El País que fue

Liliana David y David Ramos Castro

Entrevista con el periodista Rafael Fraguas

Durante 45 años, el periodista y doctor en sociología, Rafael Fraguas, entregó a las páginas del diario español El País su pluma, trabajando como redactor en las secciones de local, política e internacional, además de ser enviado especial a zonas de guerra en el Medio Oriente y África. De esta última experiencia, recuerda la presión y la amenaza de censura que vivió en Teherán, llegando a preguntarse a sí mismo: “¿cuánto vale la piel de un periodista?”. Sin ceder a la coacción y reivindicando la independencia con la que debe mantenerse todo periodista que se precie, se mantuvo activo en El País desde junio de 1976 hasta hace apenas un año, en el 2020.

Tras una larga conversación con él, el autor del libro Papel envuelve roca nos relata cómo se tejieron los hilos para que ese importante diario, que desde hace unos años cuenta con una edición mexicana y goza todavía del mayor reconocimiento internacional, entre la prensa española, se convirtiese en un referente simbólico de la transición hacia la democracia que vivió aquel país en los años posteriores al franquismo.

A partir de la lectura de su libro, al que ya le dedicamos una breve reseña en la entrega anterior de Intempestivos, propiciamos este diálogo con Rafael, en el que se entremezclan voces de gloria y sentimientos de nostalgia al recordar aquellos años iniciales del periódico, en los que este encarnó una verdadera forma de contrapoder. En los extraños días de ruido y vacío actuales, nos queda la inquietante duda de si en aquella redacción de la calle de Miguel Yuste, en la capital madrileña, donde nació la redacción de El País, se vivió tan solo un sueño del cual el periodismo de nuestros días solo será capaz de guardar un bello recuerdo. Confiemos en que no sea así.

Empecemos, pues, por la descripción de aquella época, ¿cuáles fueron las ideas que pusieron en marcha la vida del diario El País?

El libro se plantea como una radiografía del proceso de surgimiento, auge y declinación del mundo mediático, ejemplificado en la figura de un periodista muy importante en España, como Juan Luis Cebrián. La ideología que preside el emprendimiento de ese proyecto fue el de una alianza de elementos sociales distintos. Por un lado, había un sector inquieto de la burguesía ilustrada española, vinculada al libre pensamiento y, por otro, un sector consciente de la clase trabajadora, entendida en un sentido amplio. El País nace con la vocación de devolver a la sociedad la información que pedía. En la medida en que el periódico iba satisfaciendo los intereses sociales, alcanzó su auge; no obstante, al apartarse de esa vocación social, vino su declive en distintas fases. Podemos, por lo tanto, decir que el periódico había nacido con una vocación institucional estatal: con la idea de satisfacer las demandas sociales de información democrática.

Durante el franquismo, las instituciones democráticas en España prácticamente no existían. Entonces, la sociedad proyectó en el surgimiento del diario la necesidad de una institución democrática, que cumplimentara los requisitos de una democracia mínimamente avanzada. Así, El País adquirió un peso mayor del que corresponde a un periódico, desbordando los límites de lo político-gubernamental para insertarse en lo político-estatal. De esta forma, pronto se convirtió en una factoría de expedición de certificados de democraticidad. Eso le dio un poder enorme, porque empezó a configurar no solo los lineamientos estatales de la política española, sino, sobre todo, los estilos de vida, a innovar en las costumbres, etc. Adquirió, de esta manera, un poder desproporcionado.

De hecho, algunos periodistas de El País, como dice en su libro, comenzaron a sentirse como parte del poder estatal, violando esos límites que existían entre el espíritu informativo y los otros planos de la expresividad social.

El caudal de proyecciones a favor de esa democraticidad de El País fue tan abrumador, que hizo perder el norte a algunos periodistas con puestos de responsabilidad. Sucedió, por decirlo así, una cosa mecánica y otra de tipo dinámico.  La mecánica fue que, en vez de ir a buscar la información, esta llegaba al periódico. La iniciativa informativa ya procedía de fuentes externas y no de la búsqueda por parte de los periodistas de esas fuentes. Pero, en el terreno dinámico, sucedió algo muy grave, que se fue dando también en otros medios: la información política se fue solapando con la política informativa y editorial del periódico.

Una cosa es la información política y otra es trufar la información política con los designios empresariales de un periódico determinado. Ese es un fenómeno transversal que afectó a toda la prensa desde aquel momento, pero el que afrontó inicialmente ese reto fue El País y, quizá, también el que logró salir de él sufriendo menores daños. ¿Cómo pudo enfrentarse a esa confusión entre la información política y la política informativa? Pues mediante la consagración de un periodismo serio, riguroso, objetivista, de contraste. En el diario El País, perdura la cristalización de un oficio que está abaluartado gracias a esos criterios, pero que cada vez se halla más sometido a los embates conectados con los cambios accionariales, presidencias ejecutivas y otras cosas por el estilo.

Sobre lo que acaba de decir, nos gustaría que puntualizara las diferencias que hay entre la información política que ofrece un medio y su política editorial.

Del cruce de informaciones, va a surgir otra información que la cualifica como información política. Otra cosa es la línea editorial o su apuesta comercial. Lo que pasa es que los periódicos privados habitualmente olvidan que están manejando un material que es de derecho público: la información. La información no pertenece a ningún medio. Pertenece a la sociedad y lo que hace el periodismo es organizar esa información y devolvérsela. El problema es que los periódicos, a través de sus empresas, solo dicen lo que quieren escuchar sus accionistas o lo que es grato que escuchen sus lectores, de lo que se deduce que están transgrediendo la información política que deben dar y están impregnando esos contenidos con prioridades comerciales de la empresa. No es bueno que se mezclen ambas cosas, porque la información política debe ser autónoma con respecto a los deseos del director o del periodista. Hay que buscarla en la objetividad, en la diversidad de las fuentes, manteniéndose incólume ante los intereses personales.

¿Y en la estructura interna del periódico no se buscó organizar un contrapoder interno con respecto a las decisiones unilaterales de la dirección?

Sí, a través de la sociedad de redactores, se intentó limitar y se procuró colaborar en la determinación de las prioridades informativas y estimativas del periódico. Lo que pasa es que los medios en general tienen unos patrones de jerarquización muy rígidos, que depositan toda la responsabilidad en la dirección, no solo de los contenidos sino también de los asuntos publicitarios. De esta forma, los directores -que se quejan a veces de la responsabilidad que tienen sobre sus hombros- pueden conservar un poder omnímodo. Los medios en muchas ocasiones parecen cuarteles militares, porque la jerarquización es extrema. Cuando nada más funciona en un periódico, la jerarquización sigue funcionando implacablemente. Eso es un error. Se necesitan pautas de democratización en las redacciones, porque veinte ojos ven más que dos. Además, puede resultar inhumano colocar todo el peso sobre una sola cabeza. Si el periódico quiere ser un contrapoder, debe tener también contrapoderes internos que limiten las decisiones unilaterales.

Entonces, ¿cuál tendría que ser la apuesta de los medios hoy en día, partiendo de la propia experiencia y apuesta que hizo el diario El País en aquellos primeros años?

La acreditación que logra un diario obedece a que oficia como contrapoder social frente al poder político, en cualquiera de sus manifestaciones. Pero, en el caso de El País, ese contrapoder fue abandonado hasta convertirse en un poder mediático tratando de litigar con otros poderes. Ese es el error. La prensa solo es cuarto poder cuando oficia como contrapoder. Si oficia como otro poder, pierde la batalla, porque el poder político tiene una lógica distinta a la suya. Y esto es lo que sucedió en el periódico, algo que transversalmente afectó a muchos medios y no solo a escala española. ¿Cómo rebobinar? Reflexionando, haciendo un gran debate de la profesión, siendo vigilantes en el oficio. Hay que tener en cuenta que se ha producido una contrarrevolución tecnológica que ha cambiado muchos de los cánones expresivos que utilizaba el mundo mediático para hacerse ver.

Nos parece que esos cánones expresivos que menciona hoy se desprenden de la lógica exclusiva de la visibilidad. Se comunica solo lo anecdótico, se presentan fragmentos excrementicios de las informaciones y se ponen “cebos” por todas partes para captar la atención del público. ¿Qué efectos ha provocado esta lógica?

Un efecto perverso. Los lenguajes visuales y textuales son completamente diferentes. La fotografía no es una ilustración, es información. En El País, la clave de una foto consistía en que se procuraba que ampliase lo que decía el texto, pero desde una perspectiva visual. Ahora, en cambio, los medios solo transgreden para dar exclusivamente lo llamativo, lo colorido. Debe darse una legitimidad de lo visual, sin simplificaciones, pues el gran enemigo social es el simplismo. Una cosa es tratar expresivamente y con veracidad una información y otra es degradar al protagonista o reducir la información a lo trivial. La información es una cosa muy seria y la comunicación mucho más.

Precisamente, la falta de seriedad y de criterio han dado paso también a la creación de audiencias o lectores acríticos. En su libro, sin embargo, señala que entonces la sociedad era demandante de un periódico que reflejara sus necesidades más profundas de cambio. Hoy día, da la impresión, por el contrario, de que nadie exige nada a la prensa ni a los medios de comunicación, en general. Prevalece la indiferencia.

La que yo llamo una contrarrevolución tecnológica pasa precisamente por la frivolidad y la banalidad. Estas han devaluado la flora en la cual germina el criterio. El criterio de las audiencias se ha desvanecido y la información ha dejado de ofrecer utilidad a la sociedad. Hoy los medios se han devaluado, ya que no se autoexigen. Recuerdo que, en la crisis económica de 2008, los equipos de investigación de unos 300 medios, ligados a las grandes televisiones, desaparecieron de Estados Unidos. Si los medios hubieran conservado esos equipos, podrían haber denunciado o previsto lo que se avecinaba. La información cumple con una utilidad social, no solo es una apuesta ideológica. La información tiene su utilidad y es saber transmitir a la sociedad lo que la beneficia, lo que la transgrede. La función del periodista es satisfacer esa demanda.

Tocando el tema de la ideología, ¿no considera que, en un medio de comunicación, más que una ideología, debe prevalecer una filosofía?

Si la definición de ideología que se baraja es la de una concepción del mundo, no veo por qué no pueda haber una cosmovisión detrás de una idea periodística. No obstante, si se interpreta la ideología como conciencia enajenada, estaría de acuerdo con ustedes. Pero ¿por qué no existe detrás de los periódicos una filosofía? Pues, por trivialidad. Es decir, la formación de muchos colegas es deficiente. En cualquier caso, el periodista no puede ser filósofo, sociólogo, juez, policía, etc. Cuando las sociedades no cumplen con sus deberes, demandan a los periodistas que ejerzan funciones que no les competen, como la de arbitraje. Pero los periodistas solo estamos para darle a las sociedades instrumentos informativos con los que estas puedan desarrollar después otra clase de reflexiones. Por otro lado, la pugna contra la actualidad impide también la reflexión, distrae. O uno hace retiros espirituales o ese ritmo infernal degrada a cualquier ser humano. Luego, hay muchos escritores de periódico que no tienen el compromiso ético que tiene un periodista; pero cuando el oficio es correcto, justo y honesto, entonces se deja impregnar por esa filosofía permanente de los criterios. Ese buen oficio es la garantía que queda hoy en El País, el cual debe intentar subsanar sus errores del pasado y, pese a ellos, seguir dando ejemplo, porque es todavía el medio con más significación dentro de la realidad política española y el que mayor proyección internacional tiene en el periodismo de habla hispana.


Las opiniones expresadas en esta colaboración son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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