La luz en la cueva de Pan

Livier Fernández Topete

Entre los 22 arcanos mayores del Tarot, en un mazo basado en la mitología griega, existe un arcano que retrata a un Sátiro, mitad hombre mitad macho cabrío, con cuernos de chivo sobre la cabeza y barbas largas. Pan, adorado por los griegos como el Gran Todo, encarna el espíritu fértil y fálico de la naturaleza salvaje e indómita, gracias a él, los dioses del Olimpo pueden divertirse.

En su representación gráfica, (en el mazo del Tarot mítico de Sharman-Burke y Liz Greene, arte de Tricia Newell), con una de sus manos, toca un instrumento de viento que construyó con juncos, la flauta de Pan, con la otra mano, sostiene las cuerdas que van atadas al cuello de dos seres humanos desnudos, mucho más pequeños que él; ellos, hombre y mujer, se dejan llevar por este arcano del Diablo que es La Sombra de ellos mismos proyectada a gran escala, parecen títeres de este ser instintivo, les conviene esta posición, este juego en el que ellos proyectan sus demonios para verlos fuera de sí y luego entonces dejarse guiar sin mayor cuestionamiento; les conviene esta victimización, pues en la dinámica del oprimido y el opresor, el esclavo está desprovisto de todo poder, es sometido y se somete al amo por falta de consciencia, hay cierto disfrute en esta falta de responsabilidad, en esta negación de la voluntad, en este rechazo a la libertad.

Pero es claro en el arte del mazo: el par de títeres humanos no están atados de ninguna extremidad, por lo que tienen las manos libres para desanudarse el cuello, para soltarse del Diablo y moverse por cuenta propia.

Pan era adorado en grutas y cuevas, rodeado de miedo, de “pánico” que, como en estas figuras, sugería fascinación y espanto a la vez.

El Diablo ha sido despreciado por la tradición judeo-cristiana, pues es entendido como un ser que se opone a Dios, como alguien más grande y poderoso que los humanos, capaz de tentarnos y hacernos caer en pecado.

Desde un punto de vista junguiano, Pan es una construcción cultural, un ser creado y proyectado fuera de nosotros por la repulsión de esa parte sombría que nos constituye. Dionisio y Apolo son una dualidad latente dentro de nosotros, lo que nos convierte en soberanos pero responsables.

El Arcano de El Diablo nos invita a ver a la cara a esa parte que nos avergüenza, que repudiamos por quedar fuera de lo que deberíamos ser, las pulsiones oscuras de la personalidad. Obliga a la liberación de las cadenas auto impuestas para redimir el poder creativo aprisionado por nosotros mismos. Mirar a la cara nuestro lado oscuro para acercarnos a ser “naturales”, ya que nuestra naturaleza está compuesta de ese binomio irreductible e innegable: luz y sombra, Eros y Tánatos, dios y demonio que revelan la verdadera, compleja y humana condición.

El Diablo escribe entre líneas que él no vive fuera de nosotros ni tiene todo el control y que la luz es sólo para el que pueda ver su propia sombra.

El Diablo, arcano del tarot mítico, de Tricia Newell

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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