El laberinto de las identidades (Segunda parte)

David Ramos Castro y Liliana David

En medio de este tiempo de pandemia cuya duración parece no tener fin, afortunadamente todavía encontramos corredores de fuga que nos conducen al diálogo y a un interés urgente por los contextos de lo humano, en toda su compleja diversidad y ajenos al dictado homogéneo de las agendas informativas. La situación de las comunidades indígenas y el laberinto de las identidades comunitarias que atraviesan las construcciones nacionales y los procesos globales de cuño neoliberal, ofrecen dos asuntos cuya importancia ningún virus, por muy coronado que se presente, puede acallar. Para platicar sobre estos temas, desde la perspectiva de un análisis independiente, seguimos conversando con el señor Ismael Marcelino, escritor, poeta y pensador tarasco, profesor de p’urhépecha en la UNAM y autor de dos novelas en versión bilingüe-p’urhépecha-español-. El señor Marcelino -Tata Ismael, en su idioma materno- posee una visión contundente sobre la situación de las comunidades y de los llamados pueblos originarios, que nos hace tomar conciencia sobre el panorama social, político y económico que viven dichas comunidades y que ha trocado el respeto a sus culturas por un artificioso comercio con el folclor.

Además de la pandemia y del turismo, que como usted ha mencionado supone un lastre para la comunidad p´urhépecha, ¿cuáles serían otras problemáticas urgentes a resolver dentro de esta comunidad?

Insisto en que las instituciones deberían aprender a no provocar a gente como la de Cherán, que se rebela exigiendo al gobierno lo que le pertenece. Es comprensible que lo hagan. Es como si yo dejara a mi hijo sin comer tres días y me asombrara luego porque se me enfrenta. Pues, claro, ¡pero si tiene hambre! Tiene que haber un aprendizaje por parte de las instituciones para rediseñar las políticas públicas. El asunto es que resolver el problema de fondo les quitaría dividendos que son usados como capital político. Eso es cruel, pero para que se entienda lo que quiero decir les voy a contar una anécdota: en una reunión en la Secretaria de Pueblos Indígenas un funcionario, en mi cara, dijo que para cierto pueblo no podíamos promover la instalación de piso firme de cemento, porque entonces tendríamos que sacar a esa comunidad del catálogo de comunidades con muy alta marginación. ¡Y era un indígena de Cherán! -exclama con sorpresa el señor Ismael-. ¿Cuál es el verdadero mensaje que transmite una actitud como esa? Pues que a estos pobres no me los vayan a convertir en ricos, porque entonces ya no tengo dividendos políticos. Eso es absolutamente perverso. Pero las instituciones saben cómo construir políticas que de una vez y para siempre acaben con este problema. No es posible que tras 75 años de indigenismo siga siendo la comunidad indígena el ícono indisociable de la pobreza y la marginación. En 75 años ¿no se ha sabido qué hacer?

Volvemos, pues, a la lógica del capital, que está más allá de la conquista. La época contemporánea está erosionando todas estas estructuras, colonizando doblemente la mentalidad de las gentes. A nosotros esto nos lleva a pensar, por ejemplo, en las pirékuas[1] y sobre todo en lo que llaman la “nueva pirékua”. Hemos escuchado hablar de la intromisión de la mal llamada “narcocultura”,  que estaría comiendo terreno a esta y otras músicas de la tradición p’urhépecha. ¿Es algo que usted puede constatar? ¿Qué reflexión le merece?

Yo no le llamaría todavía “narcocultura”, pero no den ideas –dice el señor Ismael, regalándonos una irónica sonrisa-. Me resisto a llamar narcopirékua a la neopirékua, pero no porque la considere menos mala, pues creo que incluso es peor. En efecto, como dicen, hay una penetración cultural ligada al capital. Yo, en principio, no tendría nada contra el capitalismo, si las comunidades indígenas -desde el punto de vista comunitario, que no simplemente colectivo, pues no deben confundirse ambas cosas-, crearan sus propias empresas culturales. Yo entonces estaría de acuerdo con el capitalismo. Que sean ellos –los habitantes de las comunidades- quienes decidan qué ponen a la venta. Pero sí tengo algo en contra cuando veo que permite la búsqueda de beneficios económicos a partir de lo que otro me enseña a vender. Hay muchas cosas que no se venden: un beso, un abrazo, un gesto, una sonrisa, y, sin embargo, la gente ha aprendido a hacerlo. Esto es lo que está sucediendo con la pirékua que se está vendiendo ahora y que ha tenido mucha aceptación. Se vende y por eso están tras ella, pero el resultado es muy ordinario. Los neopiréris[2] abandonan el esquema de la pirékua tradicional y convierten las neopirekuas unas baladas burdas, solo porque es lo que la gente compra. ¡Qué horror!

Ismael Marcelino

Es interesante lo que dice, pues, hace poco pasamos unos días en una comunidad y, entre las cosas que nos llamaron la atención, está el cómo se escuchaba la música norteña de Sinaloa. Entonces, nos preguntamos, si la tradición está siendo manoseada, ¿cómo pensarla? ¿Tiene que permanecer estática o está en constante movimiento? ¿Se puede hablar realmente de tradición y hasta qué punto?

La tradición, ante todo, funciona y si funciona con pirékuas, neopirékuas, tecno-banda, cumbia o con orquesta típica, no importa. Lo importante es que funcione. Los elementos de la tradición para que se conserven no hay que promoverlos, sino permitir que se susciten. Para que la música p´urhépecha aflore tiene que suscitarse la fiesta, la designación de cargo[3] o la boda. Entonces, ahí aparece. Pero si en ese evento de la tradición se suscitan elementos que son ajenos a ella, la tradición no se daña, porque su dinámica sigue. Esos elementos la contaminan, pero no la perjudican. Es imposible mantener pura la tradición. Ahora bien, lo grave es que la boda, por ejemplo, que implicaba la participación del pueblo entero, se lleve a cabo en un salón de baile fuera de la comunidad. Es como lo que se hace con la k’uínchekua. Siempre he estado en contra, pues lo que sí trastorna la tradición es reproducir la fiesta del pueblo en Bellas Artes o en el Museo del Estado.

¿Eso es folclorizar?

Eso es folclorizar, en efecto.

Esto, de hecho, nos lleva al caso de Lila Downs, a quien usted se refería, en otra entrevista, como alguien que asume identidades que no tiene y se disfraza con ellas. Pero, de alguna manera, por su fama, esta artista ha entrado en una lógica distinta: la de una producción que busca vender más, presentándose a su vez como un referente de la mexicanidad. Evidentemente, uno puede ver ahí un proceso de producción, pero también percibir los dilemas de la identidad. ¿A usted le parece que se puede jugar con las identidades sin faltarles el respeto y sin menoscabar su significado?

Se puede, a condición de que la honestidad vaya por delante. Yo soy de Ihuatzio y algo de la cultura local p´urhépecha me pertenece, como a los otros cuatro mil habitantes. Si yo hago uso de eso, tengo que decir, cuando me presento a tocar, que voy a recrear un elemento de la cultura, pero en un espacio ajeno a la comunidad. Debo aclararlo. Es legítimo que Lila tome un poco de lo que le pertenece y construya con ello su trabajo artístico. El problema es que no le dice a la gente que está vendiendo algo que no se ajusta realmente a lo que ella muestra. Eso es lo que la mayoría de su público se va a llevar como la verdad del arte mexicano. Quizá a sus seguidores no les importa, pero a nosotros, que somos el fruto cortado del árbol, sí nos concierne. Por eso le decimos a Lila que les diga la verdad. Esto es lo que muchos artistas no hacen. Juan Gabriel es otro ejemplo. Él decía: “he aquí nuestra música mexicana”. ¿Te cae[4] que somos como charros? Pedro Infante, otro igual o peor. Nosotros, todos los mexicanos, ¿traemos pistolas, sombreros de charros, somos promiscuos, borrachos, etc.? Eso no es cierto. Entonces, hay una iconografía impresionante de lo que es lo indígena, lo mexicano, lo p´urhépecha, que no es auténtica. Hay un autor que, afortunadamente, no es muy conocido, pero que ha traído a las pirékuas elementos que no pertenecen al género, sino al tipo de canciones de gente como José Alfredo Jiménez; por ejemplo, el machito decepcionado, que anda llorando por desamor. Esos rasgos se le incorporan a la pirékua, cuando son elementos que ella no tenía. ¿Por qué no dicen eso? He ahí un gesto deshonesto.

Pero lo mismo que señala para el caso de Lila Downs sucede con otros personajes mexicanos muy difundidos en el mundo. Alguien dirá, por ejemplo: “si quieres representar a México tienes que hacer referencia a Frida Kahlo”. ¿Hasta qué punto le parece que hay en todo esto una lógica de producción cultural, ligada al mercado global, que se apropia de las tradiciones locales, las remoza, las transforma a su antojo y las vuelve a presentar?

Eso no se lo voy a contestar, porque es muy violento –responde el señor Ismael, clavando su mirada en nosotros con un expresivo silencio. Al final nos contesta con una escena metafórica cuya rotunda expresividad nos hace callar y pasar a otra pregunta-. Es como decir: “ahí tengo una hija, tiene 18 añitos. ¿Como cuánto me pagarías por ella?” Y hasta la muchacha podría añadir: “¿cómo quieres que me vista?”

Ahora que llegó el mes patrio, ¿se siente ajeno o parte de la celebración de México?

A mí me gusta mucho y admiro las razones por las que se celebra o se recuerda el movimiento de independencia, pero con sus acotaciones. Creo que cada movimiento armado o social, que tiene un propósito planteado, es el reflejo d[5]e la inconformidad. Yo lo reduciría a una frase de Flores Magón: “no hay nada más lamentable que el esclavo conforme”. El problema es que eso no se reflexiona o no se entiende. Yo celebro el natalicio de Morelos, el movimiento iniciado por Hidalgo[6], pero creo que necesitamos saber exactamente cómo hay que pensar en todo ello, porque si estuviéramos pensando realmente en esto, tendríamos otra actitud. Ni siquiera andaríamos poniendo de verde, blanco y rojo las calles, porque con eso hasta italiano me siento. ¿Qué tienen que ver con la mexicanidad esos colores? ¿Nada más porque son los colores de la bandera? ¡Pudieron ser otros! Me parece que debemos caminar hacia otro rumbo y saber cómo llegamos a tener una conciencia de nacionalidad mexicana. Claro, en algún punto sabremos que esos colores se escogieron por determinadas razones. Es nuestro símbolo para identificarnos, pero eso no nos hace mexicanos. Lo que nos convierte en  mexicanos son otras cosas, como el hecho de mostrarnos inconformes con las dominaciones que hemos sufrido.

Finalmente, señor Ismael, ¿cómo pensar en una integración de todos estos paisajes  identitarios de México? ¿Piensa en una posible cohesión de los distintos grupos étnicos o, por el contrario, en una convivencia en permanente conflicto?

Si hay una resolución esa es la interculturalidad. En la medida en que como mexicanos seamos capaces de convivir en lo rarámuri, maya, p´urhépecha, etc. es que habrá un sentimiento nacional. Es más, diría que ni siquiera un sentimiento de mexicano, sino de americano. En la medida en que no hubiera una dominación de unos por otros es que llegaríamos a ser una sociedad interculturalmente sana.  Pero el asunto es que no lo hay.  Este país está divido en nacos[7] y no nacos. Y nadie promueve lo naco, porque ya lo dijo Bonfil Batalla[8]: “lo indígena es un lastre que hay que dejar en algún momento” Ese es el pensamiento de lo mexicano. Los indígenas son los invisibles o, por lo menos, los que no hay que ver, y eso a lo que Bonfil llama el “México profundo”, al cual se le opone el “México imaginario”, que es al que tendemos cuando miramos al norte. Curiosamente, aquí nadie tiende a mirar hacia el sur.


[1][1] La pirékua es una canción tradicional de la cultura p’urhépecha. En ella, se compara la hermosura de la mujer con la belleza de las flores; lo efímero de la vida con lo duradero de las cosas de la naturaleza (Alberto Medina Pérez y Jesús Alveano Hernández. Diccionario de p’urhépecha).
[2] El piréri es un cantante e intérprete de pirékua.
[3] El nombramiento del “carguero” supone un momento de gran importancia para la comunidad, ya que la persona elegida habrá de encargarse durante un año del cuidado del santo patrón del pueblo y de costear una fiesta que de por concluida dicha anualidad.
[4] Te cae: te parece.
[5] Ricardo Flores Magón (1873-1922) fue figura política mexicana, precursora de la Revolución mexicana.
[6] José María Morelos y Miguel Hidalgo fueron dos figuras destacadas en la independencia mexicana.
[7] Naco: coloq. Persona maleducada y con mal gusto.
[8] Guillermmo Bonfil Batalla (1935-1991) fue un importante antropólogo mexicano.

Las opiniones expresadas en esta colaboración son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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