El hombre de Calcuta

Horacio Cano Camacho

La India fue conocida como “la joya” de la corona británica ya que desde el siglo XVIII hasta 1947 impusieron su poder, sea por la intervención directa de su ejercito, o a través del Raj, una suerte de gobierno indio a las ordenes directas del rey inglés. Al principio se trató de una invasión más o menos “pacífica” y los ingleses e indios se llevaban bien. Los británicos llevaron ideas de democracia, pensamiento empírico, pero rápidamente las asumieron como pensamientos peligrosos en la cabeza de los indios y las combatieron ferozmente.

El imperio extrajo una cantidad inmensa de riquezas mientras mantuvo en la miseria a la población india. Para completar su “obra” dividieron al país o instigaron su división para controlarlos mejor. Eso pasó con Bengala, a la que consideraba demasiado rebelde y terminaron separándola en dos regiones, una de las cuales forma hoy Bangladés. También instigaron la separación de Pakistán y Birmania.

En este contexto se enmarca la historia que hoy les recomiendo. Es 1919 y el capitán Sam Wyndham llega a Calcuta (ya entonces defenestrada como capital de la India por la rebeldía de los bengalís), en un intento de rehacer su vida, destrozada, como la de millones, luego de la Primera Guerra Mundial en donde sacrificó su vida en las trincheras para gloria del Rey Jorge V que peleaba contra su primo, el Kaiser Guillermo en una disputa claramente familiar. Sam perdió a su esposa y a su padre en la pandemia de gripe concomitante y no le queda nada más que una profunda decepción.

Abir Mukherjee

Es convocado por su antiguo oficial jefe, ahora responsable de la policía imperial en Calcuta, para ocupar la responsabilidad de inspector de la policía, ya que tiene experiencia en Scotland Yard y en el servicio de inteligencia inglés durante la guerra.

Su llegada a Calcuta coincide con el asesinato de un Sahib, un “amo blanco”, funcionario de la corona al servicio del virrey y le ordenan investigarlo. El asunto, para los británicos, parece estar claro, cualquier incidente y más una muerte de un subdito de la corona, es atribuido en automático a los indios levantiscos, en partícular a los bengalís o hasta al Congreso Nacional de Gandhi, a pesar de su adheción a la no-violencia. El asunto parece sencillo y más por un mensaje colocado en la boca de la víctima <Se acabaron los avisos. Va a correr sangre inglesa por las calles. ¡Fuera de la India!>. Para todos está claro, excepto para nuestro investigador, que a la manera de los clásicos, se propone seguir la “ruta del dinero” o a quién beneficia la muerte de un burocrata ejemplar con los nobles ingleses…

Se trata de El hombre de Calcuta (A Rising Man), de Abir Mukherjee, escritor británico, pero de origen indio. Esta es la primera de la serie del Capitán Sam Wyndham y la primera traducida al español (2021, Salamandra Black), pero ya goza (cuatro libros de la serie) de una fama muy bien ganada en el noir de su país y ya ha sido colocada en las listas de las 100 mejores novelas negras escritas en Inglaterra.

Este libro me encantó, el Capitán Sam Wyndham me pareció de una estupenda construcción y todo el libro da un muy interesante repaso a la historia del imperio británico en la India. Pero lo hace con mucho desenfado. Nos va describiendo la Calcuta de entonces a los ojos de un occidental recién llegado: un calor arriba de los 40° que se complica con la humedad insoportable, insalubridad, drenaje a ras del suelo, insectos peligrosos, palacios dignos del imperio romano (Calcuta fue conocida como la ciudad de los palacios por las construcciones de los ingleses) y lo peor, un descontento social con el imperio y en partícular hacia los colonos británicos que se comportan como lo que son, los invasores. Pero el clasismo y racismo no solo afecta a los nativos, tambien se expresa entre los mismos ingleses de los que su futuro depende de su origen de clase. Así que todo mundo parece pensar que portarse mal con los locales le hará escalar en el ascensor del imperio.

Wyndham es nuevo en ese ambiente y no alberga ninguna animadversión con los indios, muchos de ellos fueron compañeros de armas y murieron en las trincheras defendiendo al Rey Jorge. Se hace con la amistad y respeto del Sargento Surendranath Banerjee, policía local, educado en Inglaterra, pero que sus compañeros ingleses llaman “Surrender-not” (nunca se rinde) por la incapacidad de los invasores de siquiera intentar aprender a pronunciar los nombres de los indios.

Wyndham es adicto a la morfina y al opio, aunque él lo niega, que le permiten soportar el dolor de su soledad y al que se hizo dependiente por una herida de guerra. Y el opio abunda en esas tierras. No es ilegal, de hecho, el imperio desató dos guerras contra China para obligarlos a aceptar que los ingleses tuvieran la exclusividad de su comercio y convirtieron a una cuarta parte de la población masculina de China en adicta, lo que convierte a la Reyna Víctoria, en la más grande narcotraficante de la historia…

Abir Mukherjee nos permite atisvar el ambiente y ponernos en los zapatos del Capitán que llega a Calcuta intentando cerrar las heridas y el desencanto por la perdida (de su amor y de su “patriotismo”) y se encuentra un mundo complejo y cuestionable. Un ejemplo: en un pasaje van a interrogar a un poderoso empresario, amigo del muerto, un Sahib que se codea con la nobleza y al entrar a su club se encuentran un letrero que dicta “Prohibida la entrada de perros e Indios a partir de este punto”. Sam Wyndham se indigna e intenta que Surrender-not entre al club. Este le dice, “no se preocupe, señor, los indios sabemos cuál es nuestro sitio. Además, los británicos han conseguido logros que nuestra civilización no habría conquistado en más de cuatro mil años”. ¿Por ejemplo?, le pregunta otro policía inglés que se esmera en demostrar su desprecio a todo lo local: “pues, mire, no hemos conseguido enseñar a leer a los perros…”.

Ese tono irónico y punzante está presente en toda la novela y nos permite acercarnos al “mundo civilizado” del invasor con el pretexto de un crimen. Una novela negra de carácter histórico imperdible, de verdad…

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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