La herida y la caricia

Livier Fernández Topete

Sumergirse en la gran fuente de agua salina. Emerger. Fundirse con el mar, los poros despejados, la inmensidad y la necedad del hombre. El arrebato, la fuerza brutal, lo sublime, el hombre pequeño que ignora o reconoce.

El sol derritiendo su oro sobre la superficie del agua, acuarela que amanece en lienzo turquesa, brillantez y limpidez que se repiten en el espejo de los ojos.

La luna que todo lo mueve, impone su vigor, desnuda sus imanes y juega el eterno juego de la seducción. Blanco fluorescente, plata líquida en la cresta de las olas al caer la noche, fresco que extiende su cuerpo, horizontalidad siempre en vigilia.

Piélago rabioso o manso, dispuesto a la herida o la caricia. Océano hocico abierto, fauces para engullirlo todo, boca para besarlo todo con lengua de sal y de arena.

Mar visto ya, dicho ya, pero nunca finitud para el que contempla.

El coleccionista de sueños, de Jason deCaires Taylor

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.


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