Germinando

Livier Fernández Topete

Era el único manzano enraizado en el terreno más pantanoso. Era el único habitante de la isla suspendida en la rama más grande del manzano. Su cielo era otro vástago que había crecido antes por encima. En su techo de hojas estelares dormía entre frutos y encallada una embarcación. El navío era el sueño de este marinero en tierra arbórea. Él: poblador y buque de la pequeña ínsula. Una sola cuerda que conecta los dos mundos: arriba y abajo. El hijo de Hermes toma con una de sus manos el cabo que le cae desde la bóveda arborescente, con la otra, echa a su vez el extremo de la cadena hacia abajo, ignora lo que hay en ambas puntas, imagina lo que hay, supone lo que hay, con ensoñaciones dibuja edén e inframundo, de esta forma sale a ratos de su cápsula. Clava la vista en el horizonte, pues la esperanza vive en la puesta del sol, sus ojos bailan durante la jornada diaria, luego regresa la mirada al frente cuando oscurece, pues la poesía tiene su nido en la luna. Nubes circundan el paisaje, condensaciones flotando en el espacio, resúmenes del existir, preámbulos de lluvia, epílogos para el buen morir.

Desde afuera, todo es un árbol extendiendo sus extremidades, siendo mar su cima para el barco, siendo casa del hombrecito su segundo nivel, permitiendo ilusión, abismo y anzuelo, germinando inagotablemente.

Él: marino, tripulante solitario, ensueño y soñador.

Imagen de portada: Manzano dorado de Gustav Klimt.

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