El traidor (Primera parte)

David Ramos Castro y Liliana David

Entrevista con Anabel Hernández

En Intempestivos hemos conversado esta semana con Anabel Hernández, veterana periodista de investigación que ha dedicado quince años de su vida a analizar el sórdido y violento mundo del narcotráfico y sus ramificaciones. Debido a sus descubrimientos, la periodista se vio obligada a salir de México, donde su vida estaba amenazada. Sin embargo, esa salida no significó un abandono de sus sentimientos hacia el país. Al contrario, Anabel demuestra su amor por México a través de su labor investigadora y su lucha por la verdad. El último fruto de ese combate se titula, El traidor (Grijalbo, 2019), un libro en el que analiza la figura del Mayo Zambada y el ascenso del cartel de Sinaloa. Los fragmentos de un diario personal de Vicentillo, hijo del propio capo de la droga, le sirven a la autora como pretexto de la narración, en la que dicho relato en primera persona, escrito desde las entrañas de la organización criminal, se contrasta y completa con los hallazgos que Anabel ha ido recabando a lo largo de su investigación y labor documental. Al final, como ya hizo con su obra de referencia, Los señores del narco, nos ofrece un informe sobre el crimen organizado, donde la realidad del narcotráfico aparece expuesta con toda su crudeza y sin los disfraces con los que la llamada narcocultura se ha encargado de mitificar a sus más despiadados protagonistas. Conversamos con Anabel, en un diálogo a tres voces, tres pantallas y desde tres lugares de este azorado mundo.

Nuestra primera pregunta parecía obligada por las circunstancias que estamos viviendo. ¿Qué ventajas o desventajas supone la pandemia para las organizaciones criminales que operan en el mundo y, concretamente, en México? Anabel lo tiene claro y se muestra rotunda al respecto: “lo que ha sufrido el crimen organizado es cero. Sus negocios no se han visto afectados en lo más mínimo”. Para apoyar sus contundentes palabras, Anabel se refiere a su artículo, “Parásitos: los anticuerpos de la mafia”, en el periódico alemán, Deutsche Welle, donde menciona al juez italiano, Piergiorgio Morosini: “este importante juez de Palermo -nos dice- hace un diagnóstico de la situación y sostiene que este tiempo de pandemia ha supuesto un crecimiento exponencial de las actividades del crimen organizado, pues las circunstancias de la enfermedad, terribles para todos, para ellos, en cambio, han sido muy beneficiosas”. Anabel habla con pasión, pero sin vehemencia. Su rostro, a través de las limitaciones de las pantallas y de todo este mundo digital en el que no sabemos muy bien si somos o estamos, se percibe serio, pero amistoso. Con un discurso encendido y persuasivo, continúa: “este juez menciona varias cosas fundamentales. Primero, que el consumo de drogas no disminuye con la pandemia; más bien, los consumidores han estado aumentando a causa de todas las implicaciones emocionales y psicológicas que esta conlleva. En segundo lugar, dado que el tejido social está muy debilitado a consecuencia del virus, lo que se está viendo, según el magistrado, es que los grupos de violencia organizada están llegando directamente con los empresarios afectados para ofrecerles liquidez. Lo que hacen es decirle al empresario, tranquilo, usted no cierre su negocio, solo déjeme invertir en él. Eso hará que, cuando remita la pandemia, ellos ya serán propietarios de un montón de negocios que les servirán para lavar el dinero”.

En sintonía con sus últimas palabras, la periodista prosigue: “por otra parte, está la población más debilitada económicamente, pues ellos también son material propicio para ser recolectado por las organizaciones criminales. En varias regiones de Italia, por ejemplo, los grupos delictivos se dedican a ir a los barrios más populares, con la gente más frágil, económica y culturalmente, y les ofrecen despensas y dinero. Todo se hace como si estos donativos fueran regalos y como si los grupos criminales que se los ofrecen fueran los grandes salvadores. Al final, cuando la población o, simplemente, el pequeño empleado que se quedó sin trabajo reciben esa dádiva, de una u otra manera, quedan comprometidos con la organización. A partir de ese momento, podrá utilizar a esas personas como sicarios o como despachadores de droga. Pero, lo más importante es que, de esta manera, esos grupos logran ejercer un control sobre el territorio”. La situación que refiere Anabel Hernández, en este sentido, penetra de lleno en los laberintos que recorre la delincuencia organizada para ejercer y asentar su poder. En tales laberintos, se entrecruzan los rasgos sociológicos de una serie de individuos y grupos despojados de recursos, con las estrategias psicológicas y culturales que los afilian obligatoriamente a una idea deformada de lealtad, que no por básica, deja de ser terriblemente efectiva. “Lo que ejercen esos grupos es un control casi moral -sentencia la periodista-. ¿Yo te he ayudado en tu época de crisis? ¿Yo te he salvado y te he traído el dinero? ¿Yo te he traído la comida? Pues, ahora, tú y tu barrio me deben lealtad. Y esto mismo está ocurriendo en México. No olvidemos esas fotografías que circularon al principio de la pandemia, en donde vemos al cartel de Jalisco Nueva Generación, al cartel del Golfo o al cartel de Sinaloa utilizando estas mismas prácticas”.

Precisamente, porque tenemos muy frescas esas imágenes, en las que se veía a los carteles de la droga firmando sin disimulo sus envíos de víveres a la población más necesitada, nos introducimos en otro tema: el de la valoración social de los narcos, como nuevos personajes de la cultura popular, tanto local como global. ¿Cómo ha sido posible llegar a un punto en el que se producen series de difusión global sobre traficantes, como las que Netflix ha realizado sobre Pablo Escobar o El Chapo Guzmán? ¿Qué tiene de atractiva la figura de los narcos para que se haya hecho tan popular en la cultura de masas actual? La respuesta de Anabel no se hace esperar. La mujer de fuerte temperamento que se percibe en ella sabe que las convicciones no deben retrasarse nunca en su cita con la decencia, cuando la integridad es, como la suya, a prueba de balas: “todo eso es una manipulación mediática. Ellos, los narcos, por sí mismos, no tienen discurso. En el contexto en el que yo los he conocido, puedo decir que son gente realmente muy primitiva. El único poder que tienen es el del dinero y, muy secundariamente, el de la violencia. Es utilizando estos dos poderes que hacen su propaganda en los medios de comunicación, a través, por ejemplo, de todas esas series de televisión que hablan sobre ellos. No estoy diciendo que esas series estén financiadas por el narcotráfico. Lo que digo es que esas producciones se hacen, porque saben que estos personajes atraen y producen beneficios económicos, y porque a esas empresas no les importa mucho difundir la verdad de lo que significan esas organizaciones criminales. Ese es el motivo por el que magnifican a esos personajes de un modo realmente absurdo, en muchos casos. Ojalá que la gente pudiera ver, realmente, sin toda esa manipulación mediática, cómo son esos sujetos: gordos, feos, drogadictos, violadores, con quienes las mujeres se van a la cama, no por amor o porque ellos les resulten sexys, sino porque les pagan. ¡Es que uno se encuentra unas series donde los ponen como si fueran Casanovas!” La tensión que provoca el tema se suaviza momentáneamente y los tres esbozamos una sonrisa ante esa comparación con el célebre amante veneciano. Pero la tregua en nuestros labios dura poco y, al instante, vuelve a instalarse en el rostro de Anabel el gesto severo que incita todo relato sobre el mal, y el narco es, sin duda, uno. “Yo he hablado con ellos -concluye-, los conozco y, realmente, esa gente no corresponde a la imagen mediática que se transmite de ellos”.

Anabel Hernández

La aparición de Vicente Zambada Niebla -alias Vicentillo- en El traidor, adquiere relieve gracias al poderoso efecto, casi de voz en off, que provoca la primera declaración de su diario: “la meta del cartel -nos dice allí-, como la de cualquier otro negocio, en este caso con el tráfico de drogas, es hacer dinero. Con el dinero uno gana poder y capacidad de corromper”. Poder y capacidad de corromper. Aquellas palabras quedan resonando en nuestras cabezas como una especie de mantra siniestro que, paradójicamente, ofrece una imagen conforme con lo más deforme que ha producido la ambición humana en el mundo. La siguiente pregunta se desliza, pues, con naturalidad: ¿qué diferencia hay, en el fondo, entre lo que hace un narcotraficante y todo lo que lleva propugnando el puro y más duro neoliberalismo desde los años 70? La respuesta no se hace esperar: “en materia de cómo organizas el negocio, su objetivo o cómo se concentran los recursos en pocas manos, ninguna -sentencia Anabel-. Ya en otros libros, como Los señores del narco, hablaba justamente de que los carteles de la droga son el mejor ejemplo de un capitalismo brutal. Son absolutamente pragmáticos. No les importa asesinar al hijo, a la esposa, al compadre. Lo que les importa es el negocio. Lo que les importa es el dinero. Por supuesto, hay diferencias que son abismales. No todos los negocios neoliberales implican asesinar, extorsionar masivamente, como hacen los carteles en México y otros lugares del mundo. Sin embargo, en lo que respecta a los negocios, yo no los distinguiría y creo que eso es lo que Fernando Gaxiola, el abogado del Mayo Zambada, quiso explicarme. Quería hacerme entender que lo esencial de todo esto es el negocio. Matar es secundario. Lo más importante es ganar dinero. El objetivo es vender, vender y vender. Acumular, acumular y acumular”. Y, sin embargo –añadimos-, pareciera como si antes estas organizaciones criminales operasen con códigos distintos, menos sanguinarios. De hecho, hay unas palabras del propio Mayo, que tú recoges en tu libro, y que hacen referencia a esto. ¿También en el narco han ido degradándose los códigos del pasado o, realmente, nunca existieron? Por segunda vez, Anabel sonríe, movida en esta ocasión, quizá, por nuestra ingenuidad: “no -responde sin titubeos-, porque si se ve el resto del libro, además del discurso del diario o del abogado, también está el discurso de la realidad. Y la realidad es que el cartel de Sinaloa y el Mayo Zambada han sido terriblemente violentos. No olvidemos aquella masacre del Día del Niño, el 30 de abril del 2008, en la ciudad de Culiacán, en donde participó la Policía Federal como el brazo armado del Mayo Zambada. No, de piadosos no tienen nada. Así que si me preguntan si hay buenos narcos, responderé que no. Otra cosa es si los carteles de la droga han tenido que ser, incluso, más violentos que en el pasado. Eso es verdad y está probado en México, con los más de 300.000 ejecutados en los últimos doce años. En eso influye, además de los carteles, la corrupción que hay en el Estado y la competencia por el mercado. El problema en México es que hay una disputa territorial”.

Su respuesta nos condujo, repentinamente, a preguntarle por el ataque contra el Secretario de Seguridad de Ciudad de México, Omar García Harfuch. Una vez más, la respuesta de la periodista desgranaba independencia y coraje: “en México, cuando el poder ejecutivo cambia, cambia el presidente de la república, pero toda la base democrática de mandos medios y superiores sigue siendo, sexenio tras sexenio, prácticamente la misma. Por eso, tantos personajes corruptos, policías corruptos, militares corruptos, de sexenios anteriores, siguen en funciones y trabajando para los mismos intereses, igualmente corrompidos. Se han quedado enquistados. El gobierno actual no ha hecho hasta ahora ninguna limpieza profunda. El presidente no termina de decidir una política pública y de mostrar un posicionamiento firme, sólido, respecto al crimen organizado. Su posición, diría yo, es tibia. Se la pasa regañando a los narcos y diciendo que los va a acusar con su mamá y que sus mamás están muy tristes porque ellos se portan mal. Hay funcionarios públicos que pertenecen a todo ese círculo de corrupción del narcotráfico y de la narcopolicía del período de Genaro García Luna. El señor Omar García Harfush viene de ese equipo, aunque desde hace meses intente decir que no le debe nada al antiguo Secretario de Seguridad y que, a pesar de haber trabajado en su administración, siempre se mantuvo distante. Eso no es verdad. En México, lo que hay es un ambiente contaminado”.

Precisamente, contra esa contaminación que la violencia había llevado al aire mexicano, dejando un denso olor a sangre, recordamos a las llamadas autodefensas de Michoacán. Por ello, directamente le preguntamos a Anabel si consideraba que eran estas un intento de liberación o, por el contrario, como sostuvo en vida el periodista y pensador mexicano, Sergio González Rodríguez, solo un eslabón de la lógica de guerra global favorecida por la corrupción de los Estados y la proliferación del crimen organizado. En esta última línea argumental, parece también moverse la periodista: “mi opinión desde que surgieron las autodefensas en el sexenio de Enrique Peña Nieto, y así lo he señalado, porque tengo información indudable al respecto, es que esas llamadas autodefensas, desde un inicio, estuvieron penetradas por grupos de la narcodelincuencia. Enrique Peña Nieto les dio carta blanca a grupos de violencia organizada,  terriblemente  peligrosos. Después, cuando ya se habían apropiado de la plaza, estos mismos grupos empezaron a pelear entre sí, porque cada uno quería un pedazo más grande que el otro. Y eso es lo que ha ocasionado este caos que sigue viviendo Michoacán”.

Llegados a este punto, nos preguntamos: ¿qué puede hacerse aún para acabar con la narcoviolencia que se extiende por el planeta como si fuera otro virus? Nos asalta, de pronto, el recuerdo de la película, Apocalypse Now,  y por eso intentamos exorcizar los demonios que también han sido removidos a nuestro paso por el río -en este caso, el de la conversación-, buscando una respuesta a esa pregunta que nos haga mantener vivo el sentido de la lucha. Sin embargo, la lucidez es celosa de sus dominios. La luz que baña las cosas y nos deja ver el mundo es, a veces, cruel con lo que muestra, tal y como nos sugiere Anabel: “llevo más de quince años tratando de entender la operación de estos carteles de la droga, porque solamente entendiendo, podemos encontrar los puntos frágiles y la manera de desarticular estas organizaciones. Lo que yo he querido plantear en  El traidor, es que uno de los problemas que impide combatir al narcotráfico en México, viene del hecho de que el propio gobierno forma parte de él. Cuando el Estado es parte del problema, ¿cómo limpias? Tendrías que eliminar el Estado para empezar de cero. Ahora bien, cuando ves que una organización criminal como el cartel de Sinaloa tiene presencia en el 60% del planeta, vienen otras preguntas mucho más interesantes, pues estamos hablando entonces de una corrupción global. Por otro lado, en el libro también he querido hacer muy tangible el papel del gobierno de los EEUU. ¿A qué  juega? Hace apenas un mes, hice un descubrimiento fundamental para entender esto. A través de documentos de una corte federal de Georgia, Atlanta, pude saber que Edgar Valdez Villareal, otro personaje que manejo en mis libros y que es uno de los narcotraficantes más violentos en el México de la última década, además de narcotraficante y asesino, era un informante de la DEA y el FBI. Entonces te das cuenta de que, más allá del problema gravísimo de la corrupción en México, de los carteles y de toda la dinámica de la que hemos platicado, hay un montón de factores externos que escapan de nuestras manos. Me parece que es ahí donde radica la provocación del libro, y es ahí también donde, después de quince años de investigación periodística, me encuentro en este momento. ¿Quiénes representan esos otros factores externos? ¿Por qué? El gobierno de EEUU, ¿quiere acabar con el narcotráfico o quiere administrarlo?” Estas preguntas nos dejan en vilo…Continuará.


Imagen de portada: Fotografía de Heinrich-Böll-Stiftungb, Wikipedia

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