El público y Muerdo

Caliche Caroma

Monarcas jugaba contra el América, las calles de Morelia se encontraban semivacías, el estadio Morelos estaba lleno, noche de futbol. Mientras tanto, en el centro de la ciudad, Muerdo se preparaba para su presentación. Es el cinco de diciembre de 2019, pasadas las nueve de la noche, en el #190 de la calle Héroe de Nacozari hay una fila mediana, las personas que están formadas traen en sus manos los boletos para el íntimo encuentro con el autor de Viento Sur, tercera producción del de Murcia.

Es la segunda vez que Muerdo viene a Giraluna. Daniela Parra, una de las encargadas del foro cultural y cooperativo, agradece a los asistentes que han llenado el lugar, les recuerda que este espacio necesita del apoyo de los presentes para seguir existiendo: “Ahorita que llegue Pascual, por favor, les voy a pedir que se levanten para recibirlo”. Mucha de la gente está sentada en el suelo, tranquila, saben que la cercanía con el músico es importante, ¿dónde más podrían tener contacto tan directo con el artista que admiran? En la entrada, un grupo de amigos insisten en que se les venda otro boleto, el cadenero duda, al final nadie se queda sin participar del momento.

Muerdo comienza a cantar desde el camerino, la gente se pone de pie. Al principio, varios no ubican de donde viene la voz, tardan poco en darse cuenta: “ahí está, míralo”. Avanza lento, regando su voz por el recinto y mirando a la gente que lo ha venido a escuchar, se nota en los rostros la emoción, algunas mujeres, y también hombres, se sonrojan cuando les roza el brazo. En el escenario lo espera su guitarra acústica, de lado derecho el ingeniero de audio, en el izquierdo se encuentra su asistente, siempre atento a los movimientos del cantante. Gritos, la aguda prueba de la deferencia.

La canción de la carretera, Gallo negro, gallo rojo, Tendré, los temas son conocidos por casi todos, la gente canta con él, aplausos como caja de ritmos: “tenías razón, sí canta bien bonito”, así le habla un chavo de chamarra de cuero a su novia, ella sonríe, sabe que le atinó. Muerdo se despide un par de veces, sus fans no lo dejan ir, opta por hacer más íntima la ocasión, se sienta en la orilla del escenario y toca sin sonido, sin micrófono; los prepara para la despedida, ellos quieren que siga cantando. Uno de los que están muy cerca de él llora, ríe, no lo puede creer: “Dejen que haga yo los estribillos y me ayudan con los coros”, bromea el cantautor de Invisible.  

“Prefiero hacer dos Giralunas que un concierto masivo”, Muerdo reitera su gusto por los lugares pequeños, a pesar de que su fama, es decir, sus seguidores en redes sociales, no deja de crecer. La plática, al terminar el concierto, de dos músicos morelianos, es interesante: “A mí me parece que Muerdo es la fusión de Facundo Cabral y Manu Chao, como si hubieran nacido un hijo de ambos”, la ocurrencia tiene algo de verdad porque el interlocutor no se ríe, sólo asiente con la cabeza. Todavía alcanza a firmar algunos discos y libros que llevó para vender, es felicitado un par de veces en la calle donde lo espera un carro rojo, sube a él y se va, esta noche Muerdo ha cumplido, el público está contento, feliz.

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