El traidor (Segunda parte)

Liliana David y David Ramos Castro

Entrevista con Anabel Hernández

“El gobierno de EEUU, ¿quiere acabar con el narcotráfico o quiere administrarlo?” Esta pregunta formulada por Anabel Hernández queda por un instante congelada en el aire, como si, de pronto, unos dados se detuviesen en el momento justo en que van a caer sobre el tablero. La apuesta está hecha. Tras esta interrogación, imaginamos el juego “Monopoly”, en donde los jugadores van acumulando todo el dinero y poder obtenidos por el negocio del narcotráfico. Las cartas, los billetes y las piezas se mueven tan rápidamente, a través de todo tipo de negociaciones y guerras, que al final  resulta ganador aquel que domina, enriquecido, mientras los demás han ido cayendo.  Sin duda, una metáfora que ilustra bien el gran negocio de la droga, que Anabel Hernández lleva años analizando.

En medio de la incertidumbre que despiertan sus interrogantes, la autora del libro, El traidor, nos advierte de forma tajante: “la corrupción en México influye directamente en el problema que tenemos aquí, pero esta corrupción opera en el 60 por ciento del planeta. Es una corrupción global que permite que estas organizaciones criminales, como la del cartel de Sinaloa, puedan tener presencia en todo el mundo. En el libro revelo cómo la DEA (Drog Enforcement Administration, por sus siglas) que, se supone, es la principal organización antidroga a nivel mundial, se sienta con los narcos a negociar. Algunos de sus agentes han recibido sobornos del cartel de Sinaloa o les han ayudado a atrapar a sus enemigos, o bien, son capaces de desechar al Chapo Guzmán como una “ficha” no esencial, para continuar con el negocio del narcotráfico”.

Quedan claras las reglas de este sórdido juego, sobre todo por los movimientos de ciertos personajes. Uno de ellos es Edgar Valdez Villareal, apodado la “Barbie”, al que Anabel Hernández se refiere en varios de sus libros. Ella nos recuerda que el sanguinario Villareal trabajó para el Chapo y Arturo Beltrán Leyva, al mismo tiempo que servía de informante del FBI y la DEA. Pero ¿cómo se puede pasar de un bando a otro sin ningún tipo de escrúpulos? ¿Cómo se puede jugar al bueno y al malo? Cabe buscar un intermediario: el feo. Y, sin duda, en este horrendo mundo del negocio de la droga, sólo impera un código: la acumulación de dinero y su conversión en poder. ¿Será esto lo que hace tan atrayente para algunos la fantasía de convertirse en narcos, obviando que su realidad apenas les permitirá ejercer como simples sicarios con rápida fecha de caducidad? ¿Qué hay detrás de ciertas modas, cultos o estéticas relativas al fenómeno del narcotráfico, que se extienden por todo el planeta y alimentan el consumo de objetos y productos relacionados con la llamada “narcocultura”? El fenómeno cultural crece a la par que el gran negocio de la droga. Así se lo planteamos a Anabel, trayendo a la conversación la respuesta dada por Ismael Mario Zambada al periodista Julio Scherer, en donde “el capo de capos” manifestaba: “que me arresten o me maten no cambiará absolutamente nada”. Una respuesta que inquieta, pues plantea que cualquiera -incluido un gran jefe- es prescindible, pero que el negocio resulta invulnerable. Frente a la pregunta, que se nos escapa en forma de afirmación, Anabel Hernández, matiza: “creo que ese es un punto fundamental, pero haría nuevamente una aclaración, ya que no pienso que se trate de un tema cultural, en términos generales. Es verdad que hay lugares muy focalizados, como Culiacán, donde existe un cierto culto de los narcos y donde se ha desarrollado una cierta tolerancia de la sociedad, porque reciben dadivas concretas. Pero la difusión masiva de todo eso está distorsionada. La premisa de que unos son buenos y otros malos es absolutamente falsa. El mundo legal y el mundo ilegal están totalmente compenetrados. El mundo legal, los bancos y las empresas necesitan de la liquidez que proporciona el crimen organizado. Yo me pregunto, ¿hay algún estudio que diga cuál es la economía real de los bienes tangibles que se producen y cuál la del dinero sucio que se inyecta a algunas empresas y que acaba generando una economía irreal? Por eso, siento que el covid-19 es importante, ya que nos deja ver la fragilidad real de la economía. ¿No era Estados Unidos el país económicamente más fuerte? Muchas economías se están desbaratando ante la crisis, porque no eran tan sólidas como nos habían hecho creer. Esas economías necesitan mucho de ese dinero criminal, el cual, ahora, en este momento que vivimos, encuentra una oportunidad de oro para su desarrollo. ¿Por qué? Porque una cosa es que seas mi socio para lavar dinero y otra es que yo mismo me haga el dueño de un banco, por ejemplo. Es decir, es distinto que estos criminales utilicen empresas legales para el blanqueo de capitales a que, aprovechándose de la crisis económica, se apropien de esas mismas empresas. No estamos hablando de mundos divididos, sino de mundos que dependen unos de otros. Me parece que, por eso, el mundo legal necesita del mundo ilegal y crea artificialmente, en el plano cultural masivo, ese fenómeno de la “narcocultura”, que está patrocinado por muchas empresas legales que dependen de estos negocios ilegales. El día que podamos captar, en su magnitud real, que esto que parece una simpatía mundial por los capos no es más que una producción forzada del capital, vamos a entender mejor cómo funcionan las cosas. Ahora, mis investigaciones van en ese sentido. Me falta entender mejor estos nexos económicos y hasta qué nivel llegan, pues estamos hablando de bancos, de bolsas de valores del mundo, que dependen de estos recursos. Eso lo supe por el abogado Gaxiola, quien me compartió información en su momento, pero también lo sé por otros informantes que tengo ahora. Estamos hablando de una situación mucho más seria, con otros actores que no se ven a simple vista. Sería bueno descubrirlos y aclarar que, cuando hablamos de corrupción, no hablamos solo de México, ni de los ex presidentes que se vendieron al narco, sino que también lo hacemos de muchos otros países involucrados. Esta corrupción llega a grandes magnates y no se trata solo de funcionarios públicos corruptos.

Anabel Hernández

Lo que nos cuenta Anabel nos hace pensar en el reality show, Cartel crew, producido por el canal VH1 (perteneciente al gigante mediático, ViacomCBS Inc.), que explota la supuesta vida diaria de algunos familiares de narcotraficantes. ¿Qué capitales se han invertido ahí? Por ahora no lo sabemos, pero ello no nos impide incidir en un punto específico y de importancia complementaria: la degeneración que entraña el concepto de “narcocultura”, la cual parece operar como un producto creado a partir de la mezcla del narco con nociones rudimentarias de la cultura popular. Más que una cultura, se trata de una pseudo cultura que ha utilizado su difusión global para venderse. A juicio de Anabel Hernández, solo se trata de propaganda: “mucho de lo que hacen estos medios de comunicación es publicidad. Yo me pregunto, y no quiero hacer un juicio sumario al respecto, pero ¿lo hacen a propósito? ¿Lo hacen por ignorancia o, simplemente, por la brutal idea de que eso les genera beneficios? Es terrible. Me parece que la sociedad debe empezar a plantearse este tipo de cosas. ¿Es válido? Ahí es donde me parece que debería haber una ética y un poder cultural real, que cuestione este tipo de fenómenos de propaganda que favorecen al crimen organizado”.

Nuevamente, danzamos sobre la delgada roja línea que separa la provocación de la complicidad. Tras las bambalinas, quedan los interrogantes sobre cómo los capitales se mixturan o cómo se ensucian, se lavan y se entregan en un mismo proceso de centrifugado económico. Basándonos en esa importancia de los motivos ocultos, pasamos a concentramos en el caso del abogado Gaxiola, quien alguna vez había sido un hombre entregado a los ideales sociales de la izquierda, según ha relatado la propia Anabel. ¿Cómo acaba un hombre así siendo el abogado de un poderoso narcotraficante? Nos preguntamos si las confidencias hechas a la periodista fueron un intento de resarcimiento, el canto de cisne de un hombre que, después de todo, buscaba recuperar, al final de sus días, algo de los nobles ideales que alguna vez había tenido. Trasladamos nuestra duda a Anabel, cuya respuesta no se hizo esperar: “Antes que nada, debo ser honesta, ya que no soy estúpida. Fue con autorización de Mario Zambada y Vicentillo que el abogado me buscó para contarme la historia sobre los acuerdos del gobierno americano con el Vicentillo. Me imagino que, en un principio, pensaron en poder contarme la historia que querían y que con eso bastaría. Sí, la usamos, nos es útil y basta, como sucede muchas veces. Esa es la realidad. No obstante, también engañaría a la gente si no añado lo que pasó después. Anabel hace memoria. Para entender el porqué de las revelaciones de Gaxiola, nos dice que influyeron tanto el reconocimiento a su labor periodística por parte del abogado, como las pruebas de su honestidad personal. Pero también concede importancia a los cinco años de encuentros que mantuvieron. Durante ese tiempo, se fue trabando una relación más estrecha entre ambos, algo que, sin duda, facilitó que el letrado decidiera compartir confidencias con la periodista, que el capo y su hijo Vicentillo no querían, en un principio, que se supieran: “cuando finalmente me entrega el diario -cuenta Anabel-, Gaxiola da la espalda al mundo al que había pertenecido. Él sabía que arriesgaba su vida, por eso me pidió que no revelase nada de lo que me había entregado, hasta que él ya hubiera muerto. Yo creo que cuando Gaxiola descubre que se está muriendo de cáncer, hace una reflexión consigo mismo y toma esta decisión. Por otra parte, considero esa elección como histórica, ya que, independientemente de que los haya publicado o no, por sí mismos, los documentos que me entregó tienen un valor importantísimo, porque hablan de qué era el cartel realmente, y lo hacen desde muy adentro, más allá de los discursos del Mayo o de su hijo.

Esa “decisión histórica” de Gaxiola, como lo llama la autora, nos conduce a una última pregunta. Hacía pocos días que se había echado por tierra la “verdad histórica” fabricada durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, para “tapar” la realidad de lo ocurrido en la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, en septiembre del 2014. En su libro, La verdadera noche de Iguala, la periodista presentaba su propia hipótesis al respecto. No obstante, ante las últimas noticias sobre el caso, que desvelaban el engaño, Anabel compartía con nosotros su propia lectura del asunto: “Pienso que echar abajo una versión oficial, por parte del gobierno, es un pronunciamiento positivo, pero, desde mi punto de vista,  es tardío. Sé que es una nueva administración, pero cuando llegaron, en 2018, ya había un largo recorrido que probaba que la versión dada por el gobierno de Enrique Peña Nieto era falsa. Yo también he dedicado los últimos años de mi vida al caso de Iguala que, además, se cruza con el tema del narcotráfico. Desde diciembre de 2014, comencé a publicar la lista de todas las personas que estaban siendo torturadas por la Procuraduría General de la República con el fin de fabricar confesiones de hechos que nunca habían sucedido. Ese mismo año, publiqué cómo el ejército y la policía federal habían participado, activamente, en el caso. También publiqué cómo el señor Tomás Zerón, quien ahora tiene finalmente una orden de aprehensión, había torturado a personas y manipulado la investigación. Es un personaje que está totalmente coludido con el caso. Fue uno de los pocos que supo lo que sucedió realmente aquella noche y es también uno de los pocos que armó, paso a paso, toda la manipulación de la llamada “verdad histórica”. Sólo él puede decir quién se lo ordenó y por qué lo hizo. Yo planteo mi hipótesis en el libro, pero sería bueno que un actor principal de los hechos pudiese confesarlo. Menos mal que ahora lanzan este pronunciamiento. Sin embargo, el año pasado tuve acceso a la información, por parte de funcionarios públicos, de que el señor Zerón se había acercado a las autoridades mexicanas diciéndoles que quería colaborar. A mí me parecía que lo mejor era encarcelarlo, porque se les iba a escapar. Así fue, ahora el señor está prófugo y esa grave deficiencia puede costarle al gobierno el esclarecimiento del caso”.

Hoy, las investigaciones y testimonios reunidos por la periodista Anabel Hernández, en más de una década de trabajo, son, sin lugar a duda, una referencia periodística, pero también histórica. Por ello, ha pagado un alto precio. A Anabel le ha costado su exilio de México, si bien tiene claro el propósito de su sacrificio: “ayudar a mi país a entender la situación y tratar de resolverla”. La periodista y autora de El traidor, agrega: “cada vez que me obligan a irme, me empujan a tener un mayor empeño en aprender más cosas y en moverme a otros escenarios. En los lugares a los que soy invitada para impartir conferencias sobre el crimen organizado, me encuentro con nuevos expertos que comparten sus conocimientos conmigo y me ayudan a abrir mi visión. Estoy empezando a tener una mirada mucho más amplia, que asusta, porque empiezo a ver que el monstruo tiene muchas más cabezas de las que había imaginado y, desde luego, que es mucho más grande que los carteles mexicanos”. Finalmente, concluye: “no salí de México para estar más tranquila. Me vi obligada a salir y de renunciar a mi familia y al país que amo. Sé que no tengo una vida tranquila, pero también sé que ha sido por elección”. Anabel cierra nuestro diálogo a tres voces con la misma fuerza con la que lo comenzó. Su epopeya no cabe en fotografía alguna.

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