempre me sale mal.

19. ¿Cuándo andas en vena de narrador?

Esa es una pregunta retórica. Casi nunca escribo narrativa. Claro, debemos considerar a la narrativa como un acto ficcional, porque existe la narrativa crítica, la descriptiva, la reseñística y la ensayística (lo cual tampoco se me da). Aunque si consideramos que el hablar es una forma de narrar, entonces siempre que tengo oportunidad establezco un acto narrativo cada vez que tengo una presentación y la mitad es poesía y la otra mitad es narrativa. Así de simple.

20. ¿Lees a los jóvenes?

Siempre digo que no, que me resisto a leerlos porque termino corrigiéndolos. Pero en realidad sí leo a los jóvenes, debo hacerlo, tanto por el hecho de ser tallerista como el hecho de estar “en la onda”, como decíamos cuando éramos más jóvenes. Es una acción imprescindible. No puedes evitar leerlos porque, aunque sea un grano de arena en una playa, es parte de tu acción creadora.

21. Entre leer y vivir ¿para dónde jalas?

A veces para leer, cuando siento que afuera no hay mucho que me ofrezca el mundo, cuando este encierro se vuelve voluntario, entonces los cientos de libros que tengo por leer se reducen a unos cuantos menos. Otras, para vivir, sobre cualquier intento llamativo que me ofrece el exterior y al que, irremediablemente, termino aceptando. Parece una contradicción, pero así es mi espacio, unas veces acepto la vida y otras los libros.

22. ¿Cómo sales de tus atorones creativos?

Leyendo. Y en muchas ocasiones, leyendo pendejadas que otros escriben, o los aciertos. Pueden pasar meses o años sin escribir una línea, y eso sucede con frecuencia, pero en los últimos años, esa forma que tengo de escribir me ha ayudado a no detenerme mucho tiempo en la esterilidad de la escritura. Puedo decir que tengo mucho tiempo ya sin un atorón creativo, aunque no sé exactamente qué es eso.

23. ¿Simpatizas con las minorías?

Depende con qué minoría y sus actos expresivos. No concuerdo con muchas manifestaciones de ciertos grupos minoritarios, aunque sus pensamientos siempre me atraen. Existen minorías a las cuales pertenecemos, sabiéndolo o no, pero incluso dentro de esas minorías, existen los “fachos”, extremistas o pavotes. Las minorías étnicas siempre me simpatizan, las minorías de moda, casi nunca.

24. ¿A México le falta mucho?

¿Para qué? ¿Para llegar al primer mundo? Sí. ¿Para ser un país donde la justicia imperé por encima de la discriminación? Sí. ¿Para tener una sociedad más incluyente? Sí. México siempre ha sido un país de contrastes, y lo han escrito sus mayores escritores, pero aún así, es el país donde hemos crecido y de dónde hemos obtenido nuestros beneficios, los pocos o los muchos, nuestra identidad y nuestra falsedad también. En ese sentido, sí creo que a México le falta mucho por hacer.

25. ¿Has padecido la violencia?

Como violencia en sí, no. No he tenido esa desfortuna de estar en medio de un acto violento, aunque he visto sus efectos de manera muy cercana. Amigos que han estado inmiscuidos en la violencia, conocidos a los cuales la violencia les ha afectado de una manera muy particular. Pero los efectos de la violencia la vivimos por los medios, por actos tan absurdos que rayan en la fantasía y que, lamentablemente, no lo son. Y siempre pensamos que estamos muy lejos de lo que han vivido en otros países, pero en la realidad, no es así. No nos falta mucho para vivir el horror de una Colombia enfrentada a los bombazos y las balaceras (aunque las balaceras se ven muy a menudo). Y no me gustaría que llegáramos a ello.

Dionicio Munguía J. (Tepejí del Río, Hgo, 1962).

Director-Fundador de La Comuna Girondo. Es co-organizador del Encuentro de poetas y narradoras Döni Zünza Toluca. Coordinador de talleres literarios en el Centro Toluqueño de Escritores. Es conductor del programa “Y La Comuna va…”, que se transmite desde marzo vía FacebookLive todos los miércoles.

Ha publicado: Poemas de la infancia (La Comuna Girondo, 2020); Ciudad de piel (La Comuna Girondo, 2017); Ciudad sin murallas (Edit. Letras de Pasto Verde/La Comuna Girondo, Toluca, México, 2017; Edit. Letras de Pasto Verde, Orizaba, Ver. 2016, 2017); Explicar lo visible (La Comuna Girondo, 2017); La amada de Nervo (Casas del Poeta A.C./Ayuntamiento de Metepec, Toluca, México, 2010); entre otros.

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