Fco. Javier Larios Medina: La compañera de mi vida

Fco. Javier Larios Medina

“La locura es un placer que sólo el loco conoce.”
Dryden

Yo vivo en el bosque principal de esta ciudad desde que tengo memoria. No sé quiénes fueron mis padres ni en qué lugar he nacido. Todos creen que estoy loco, que soy un hombre solo y desgraciado. Pero están equivocados. Este bosque es mi casa y es mi mundo, donde vivo feliz. No quiero estar en ningún otro lado, porque aquí tengo todo lo necesario; además no podría vivir en otra parte…no sabría cómo. Además, y aunque nadie lo crea, aquí soy feliz. Huyo de los hombres, porque me dicen los árboles que hacen daño y que contagian enfermedades como el odio, la intolerancia y la hipocresía. Las estrellas me murmuran al oído en las altas madrugadas que la ciencia y el progreso son el peor contagio para la alegría verdadera. Que me cuide de todos los objetos fabricados por la tecnología moderna, que son demasiado peligrosos… A pesar de todo, yo tengo amigos, muchos… A veces duermo en el museo que está dentro del bosque, ahí me cuidan y arrullan los cuadros que cuelgan de los muros. Ellos también me quieren, pero me dan tristeza cuando los veo tan solos y encerrados sin nadie que vaya a verlos. A ellos sí les muestro mis escritos porque no se burlan de mí, ni me dicen que estoy chiflado, chiflando en la loma. Ahora mismo acabo de decirles los versos que compuse para la luna, que es también Circe, -mi adorada griega inolvidable- y yo escribo para ella, para arrullarla y que siga dormida, para que nunca sepa que el mundo -no solamente nos margina-, sino también, nos tiene en el completo olvido:

La luna

Es un fruto maduro de blancura
que tiene el alma rebosante de dulzura.
Se hincha la luna de placer
cuando empieza la tarde a anochecer.
Circe la ve con amor
porque canta en su pecho un ruiseñor.
Con ese globo de plata
la fantasía se dilata.
El conejo le guiña un ojo
y ella se pone en sonrojo.
Los lunáticos están felices
cuando ven volar las perdices.
Se despide este autor delirante
porque ya es cuarto menguante.
Y una muchacha me espera
tejiendo como hilandera.

Pero mis mejores noches las vivo junto a mi estatua preferida. Sé que algunos paseantes asiduos la llaman “la ninfa de la abundancia” porque lleva entre sus marmóreos brazos, un cuenco abundantemente surtido de frutas y flores. Yo la llamo “la compañera de mi vida”. Porque es la única que me conoce a fondo y sabe comprenderme. Ella es mi refugio y mi consuelo. Siempre que me ve llegar, baja presurosa del pedestal para llenarme de dulces besos y caricias tiernas. ¡Es tan hermosa con sus ojos negros, la piel tan tersa y su radiante cabellera! Ella y Circe son la misma persona en diferentes formas…

Y ya no puedo seguir contándoles más, porque se hace tarde y ella me está esperando con ansiedad para que le peine sus húmedos cabellos, en esta noche de llovizna y luna llena. Ya empiezo a escuchar el canto de su voz melodiosa que me está llamando. Ya, ya voy corriendo hasta tus brazos, bellísima imagen de mis sueños, cálida caricia que me encanta… Ella y yo somos uno mismo, dos caras de la misma moneda. Ella -petrificada en el tiempo- no puede hablar, pero yo hablo por su boca, y escribo desde esa inmovilidad y olvido al que ha sido condenada. Y sin embargo, a su lado todo se olvida y ya nada me importa.

Foto: Fco. Javier Larios Medina

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