Fracturas del arte

Livier Fernández Topete

La definición de arte es ilimitada, parcial y debatible; filósofos, teóricos, académicos,  historiadores y artistas no logran llegar a un acuerdo al respecto, no existe definición unánime y sería insensato tener esa expectativa, pues romperíamos con una de las cualidades medulares del arte: su indeterminación.

Esta imprecisión, irresolución, ambivalencia o ambigüedad, son clave en la comprensión de la naturaleza del arte. El arte está hecho de múltiples significados para posibilitar infinitas lecturas.

Pero si intentamos constreñir el concepto, grosso modo el arte puede ser una actividad o un producto con finalidades estéticas, representativas, expresivas y conceptuales a través de diversos lenguajes, como lingüísticos, plásticos, visuales, sonoros, corporales, escénicos e híbridos. Todo arte está inscrito en una cultura y para ser leído de una manera más justa e integral, debe sumarse al producto o la acción, su contexto (ubicación temporal tanto en la línea del arte como en la de la historia, situación política, económica, proceso creativo del artista, etc.) y entrelazar los referentes del lector de la obra: a mayores referentes, lecturas más ricas. Claro, también importará la calidad de referentes del lector, entendiendo por los mismos, el repertorio de imágenes (sonoras, visuales, corporales, etc.), las lecturas realizadas, las experiencias y, en general, las lentes bajo las cuales se lee lo que se lee.

La pregunta sobre qué es arte y qué no es, es igual de complicada y compleja que su definición, dependerá del ángulo de quien delimite y discusiones no faltarán sobre la mesa. Para este punto, quizá sea importante la inclinación que se tenga respecto a la línea del arte (no la línea del tiempo), tal vez, en uno de los polos podamos ubicar al formalismo y en el otro al arte conceptual.

El formalismo, según la tesis de Konrad Fiedler, asume que “el contenido propio de la obra de arte consiste en la forma”. Esta idea implica que los valores estéticos pueden sostenerse por sí mismos y que su juicio puede ser aislado de otras consideraciones, tales como las éticas y sociales. Se priorizan las cualidades meramente “formales” de la obra, o sea, los elementos visuales que la configuran: forma, composición, colores y estructura. Podemos rastrear sus antecedentes en la Crítica del juicio kantiana. Y su defensor más contemporáneo fue Clement Greenberg, crítico de arte estadounidense muy vinculado con el movimiento abstracto en ese país, entendido este movimiento como la expresión artística que suprime toda figuración y propone otra realidad distinta a la “natural”.​ Esta estética usa un lenguaje visual de forma, color y línea para concebir una composición que no depende de referentes visuales del mundo real.​

El arte conceptual es un movimiento artístico en el que el concepto o idea es más importante que el objeto físico o material. Desde este punto de vista y tendencia, las ideas están por encima de las formas sensibles, es decir, lo artístico es el concepto en sí mismo y no el producto o el objeto, es posible incluso excluir la realización material, porque esta mirada se mantiene indiferente a la técnica, al material o a las formas utilizadas para representar. Varios autores coinciden en que el arte contemporáneo es un arte post-conceptual.

Hablo de estos dos movimientos como si fueran dos polos del arte, no refiriéndome a aspectos temporales, sino a ideas o posiciones: hacer hincapié en la forma o en el concepto. Los matices quedarían a las diferentes alturas de esta gran brecha, pero estos son los extremos que parecen irreconciliables.

Aunque si hacemos de uroboro que engulle su propia cola formando un círculo, posible sería que se tocaran estos polos, pensando por ejemplo que conceptual es todo arte, pues cualquier producción artística encarna una idea, incluso si su preponderancia está en la forma, inclusive si su idea es la no idea; pensando por ejemplo que formalista es todo arte, pues cualquier producción artística encarna una forma, incluso si su importancia está puesta en el concepto, inclusive si su forma es la no forma. Pues las ideas, son figuraciones y configuraciones que habitan el aire para que alguien las aterrice y no hay manera de aterrizar que no sea a través de una forma, aunque fuera etérea, efímera, invisible e inasible; los pensamientos están hechos de materia y para prueba el botón de lo incorporado: esa sustancia racional que también nos conforma, porque estamos hechos no sólo de carne, sino también de imágenes, de ilusiones, de prejuicios, de nociones, planes, convicciones, creencias, ideales, ideologías, credos y otros tantos hilos de apariencia inmaterial que se adhieren tanto a nosotros como si fueran ingredientes de la masa multiforme que somos.

Si hacemos de Hermafrodito de dos sexos, posible sería que se tocaran los dos polos del arte: lo femenino como la forma y lo masculino como el concepto.

Si hacemos de El Mundo como último arcano del Tarot, posible sería este contacto: la conciliación de la forma con el concepto, la templanza entre los elementos universales y psíquicos: tierra como forma y aire como concepto.

¿No habrá acaso una trampa en este divorcio?

¿No acaso un sesgo y una omisión importante en cada extremo?

Con todo y sus consideraciones contextuales, sus reacciones, sucesiones o antecedentes ¿No encarnan estos polos una dificultad intrínseca al sujeto creador, una incapacidad de comprensión y un ansia irresoluble de conflicto?

Pues los radicales pueden ser valientes o necios, visionarios o ciegos, incluyentes o excluyentes, complejos o reduccionistas…

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

Fotos e imagen de portada: Wendy Rufino

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