En torno de una mesa de cantina

Caliche Caroma

La lectura de textos literarios en voz alta y a la cara del público (¡El poema avisa!), en su mayoría poesía, pero también cuento, crónica, ensayo y epístolas, ha sido una constante en la ciudad de Morelia desde tiempos decimonónicos, por tal motivo algunos pepenadores de la historia le han llamado a la capital michoacana “la ciudad de los poetas”. Sin entrar en los detalles de los cientos de festivales de poesía que aquí se organizan a la menor provocación, las lecturas en voz alta también son pequeños festivales de poesía que celebran la voz y la literatura; la mayoría de estas lecturas van acompañadas de una bebida espirituosa (o enteógeno de su preferencia), quizá un cigarrillo, el histriónico gesto, la posibilidad de la memoria (Mnemósine), todo esto en torno de una mesa de cantina como reza el poema que Monsiváis y las grabaciones navideñas hicieron famoso. Grita el poliglota: Poems everybody! Sí, aun en tiempos de pandemia.

De estas lecturas abiertas, son famosas las que organiza desde hace años Marco Antonio Regalado, Los Nuevos Beats, aunque noveles en su nomenclatura, resultan las más antiguas; con menos tiempo de existencia, pero igual de intensas, se encuentran las que dirige Abdías Martínez en el museo del beodo que lleva por nombre La Pulke, los Jueves Literarios. No hay que olvidar los Slam de poesía para morras, el Circuito Independiente de Arte Morelia, los desaparecidos Viernes de Escritores de la Semich, el Corredor Literario de la Casa de la Locura, Litigantes de la Literatura y las lecturas que intermitentemente ofrecen los talleres literarios y los poetas solitos para dar a conocer sus creaciones, crímenes y despropósitos. Leo porque existo o aquí mis poemas son los que truenan, poemas-chicharrón, porque suenan.

En este contexto surge Por la libre, una convocatoria para leer en voz alta los textos propios e impropios. Es Ricardo Pérez Campos, canta-actor y karateka narrativo, el responsable de Por la libre, actividad que acontece en la galería café Kitsch, ubicada frente a la antigua central de camiones, hoy cueva de policías municipales, en la calle Eduardo Ruiz (o como le dice la delincuencia circundante, Eduardo Ruin) #559, Centro Poético de Morelia. Asistimos con el-artefacto al punto de encuentro para escuchar a la docena de talentos que gritó, blasfemó y se reconcilió con Satanás frente a una copa de vino tinto o le dijo a dios sus pecados en endecasílabos. En las paredes las pinturas de Juan Carlos Mori y Rafael Flores. Lo siguiente es un apócrifo resumen de una noche de palabras, pizzas y mezcales (mutatis mutandis).

Fue Pérez Campos quién comenzó la lectura en voz alta con un cuento largo que dividió en varias secciones, el cuento trataba sobre la fiebre aftosa y el rifle sanitario que en la segunda mitad de 1940 causó molestias y más de un levantamiento armado en México. Le siguió Zeila Pineda Rangel que título a su texto “Mundos Paralelos”, también narrativa susurrada con dulce voz y los rizos pronunciados de la autora. La poesía se hacía la difícil. Milo Vidriera se definió como un licenciado con capacidades diferentes y leyó sus textos en su teléfono móvil, bendita tecnología.

Ramón Sánchez Reyna enteró a los neófitos de la poesía de Griselda Álvarez, poeta nacida en Jalisco y primera gobernadora de un estado en México, a saber, Colima; el historiador recitó los sonetos tropicales que extrajo del libro Anatomía superficial (1967). Llegó Giselle Camila y con ella la poesía vibró aún más, “Las ningunitas” y otros poemas suyos leídos con ritmo, coraje y una que otra décima al aire. Calixto Villaseñor se dijo nervioso, tembló un poco, las cámaras lo distraen, sin embargo, lo logró, de espíritu priápico, sus lascivos sentimientos chorrearon las paredes del Kitsch.

Lupita Campos informó a los concurrentes que hace décadas vive con su esposo (¿?), mencionó a Pito Pérez y dio todo un recetario de remedios naturales para dolencias varias («hierba santa pa’ la garganta»). Mario Carranza, cantante y “descompositor”, compartió dos de sus canciones: “No me considero un poeta, pero ahí les van mis versos” e hizo la apología ranchera del feminismo de redes sociales en do mayor. Hubo pausa para la cafetera. Leydi Cahuich recitó y cantó uno de Gata Katana y otro de ella, al borde de las lágrimas su voz casi se quiebra, pero resistió el tristísimo embate y salió avante.

León, así nomás, tenía ganas de decir algo, y lo dijo bailando pues bailarín es: “No me alcanza para existir y sin embargo yo / Vivo en la tristeza y en la periferia”. Marina Martínez leyó en voz alta por primera vez: “Vuelo / Mi Cuerpo siempre deseando matarse”. Julio David González al cuadrado se lo sabía de memoria el poema y se puso la máscara, latinismos y una oda al paganismo libre de colesterol: “Decidí violar la letra / ¿Cuándo dejamos de hablar un solo lenguaje?”. Prisci Álvarez trajo la poesía en purépecha y también los poemas de larga duración, algo que se contagia con facilidad, sus cuates lo acompañaron y le aplaudieron con ganas. Y terminó la lectura en voz alta con una Andrea sin apellido, pero precisa y breve, antes de llenar de chocolate la velada dijo lo siguiente: “Me escondo en las palabras de alguien más”.

Esto más o menos pasó en el Kitsch el jueves 3 de diciembre de 2020, después de las seis de la tarde, un infundado testimonio de la lectura en voz alta que no para, micrófono abierto, los magos de la tribu reunidos, compartiendo los corazones, los hígados y los estómagos, tertulia sagrada de musas trans, el genio ebrio, Neruda se la come, las rosas son fiadas: «Digo poesía en voz alta para asustar los pájaros de mi olvido».

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