Cine/16: Señor Lazhar

Livier Fernández Topete

Película basada en la obra de teatro Bashir Lazhar de Évelyne de la Chenelière, quien además es actriz secundaria en el mismo filme.

Bashir Lazhar, un hombre de 55 años de edad, inmigrante de origen argelino, es contratado como maestro de primaria en un colegio de Montreal para sustituir a la profesora titular que se quitó la vida en el salón de clases. Bashir entrará en contacto con el grupo de niños que, dado el complejo suceso de la pérdida de su anterior maestra, están obsesionados por el misterio de la muerte. Lazhar establece una relación empática con ellos, en especial con Alice, una niña demasiado madura e inteligente para su edad; ayudará a los estudiantes con el duelo, al tiempo que él mismo reelaborará su propio luto.

Pareciera que esta es una de las pocas películas que plantea el tema de la muerte en un universo infantil. No es una historia que se centre en la figura del profesor y ponga en segundo plano a los estudiantes, sino una reflexión humanizada sobre lo que no se enseña en el aula, ni a través de la familia, pero que al final resulta más importante que cualquier cosa teórica; lo que implica el deseo de ir más allá de las fronteras institucionales. A pesar del drama intrínseco, tampoco verás excesos sentimentales, sino un cuidadoso trabajo en las palabras y en los silencios de los momentos climáticos; te acompañará al fondo una música conmovedora, pero será sólo eso: compañera del corto y profundo viaje.

Un título alternativo, que hará sentido al finalizar la película, es el de El árbol y la crisálida, nombre de una fábula clave que aparece dentro y que vale la pena transcribir textualmente:

Después de una muerte injusta, no hay nada más qué decir. Nada en absoluto…

De la rama de un olivo colgaba una pequeña crisálida de color esmeralda. Mañana será una mariposa liberada de su capullo. El árbol se alegraba de ver cómo su crisálida crecía, pero secretamente habría preferido conservarla algunos años más.

“Recuérdame siempre”.

Él la había protegido del viento, la salvó de las hormigas. Pero algún día, ella saldría para enfrentar sola a los depredadores y a la intemperie.

Esa noche un incendio devastó el bosque y la crisálida nunca se convirtió en mariposa. Al amanecer, entre las frías cenizas, el árbol seguía en pie, pero su corazón estaba quemado, corroído por las llamas, marcado por el dolor.

Desde entonces, cuando un pájaro se posa en el olivo, el árbol le habla de la crisálida que nunca despertó, la imagina con las alas extendidas, revoloteando en un claro cielo azul, ebria de azúcar y de libertad, testigo discreto de la historia de su amor.

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