El caso Alaska Sanders

Horacio Cano Camacho


No cabe duda de que la novela negra, en todas sus variantes, está de moda. Se vende como nunca, todos los días surgen nuevos autores, otros ya consolidados provenientes de otros géneros que de pronto deciden incursionar en ella o se redescubren autores y libros a los que en pasado no se les había hecho caso. Todo tipo de combinaciones.

Hay varios autores que afirman que la novela negra puede morir de éxito. Hay una sobreoferta de títulos y una cantidad de ellos son paja, recursos de editoriales y autores oportunistas que aprovechando el boom quieren sacar raja con historias predecibles o armadas considerando únicamente algunos elementos característicos del género para pasar por novelas negras. Qué les digo si hasta black porno anda circulando por allí.

Es complicado atribuir el origen de este fenómeno a un solo factor. En realidad, tienen que ver con la realidad dura en la que estamos metidos, en donde la novela negra tiene mucho que decir, hasta las nuevas formas de promoción del género por parte de las editoriales, el surgimiento de ferias y encuentros del noir por todos lados y la salida del closet de varios autores y críticos que abandonaron la tradicional reticencia a un género que por esnobismo consideraban menor, hasta la sana costumbre de reconocer a la novela negra como novela, punto….


Joël Dicker


Un factor importante es el surgimiento de autores que con su primera obra fueron capaces de despertar el interés de los lectores y las editoriales a través de su rotundo éxito de ventas. Usando el boca a boca se fueron consolidando y sacaron del closet del género a mucha gente porque al leerlos, retiraron su prurito y se lanzaron a buscar otros títulos y autores del género. Es el caso de Stieg Larsson con la saga de la fascinante Lisbeth Salander que puso a leer novela negra a medio mundo. El autor que hoy recomendamos es de ese tipo.

En el año de 2012, Joël Dicker, un joven suizo de apenas 22 años, prácticamente un desconocido al que le habían rechazado sus anteriores cinco libros sorprendió al mundo editorial y a los lectores con la publicación de La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara, 2013), que se convirtió en un fenómeno editorial con más de 15 millones de libros vendidos y la acumulación de una gran cantidad de premios, incluyendo los principales del género.

Desde un inicio, su autor mencionó que era el primero de lo que pensaba sería una trilogía. En 2015 publicó El libro de los Baltimore, que en realidad era el tercero de la serie, saltándose, por alguna razón extraña, el segundo. Tal vez fue su resistencia a tomar el camino fácil y sacar una secuela luego del éxito enorme del primer libro.

Hace unos días, por fin se publicó este que completa la trilogía, El caso de Alaska Sanders (Alfaguara, 2022). Joël Dicker creó un personaje, Marcus Golman, jóven escritor que en una crisis creativa, visita a su mentor Harry Quebert en un pueblo de New Hampshire. En esas anda cuando su maestro es acusado por el asesinato de la adolescente Nola Kellergan con la que mantenía una relación muy extraña, una suerte de Lolita frente al adulto al que manipula.

No les cuento más, solo que Marcus Goldman decide apoyar a Harry y demostrar su inocencia, a pesar de todos los indicios que lo comprometen. Dicker sorprendió con este libro que es una demostración de dominio del canon del género y una capacidad inmensa para contar una historia muy sencilla, pero llena de intertextos, muy vertiginosa y con giros dramáticos impresionantes que encantaron a todos. Por fin teníamos a un autor a caballo entre el policíaco tradicional (a lo Agatha Christie y Conan Doyle juntos), lleno de misterios en la vida cotidiana y lo mejor de la novela negra dura, el thriller y la novela de intrigas.



En el Caso de Alaska, Golmand regresa a Nueva Inglaterra con su único amigo, el sargento Perry Gahalowood, para investigar el asesinato, ocurrido 11 años atrás, de una jóven promesa de Hollywood y Broadway a manos de su novio y el amigo de este.

El caso es que el novio, un exmarine con problemas de ira y su gran amigo Eric, son los “culpables perfectos”. En su momento, un mensaje encontrado en el pantalón de la víctima y que decía “Se lo que has hecho” plantea un gran misterio, ¿un chantaje, celos, envidia? A diferencia de la investigación original, Marcus y Perry deciden no centrarse en los supuestos victimarios y sí en el conocimiento de quién era Alaska Sanders: Por qué una mujer hermosa, reina de la belleza de Nueva Inglaterra y con ofertas de actuación que le auguran un futuro promisorio decide abandonarlo todo y recluirse en un pueblo olvidado, viviendo con un novio al que no parece amar. Comprender las razones de la víctima puede revelar al victimario…

Todo apunta que alguien ha manipulado las evidencias para desviar la atención de la investigación y llevar a la policía a una conclusión fácil. Un crimen perfecto como en las novelas policiacas… y eso es lo sospechoso del caso.

La trilogía es más bien una secuencia cronológica que empieza en Harry Quebert, situada en 2008-2009; Alaska, que se sitúa en 2010 y 2011; y los Baltimore, que se escenifica en 2012. Si bien maneja a los mismos personajes protagonistas, son historias independientes que se pueden leer en cualquier orden.

Dicker tiene en Marcus Goldman una suerte de alter ego con el que tienen unjuego de espejos entre el personaje y el autor al que todo le ocurre en la periferia de su persona y familia, amigos y gente vinculada a él. En cada párrafo nos va analizando el significado del “éxito”, la soledad del autor, sus miedos, sus traumas. Y en intertexto hay referencias constantes al pasado y al futuro (sus libros 1 y 3 de la serie) en un juego muy interesante.

El Caso de Alaska Sanders es una novela refrescante, pero muy adictiva. Nos damos cuenta de que nos atrapó cuando todo mundo duerme y nosotros estamos pegados al libro. Definitivamente una buena alternativa para quedarnos en casa en estas vacaciones nuevamente raras, para no salir a contagiarnos de una mala fiebre.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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