Guaguancó raro o Tú enrúmbate y después derrúmbate

Caliche Caroma

Que viva la música, título de un tema de Ray Barreto, comparto aquí la versión en vivo (¡dura quince minutos!), esta tremenda descarga viene en el disco Tomorrow, 1976. El bajo, tocado por Guillermo Edgehill, hace un guaguancó en obstinato que llega al cuarto minuto, revienta, papo, revienta. Solos de timbal, coros y el final es un regreso al bajo del inicio, Que viva la música.

¡Que viva la música!, casi lo mismo, pero con signos de exclamación/admiración el libro del escritor colombiano Andrés Caicedo (1951-1977). Salsa, sexo y drogas, agradable reunión en poco menos de doscientas páginas, tabaco y ron, que ha llegado el boogaloo, mi negro. El personaje principal es una muchacha caleña que experimenta con ritmos y colores allá en los cercanos setentas, “oye, quien toca no es Stravinski, es estrabancao». Ella descubre la música y la música la descubre a ella, » Toda la gente la llama/Sí señor/La reina del boogaloo».

La repetición con ají, principio del ritmo latino, “lluvia con nieve”, media página con esta frase sacada de una canción homónima. María del Carmen Huerta es el nombre de la joven mujer de pelo rubio, rubísimo, su cabellera encanta a los guapos: “Mona, no es sino que aletee ese pelo sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa”. María del Carmen Huerta leyó El Capital de Karl Marx, grupo de estudio y toda la cosa, aunque pudo más Richie Ray y su sonido bestial: “Ey, que ahí viene Richie y viene virao, como bestia, tocando un tumbao”, no hay que olvidarse de Bobby Cruz, “vamos tocando como bestias” y Mariángela, mulata que secuestra la pista, estas dos tienen candela.

Federico Marulanda me recomendó el libro de Caicedo, quizá lo hizo por mi afición a las percusiones latinas o tal vez porque es una buena novela experimental, con el acento de Cali. Fue él mismo quien me regaló la primera edición de la obra más conocida de Caicedo, Instituto Colombiano de Cultura, 1977, mismo año en el que murió el autor de la gozadera llamada ¡Que viva la música!, uno ya sabe que la juventud es el banquete de la muerte: cuando la muerte es uno no baila y cuando uno baila, la muerte no es.

Federico contóme que el buen Andrés escribió mucho sobre cine, la referencia al séptimo arte dentro de ¡Que viva la música!: “Adonde mejor se practica el ritmo de la soledad es en los cines. Aprende a sabotear los cines”. La vertiginosa historia en primera persona femenina tiene algún parentesco con el documental de Leon Gast y su Our Latin Thing, pero si de referencias se trata, las alusiones a canciones de aquí y de allá, al final del libro aparece una larga lista de temas musicales de artistas como los ya mencionados y otros como Celia Cruz, Johnny Pacheco, Rolling Stones, Larry Harlow, Lebron Brothers, The Animals, Willie Colón, et al. Un buen ejercicio es escuchar las canciones conforme las vayan mencionando en la novela.

“Era la furia que tenía adentro la que respondía al ritmo”, contundente declaración de la Siempreviva, nos hace dar vueltas, giramos a la derecha, luego a la izquierda, un, dos, patrás, padelante, el arrebato coordinado que nos conduce a través de la lectura con las diferentes claves, la de tres-dos, la de dos-tres e incluso el tres desplazado (guaguancó habanero); furia bailable con unas esnifadas reponedoras, blanca navidad en Cali, ponte duro, bongó, ponte duro. María del Carmen es un ser insaciable, nada la llena, nada la detiene: “Esto de ver rodillas donde hay montañas, lo supondrá el lector, es porque la muchachita ha probado sus drogas…”, apenas estamos en la página quince y ya el autor se ha soltado el pelo y nos invita a probar la caspa del diablo, dólar hecho tubo, mamita, tranquila, que aquel bembón me mira feo.

Un guaguancó literario, un guaguancó raro y triste, ¡Que viva la música! nos lleva de fiesta en fiesta, de rumba en rumba, de una con LSD, buscando algo, de todos modos nos vamos a morir, no pasa nada, la muchacha de rubios cabellos sabe lo que hace, «tú enrúmbate y después derrúmbate». Siempreviva la lectura, recomendable la novelica del Caicedo, atrevida, rebelde, intrépida porque los verdaderos rockeros bailan salsa: “Poné ese radio, ¿querés?, y yo que lo pongo y suena tremendo Rock pesado y seguido. Miré a Ricardito emocionada. Es Grand Funk, me informó. Él entendía. Yo lo admiraba”. Bailen ustedes este libro, si les apetece. Y una última cita con cena: «Échale de todo a la olla que producirá la salsa de tu confusión».

Anexo: Existe una adaptación al cine que dirigió Carlos Moreno en 2015, Paulina Dávila interpreta a María del Carmen.

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