A través del espejo

Livier Fernández Topete

Ese viaje hacia adentro, cuando no se convierte en obsesión por conocer lo que existe de imposible, cumple una función reveladora para el sujeto: algo emerge de una tierra desconocida y cobra sentido, si bien no siempre se “hace” algo con ese sentido, en el caso de la producción del artista, cuando algo deviene en objeto, es porque había formado parte de su subjetividad, es decir, lo que es objeto fue un pedazo de sujeto. La introspección juega un papel importante en este descubrimiento, es el camino para que el conejo aparezca del sombrero oscuro, para que salte hacia la luz y nos diga lo que no estaba dicho de esa forma en particular.

La introspección no sólo es importante, sino imprescindible para ensanchar y aclarar el pensamiento del artista, para filtrar el choque sensorial al que siempre está expuesto, ¿con qué trabaja el artista sino con sus percepciones (la interpretación de lo que siente, piensa, imagina, etc.) de la realidad?, ¿desde dónde si no desde su interior?, ¿cómo si no –en gran parte- por la introspección?…

El afuera no existe sin el adentro, tampoco el adentro sin el afuera, también hay un afuera adentro (lo que nunca conoceremos), pero de lo único que tenemos sapiencia es de que existimos ¿de que pensamos?, de que somos desde Aquí, desde este lugar por el que hablamos y escribimos: la conciencia. Y la conciencia profunda que requiere la producción artística, es posible también por vía de la introspección. Por suerte, esta travesía no siempre requiere de nuestra entera atención e intención, sino que sucede, así, como por arte de “magia”, como el eureka de los grandes descubridores, de pronto se revela la pieza que nos faltaba de alguno de los tantos rompecabezas de nuestro ser.


Imagen de portada: Mujer ante el espejo (1932), Pablo Picasso.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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