25 Instantáneas de Pablo Fernández Christlieb o Como la lluvia en el cristal

Héctor Alvarado Díaz

1.- ¿Cómo comenzó todo?

Pues de una manera muy mediocre y nada precoz, como a los treinta años, y yo me sentía muy científico social con la misión de explicarle al mundo la verdad insólita y de vanguardia (en otras palabras, con las necesidades de la vanidad), y me publicaron un artículo en un periódico quincenal (Punto, que era bueno y más o menos conocido). A partir de ahí lo más probable es que la vanidad se me enfebreció, pero había que justificarla trabajando en serio a escondidas; y lo de científico social se fue curando con el tiempo. Y desde entonces y hasta el año del señor de la pandemia, casi nunca dejé de escribir en algún periódico, de los cuales sospecho que mi presencia los hace quebrar o entrar en huelga. Y ya no hay más periódicos en riesgo de bancarrota. Y la vanidad ya también se me curó.

2.- ¿Qué se siente pensar?

Con los años de la posmodernidad se puso de moda el asunto de la afectividad en las ciencias sociales y la psicología, para oponerse al cientificismo idiota de una racionalidad ingenieril, porque había que defenderse y argumentar las razones del corazón. Pero el neoliberalismo, buenísimo para vender hasta a su propia madre y por supuesto a los sentimientos, se montó en el negocio e hizo que, tanto en la publicidad como en la academia, eso de pensar fuera algo vejete, aburrido y nada chic, y que, en cambio, sentir fuera emocionante, irreverente y muy creativo –todo un emoji-, y las nuevas generaciones de consumistas y de profesores encontraron la solución de para qué tomarse el trabajo de pensar si se podía sentir. Y desde entonces, todo mundo, en vez de argumentar y usar razones, se toca el tórax y dice que así lo siente y por lo tanto eso es la verdad, lo cual es utilísimo para consumir, porque uno ve cualquier porquería en el aparador y siente que lo tiene que tener, y con las emociones justifican sus compras. En vez de dar una explicación se suelta una interjección estilo wow. Esto es lo que se siente sentir, y lo hace cualquier animal, y, como se sabe, los animales son muy incultos, aunque sean muy tiernos.

Pero parece que, por el contrario, la cultura consiste en que los mejores sentimientos son los que están en los pensamientos, y ésos sí cuestan trabajo, porque cuando uno piensa no anda pegando brinquitos de felicidad, pero cuando uno entiende una fórmula, logra exponer una idea, se le ocurre la solución de un problema, ve una pintura abstracta y se da cuenta de que no le están tomado el pelo, o puede vislumbrar la estructura del todo entre las partes, se diría que no está sintiendo, sino pensando, pero resulta que el acomodo, el orden, la armonía, el sentido que encuentra en eso es en sí mismo un sentimiento intrínseco, es decir, que está dentro de las cosas y que no hace falta que a uno se le suba la presión para saber que ahí hay un sentimiento que se sostiene por sí mismo, y que uno está formando parte de él. La estética es el sentimiento de los pensamientos. La sintaxis es un sentimiento, la lógica es una afectividad mucho más refinada. Pascal decía que hasta las matemáticas son un sentimiento, George Steiner lo dice de la filosofía. Esto es lo que se siente pensar, y esto es la cultura, y es difícil y cuesta trabajo, pero es que cuesta trabajo dejar de ser animales, y cuesta trabajo dejar de ser consumista con look chic.

3.- Psicología social, psicología estética, literatura ¿por cuál apuestas?

¿Qué tal una literatura de la psicología? Si lo que estudia la psicología es el pensamiento (y no el cerebro ni la superación personal ni el procesamiento de información), y el pensamiento no se puede saber qué es porque siempre es algo más de lo que uno diga, porque mientras lo dice uno sigue pensando y entonces nunca se puede alcanzar a sí mismo (para eso se tendría que detener), entonces puede afirmarse que la sustancia del pensamiento no son las neuronas ni cosas así, sino que el pensamiento está hecho de sustancia metafórica, esto es, algo que nunca es todavía el pensamiento sino sólo algo que se le parece, que se le acerca, pero nunca lo que es porque si se le quitan las metáforas desaparece (y queda una neurona). Así que para conocer al pensamiento hay que hacer literatura, porque la literatura consiste en metáforas: lo que quieren nombrar los poetas, que nunca lo logran, es el pensamiento. Lo de social de la psicología se debe a que el pensamiento, como sustancia metafórica, no está en los cerebros ni en las personas, sino en todas partes, como en el pensamiento del siglo XXI o el pensamiento occidental o el pensamiento de la izquierda. Por eso se puede concluir en una psicología estética, que es lo que está flotando en esta respuesta y en la anterior.

4.- ¿Es mejor viajar en bicicleta?

Sí, porque uno no llega muy lejos ni puede cargar muchas cosas, y tiene que ir forzosamente contento. Y porque los que andan en bicicleta saben cuándo detenerse. Podría pensarse que la bicicleta representa el momento más alto de la tecnología, después de lo cual todo lo que se haga nomás lo va a echar a perder, como ponerles motor a las bicis. El problema de la tecnología en general es que por su propia lógica es incapaz de detenerse, y siempre tiene que seguir haciendo lo que sigue y lo que sigue. Los automóviles no se inventaron porque hubiera lugares a donde ir, sino que se inventaron los lugares porque había automóviles con los que ir, y así tenemos las “monstruociudades” de hoy en día, frente a las cuales, la solución que se les ocurre a los tecno urbanistas es ponerle más medios de transporte, cuando lo que hay que hacer es quitarle lugares adonde ir. Pero si la ciudad se hubiera quedado en las bicicletas, no podría medir lo que mide ni acelerar lo que acelera. Por eso a Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, se le ocurrió lo de las ciudades de quince minutos, adonde uno pueda llegar a pie o en bici en ese tiempo: serían muchas ciudades pequeñas, aunque todas juntas.

Andar en bici de a de veras, como los panaderos y los carteros, y como los niños (no como los ecologistas amantes de la naturaleza que ruedan –ése es el verbo que usan- los domingos), enseñaría a la tecnología y al progreso a detenerse cuando ya no hay para qué ir más adelante.

5.- ¿Qué haces ante los dilemas?

Me paralizo, la duda es terrible. Si tengo que decidir entre Manchego y Chihuahua empiezo a sufrir, y me la paso vagando por los pasillos del súper, no hasta que tome la decisión, sino hasta que se acabe el manchego y se acabe el dilema. Por eso lo más saludable para mí es dejar los dilemas al nivel de los quesos y evitar otros mayores como casarse o descasarse. Hay otros en los que ya tengo tomada la decisión de antemano, como levantarse o no levantarse en las mañanas, y ya ni me lo pregunto, aunque creo que tomé la decisión equivocada.

6.- ¿Te han censurado?

No, nunca, pero no hace falta, si yo puedo solito, y hasta lo hago sin querer, porque hasta Cioran, hasta Bukowski, prefieren que los lean a que no los lean, y buscan ser interesantes, y eso de ser o no interesantes lo hace el lector, no uno. Hasta los que escriben diarios íntimos se censuran. El chiste está en no ser tan obvio y que no se note. Y, además, lo que uno escribe se lo tiene que aceptar el editor: eso de que a uno lo censuraron es un pretexto para decir que no le aceptaron lo que mandó. Uno escribe no sólo con el lector en mente, sino casi con la mente del lector, y uno va a escribir lo que el lector quiere leer. Muchas veces el lector quiere leer lo contrario de lo que piensa, y ahí va uno de obediente y se lo dice, o quiere leer algo que no se crea, y ahí va uno.

Uno no va a desilusionar al lector, pero como uno es su primer lector, tampoco se va a desilusionar a sí mismo, porque entonces uno dejaría de ser interesante. La clave para censurarse a sí mismo sin traiciones es creerse lo que escribe. O sea, censurarse con sinceridad.

7.- ¿Hay belleza en el conocimiento?

Sí, y al revés también: hay conocimiento en la belleza (y eso es tal vez el arte). En general, el conocimiento embellece la vida. Cuando uno entiende algo, comprende a alguien, en rigor parece que nada ha cambiado, pero en realidad todo lo que estaba medio desordenado o incoherente, de pronto se acomoda y todo aparece en su lugar, que es lo mismo que uno diría de una pintura o película que le gusta, o de una cara bonita, y uno se queda contento; y todo esto es pura cualidad estética. Bien visto, el mundo es una comprensión, y cuando se ve todo feo, todo sin sentido, es que hay incoherencias y desacomodos por todas partes, y si logra entenderlas, no es que al mundo le aparezca belleza, pero sí al conocimiento. Bergson decía que el signo de la verdad es la sonrisa. Cuando un motor funciona, cuando la vida funciona, cuando logra arreglar el enchufe de la lámpara, se siente padre, y es porque todo parece encontrar su lugar. Y uno sonríe.

8.- ¿Aceptas consejos?

Creo que ninguno, en especial cuando empiezan con la palabra “deberías” (¿sabes lo que deberías hacer?). Nunca he visto que los que dan consejos tengan una vida maravillosa. Y también creo que soy bastante soberbio. Mucho menos acepto órdenes. Donde sí se me quita lo soberbio y me entra lo sumiso es a la hora de las críticas y los desacuerdos: esos sí me dan en la torre.

9.- ¿La academia es un estorbo?

No, la academia no. Lo que sí es un estorbo es la burocracia académica, los administradores del conocimiento. Lo único malo es que a últimas fechas los administradores y los burócratas y los oportunistas se están apropiando de la academia y de las universidades y de la ciencia y de la investigación y de la docencia, y no siempre es fácil defenderse. Pero si uno, fiel a la academia, se las arregla para mandarlos a volar, para desobedecerlos, entonces la academia es una ayuda, porque sirve para pensar con rigor, sin lagunas, con argumentos, sin agujeros, con coherencia, sin contradicciones. Creo que las cosas que yo escribo, si tienen alguna virtud, es que tienen solidez: son textos que están bien pegados, son compactos, y esas cosas se aprenden en el rigor académico. Claro que si fuera puro rigor académico eso sería un puro mazacote (justo como lo que escriben los académicos que ya se han burocratizado de la cabeza), porque también hay que añadirle el desparpajo con el que uno desobedece.

10.- ¿Cómo empiezas un libro?

Pues parece que escribir un libro es como atrapar una idea que anda suelta; y hay que agarrarla desprevenida: primero le voy dando vueltas en la cabeza, sin mucha pretensión ni convicción, como no queriendo la cosa. Y así, poco a poco la va uno cercando, rodeando por todas partes, hasta que ya no tenga salida, hasta que ya no haya un hueco por donde pueda escaparse o perderse. O sea que armar el libro es como construir la trampa. Mientras más grande o huidiza es la idea mejor armada, más ceñida, más cerrada hay que hacer la trampa. Se me hace que el índice del libro es la reja donde queda atrapada la idea. Y una vez que uno ya hizo todo eso, ya no hay manera de no escribir el libro, que sería como quedarse con la jaula vacía.

Y entonces viene la friega de tener que comenzarlo, y eso da toda la flojera del mundo, y uno siente que la idea es mala y tonta y obvia, y que no vale la pena, y que mejor se pone a hacer otra cosa. Pero todos esos pretextos uno ya se los sabe, y entonces hay que ponerse a escribir el primer renglón.

11.- ¿Tus ensayos siempre los alimentas de vida cotidiana?

Justo eso: alimentarlos, o sea, que tienen que comer de la vida cotidiana. Si no están nutridos de vida cotidiana, me da la incómoda impresión de que no tienen cuerpo, de que no se pueden sostener de pie por sí mismos. Darles de comer puros libros los pone muy pálidos. Me chocan los textos que son pura erudición o que son librescos, que sólo saben hablar de otros libros. Y, por otro lado, si uno no puede anclar o concretar lo que piensa en la vida de todos los días que les sucede a todas las gentes, entonces lo que piensa es algo que no le sucede a nadie, y que no le interesa a nadie. Además, lo único que puedo conocer yo con cierta seguridad y de primera mano, es eso, la manera que bajan las escaleras los vecinos, el color de los zapatos de los aspiracionistas, de lo que se habla en el metro, lo que van pensando los que andan distraídos; y entonces, si de verdad puedo decir algo con alguna seguridad, es de la vida cotidiana. Y ya sobre la marcha –y en eso ha de consistir el ensayo- uno le puede ir metiendo cosas que salen de los libros o ideas más abstractas sin que se note mucho, pero que son las que le dan profundidad a las cosas de todos los días.

12.- Una palabra para las siguientes palabras:

Oficina: la institución encargada de hacer fea la vida.

Tenis: ese ruido lejano de la pelota en la arcilla y la raqueta se llama Borg.

Montaña: tapa la vista.

Librero: cuál, el mueble o el señor.

Anteojos: tapan la mirada.

(Perdón: no pude con una palabra)

13.- ¿A qué árbol te arrimas?

Perdón por la cursilada (será que no me sé la respuesta), pero al árbol de la ciencia del bien y del mal, ése que estaba en medio del paraíso, y ése por el que fuimos expulsados de él, por la puerta que da al Este, como bien lo supo James Dean y el resto de sus congéneres. El problema es que en ese árbol hay serpientes, y que a mí no me gustan las manzanas. Y de paso tampoco los árboles: creo que en realidad me arrimo a los semáforos, a las paredes, a los escaparates y demás flora de la ciudad.

14.- ¿Cómo te imaginas el fin del mundo?

Ni con cambio climático ni con guerra nuclear ni por culpa de un virus. Sería padrísimo que fuera como predicen los astrónomos, con la absolutamente segura e inevitable llegada de un meteorito como en Melancholia de Lars von Trier. Pero la verdad es que a cada uno que se muere se le acaba el mundo, y entonces por cuatro que se mueren es el fin del mundo cuatro veces, y por esta razón ahora sí se me hacen imposibles (y lo imposible sucede), inconcebibles, los asesinatos tan normales en este país, porque eso de matar a alguien es mucho peor que simplemente cometer asesinato: es hacer que a alguien le suceda el fin del mundo.

15.- ¿Siempre estás escribiendo?

Sí, o haciendo la jaulita de la pregunta 10, aunque ya debía empezar a pararle, o ponerme a hacer jaulitas vacías, porque es seguro que llega un momento en que uno ya no tiene nada que decir, y lo peor es seguirlo diciendo, que es cuando empiezan las repeticiones y las auto imitaciones y las vergüenzas, pero no hay quién le avise, sobre todo cuando uno no acepta consejos, aunque a la primera crítica seguro que me callo. Total, no es tan grave, siempre habrá whatsapps, recaditos en el refrigerador, notas al margen de los libros, testamentos, formatos en el departamento de quejas donde uno pueda practicar su escritura.

16.- ¿A dónde te gusta ir de vacaciones?

A mi casa: es muy esforzado eso de salir de vacaciones a algún lugar, y tener que planearlo y prepararlo, cuando uno lo que quería nada más era descansar, y nunca trabajo tan obsesivamente como para no tomarme cachitos de vacaciones en medio de la chamba, entretenerme con alguna cosa o perder el tiempo mientras trabajo. La lentitud es una vacación de baja intensidad. Y, además, viajar, que antes era tan emocionante, aventurero y novedoso, hoy es la mercancía más predecible, repetitiva y destructora de los lugares que hay. Françoise Sagan, que era muy chic, les decía a sus amistades ricas nada más para fregárselas ¿cómo, usted. todavía viaja? Y bueno, cuando uno necesita vacaciones de su propia cabeza, un tequila.

17.- ¿Qué es la psicología pop?

 Directamente, es una página de internet que es muy amable conmigo, porque sube textos míos; la hacen un psicólogo social y una videoasta, y además de la página organizan reuniones, presentaciones, conferencias, cosas así, siempre muy divertidas, y más interesantes que las formales. Supongo que lo de pop se lo pusieron por popular, pero es lo que se llama una psicología crítica, que es capaz de sobrevivir, en el sentido de comer y en el sentido de durar, sin plegarse a los dictados de la psicología institucional y dominadores que la acompañan. En algún momento me preguntaron si podían clonar un libro mío, y a mí me encantó la idea de entrar a la gloria de tener un libro pirata, porque me gusta el copyleft y el creative commons y todo lo que afirme que la cultura será gratis o no será.

18.- ¿Te has adaptado a la tecnología?

No, ni siquiera a la tecnología del siglo XX; parece que sólo me adapto a la artesanía. Pero la razón por la cual no me adapto hoy es porque forma parte de la tecnología el hecho de que ahora nadie lee libros, sino puros artículos cortos, y nadie los lee en papel, sino bajados de internet, y, por lo tanto, salvo algunos irreductibles que hacen ediciones intempestivas, los editores ya tampoco le pueden publicar a uno sus libros, porque los ensayos no se venden. Así las cosas, yo creo simplemente que he sido rebasado por las circunstancias, porque la realidad para la cual uno había sido preparado ya no existe. Pero también creo que ése no es mi problema, y yo tengo que seguir haciendo lo que puedo hacer, y nada más quito mi poster de Maradona y pongo el de Sísifo. Por lo demás, los aparatitos siempre me han dado flojera, incluyendo el teléfono fijo y el despertador.

19.- ¿Te ríes de tus propias ocurrencias?

La verdad sí, aunque sea cuando me estoy imaginando el guion de lo que le voy a platicar a alguien. Cuando leo algo mío de lo que no me acuerdo mucho, a veces sí me da risa, y es cuando creo que ya no se me va a volver a ocurrir algo así, y entonces se me quita la risa y me entra la preocupación.

20.- ¿Escribes desde la transdisciplina?

No: la transdicisciplina y la interdisciplina son muy utilitarias: están hechas para enfocarse sobre problemas, pero no para generar conocimiento, y pertenecen a esas babosadas innovadoras de los que se sienten muy creativos. Uno tiene que saber qué está buscando para encontrar algo en la realidad, y eso sólo lo da la disciplina. A Sherlock Holmes cuando le preguntaban que cómo había encontrado esa pista que ni siquiera estaba en la escena del crimen, la respuesta era que la estaba buscando. En eso consiste la disciplina (esto es, tener una ciencia, un conocimiento, una organización de ideas, un sistema de pensamiento). Yo en lo personal, me imagino que la realidad es un pensamiento, que la ciudad es un pensamiento, que los sentimientos son un pensamiento, y a la mejor por eso uno puede a veces decir algo que no sea lo que todos dicen. Los transdisciplinarios y los interdisciplinarios no pasan de decir obviedades de sentido común, como que la realidad es dinámica y que hay que ser creativos.

21.- ¿Lo que se institucionaliza se muere?

Sí es una pasión, sí. La revolución, el amor, la creatividad, la juventud, son pasiones, pero las pasiones no pueden durar para siempre; están hechas para acabarse; lo que no se acaba no puede ser una pasión. Hay instituciones muy bonitas como los bomberos o el Fondo de Cultura Económica. Lo que se institucionaliza no se muere, sino que se arruina, o si prefieres, se enrruina. El matrimonio es la ruina del amor, y hay ruinas que son muy prácticas para vivir ahí. Las ruinas son como esqueletos, las ruinas de una ciudad son su esqueleto, y el esqueleto es como una estructura y sirve para sostener: no es tan emocionante como la carne viva, pero dura más. Y hay esqueletos bien articulados y aceitados, que caminan con cierto garbo, sin que rechinen mucho. Escribir (pintar, etc.) puede empezar como una pasión, pero debe seguir como un oficio.

22.- ¿Te salva escribir, leer o escuchar música?

Me salva escribir. Escribir es, una vez que uno lo logra, entrar en un ritmo que tiene su propio paso y su propia marcha y que absorbe y lo quita a uno de todo lo demás. Si uno está hastiado, descontento, preocupado, sabe que, si logra ponerse a escribir, todo lo demás desaparece, se olvida, se minimiza (a muchos les pasa con el futbol, a muchas con el baile). En cambio, leer es un preparativo para escribir o un premio por haber escrito (y lo que mejor ha de curar de la soledad en la vejez). Y la música ni me salva ni me mata ni me da frío ni calor ni la conozco ni la he escuchado jamás: vivo en silencio. Eso sí, a la hora del quehacer sí pongo el radio, pero no creo que las canciones de Maná valgan como música.

23.- ¿Hay demasiados tontos en el mundo?

Sólo los suficientes, que son todos: indudablemente vivimos en una sociedad tonta. El próximo libro que voy a sacar se titula Bobos contra babosos: los dos son igual de tontos, nada más que los bobos no pretenden ser otra cosa y lo único que tratan no es de ser inteligentes sino de llevarse bien con los demás y resultar buenas personas, mientras que los babosos, aunque sean muy inteligentes, son unos imbéciles patanes que se la pasan presumiendo de su capacidad para una superioridad bastante baja y de mal gusto, y se creen las babosadas del éxito y del liderazgo. No se trata de ser tonto o no, sino de ser querible o no. Seguramente habrá una tercera categoría de personas, pero éstas siempre se ponen del lado de los bobos.

24.- ¿Minimalista o barroco?

He ahí el dilema. Visualmente soy minimalista, me gustan mucho las casas de Mies van der Rohe o de Luis Barragán, y se me hace que no hay objeto más perfecto que un cubo blanco, y se me hace que tener demasiadas cosas es un estorbo. Pero para hablar o escribir soy barroco, siempre tratando de decir frases que no añaden información pero que suenan más bonitas, y que finalmente siento que se vuelven fundamentales para decir algo. Creo que el español es un idioma intrínsecamente barroco, porque tiene las palabras largas y todo se dice con ocho u once sílabas (mientras que en inglés se dice con tres o cuatro), como los octosílabos y los endecasílabos de la poesía, y para que algo suene convincente, para que sea español, tiene que alcanzar el número aunque uno ya haya acabado de decir lo que quería desde antes.

25.- ¿Cuál es el mejor día de la semana?

El sábado pasado, el viernes que entra, pero siempre que uno responde, es miércoles.


Pablo Fernández Christlieb (Ciudad de México, 1954).

Licenciatura en psicología, UNAM.
Maestría en psicología social, Universidad de Keele, Inglaterra.
Doctorado en ciencias sociales, El Colegio de Michoacán.
Estancia posdoctoral en psicología social, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, Paris.
Profesor Titular ‘C’, tiempo completo, definitivo, Facultad de psicología. UNAM.
Investigador Invitado (2004) Universidad Autónoma de Barcelona.
Investigador Invitado (2010) Universidad de Paris-Descartes.
Profesor invitado: Costa Rica, Venezuela, Chile, España.

Libros publicados:

La psicología colectiva un fin de siglo más tarde (Anthropos);
La afectividad colectiva (Taurus);
Los objetos y esas cosas (El Financiero);
La sociedad mental (Anthropos);
El espíritu de la calle (Anthropos);
La velocidad de las bicicletas (Vila);
El concepto de psicología colectiva (Facultad de Psicología, UNAM);
La forma de los miércoles (Editoras Los Miércoles);
Lo que se siente pensar o la cultura como psicología (Taurus);
Filosofía de las canciones que salen en el radio (Ediciones Intempestivas).

Colaborador habitual en secciones culturales de periódicos.

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