Entre la caricatura y el espantapájaros hay un vacío

Juan Velasco 

(Más notas sobre nuestra discusión pública)

Finalmente comenzaron las campañas para la elección del 6 de junio. Y con ello se agudizaron algunos de los rasgos de nuestra discusión pública además ahora repetidos en el eco de los spots, cuyo número y frecuencia puede llegar a provocar hastío si no auténtica náusea.

Lo primero que llama la atención es una aparente paradoja: el grupo que ostenta la mayoría, que se nombra transformador y hasta revolucionario (por eso entre la justicia y la ley siempre eligen la justicia) llama a un voto de la continuidad, de la permanencia; mientras que el grupo de los señalados como conservadores y opuestos a la transformación llaman a votar por… el cambio. Como la paradoja es sólo aparente y quien me lea seguro se da cuenta ni me detengo en ella. Sólo llama la atención la recurrencia del planteamiento: “si no es con X el proyecto no se cumple, necesita más tiempo”. Por eso el Partido de la Revolución se volvió institucional, para tener tiempo de realizarla. En fin.

Se ha señalado con justeza que los partidos de oposición no ofrecen ninguna propuesta en positivo, su discurso se limita a repetir que López Obrador y su 4T están destruyendo al país y que hay que evitar que siga haciéndolo. Se señala menos pero también hay que decirlo: el partido que rodeado de una variopinta alianza de personajes de distintas calañas y tomando como bandera a López Obrador obtuvo la mayoría en 2018 tampoco ofrece nada, se limita a decir que hay que salvar la esperanza y apoyar con todo a “ya sabes quién”.

¿Cómo se articula el discurso de estas campañas sin propuestas? Con base en dos estrategias principales. Por un lado; la de la ridiculización, la caricatura. Se exageran los rasgos percibidos como negativos que pueda tener el contrincante, se señalan hasta el cansancio sus pifias y fallas. Todo esto con la finalidad de desacreditarlo por la vía de reducirlo a un objeto de burla. Memes, chistes y apodos forman parte de esta estrategia. Y entonces escuchamos discursos construidos casi únicamente con estos elementos.

En el colmo de esta línea de estrategia hemos visto que las propias campañas se convierten en caricaturas. El uso del TikTok, videos, intentos de apropiación de las tonadas populares. Y las candidaturas transformadas en la ocasión para apostar al ridículo propio para ganar votos, total: si nada se ofrece y aun así se vota, nada se podrá reclamar después.

La otra estrategia es la del miedo, la del espantapájaros. La oposición le dice al electorado “no te dejes engañar; si vuelven a ganar seguirá un mal manejo de la pandemia, no habrá crecimiento económico, huirá la inversión, se ponen en riesgo las instituciones y la democracia; vamos al abismo.” Por su parte la alianza que tiene la mayoría le dice al electorado “no te dejes engañar, si vuelven los de antes volverán también la corrupción, los privilegios, el saqueo, el desprecio por los pobres y las injusticias; nos quieren regresar al abismo”.

Atención. Una parte de nuestro imaginario asocia las campañas de miedo con la derecha. Se entiende, así ha sido. Sólo señalo que también la llamada izquierda está recurriendo a la herramienta. De pronto parece que nos falta aislar las estrategias de quien las aplica, para reconocerlas.

Y ante eso estamos. Una vacuidad que pretende provocar risa o miedo para orientar el voto. ¿Qué elegimos, caricatura o espantapájaros?

Pero ese vacío que dejan las campañas en realidad está habitado por monstruos. Todas las formas de violencia están ahí, las desigualdades, las injusticias. Todo eso de lo que las campañas no hablan pero que nos rodea, nos atraviesa, nos habita ¿qué elegimos, caricatura o espantapájaros? Porque los monstruos ya están aquí.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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