La totalidad de lo real o El hombre en el castillo

Caliche Caroma

¿Vivimos en el mejor de los mundos posibles? Philip K. Dick publicó The Man in the High Castle en octubre de 1962, traducido al español como El hombre en el castillo, para escribir este libro partió de una sencilla pero interesante pregunta: ¿En qué mundo viviríamos si Alemania y Japón hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial? ¿Se lo ha preguntado usted?

El hombre en el castillo nos muestra ese mundo en donde alemanes y japoneses se han divido el planeta y gobiernan en tensa calma; los germanos pasan por encima de todo y de todos, en Japón les gusta conservar, tienen un espíritu digamos antropológico que los vuelve críticos de las purgas alemanas, por mencionar sólo algo de lo que los confronta en este devenir alterno: “Los culpables de esa situación eran los alemanes, sin duda. Esa tendencia que tenían de meterse en la boca más de lo que podían masticar”.

Son varias historias paralelas las que se narran, pero todas están conectadas por un libro prohibido que lleva por nombre La langosta se ha posado, título que sale de un pasaje bíblico (Eclesiastés 12:5, en su versión en inglés). Sí, un libro dentro del libro, novela escrita por Hawthorne Abendsen en donde se describe qué hubiera pasado si Estados Unidos quedaba como ganador de la Segunda Guerra Mundial, o sea, nuestro aquí y ahora. Dado que es un título prohibido, el autor es una persona no grata para los alemanes, los japoneses lo toleran (otra de las razones de sus velados conflictos), en su territorio, en su parte del mundo, La langosta no está prohibida y es un libro de culto para japoneses esnobs. Abendsen es ese hombre en el castillo, pero esto no es tan importante, hay que repetir que son muchas las historias:

“Pero ese libro, pensó Reiss, era peligroso. Si en alguna hermosa mañana alguien encontrase a Abendstein (Abendsen) colgando del cielo raso, la noticia devolvería la sensatez a cualquier que pudiese haber sido influido por el libro. Ellos, los alemanes, tendrían así la última palabra. Habrían escrito el colofón”.

Ingeniosas, verosímiles y seductoras las vueltas de tuerca de K. Dick, pero la pregunta aún no se contesta, ¿viviríamos mejor o peor si Alemania y Japón tuvieran el control de todo? Es complicado contestar con un genuino convencimiento, no obstante haber leído el libro dos veces, e incluso después de ver la adaptación para televisión que hizo Amazon Studios en 2015 (con una excelente banda sonora de Henry Jackman y Dominic Lewis). ¿Por qué? Porque aquí vivimos.

A los países que en este “mundo real” les va mal, en la ficción histórica o poshistoria de Dick también les va mal, quizá un poco peor. Verbigracia: El hombre en el castillo presenta al continente africano devastado, la población negra como conejillos de indias, es decir, igual que ahora; los países latinoamericanos, como si nada hubiera cambiado, explotados, en su sempiterna condición de patio trasero, repúblicas bananeras; los pueblos eslavos reducidos a la prehistoria; los rusos, castrados…

En resumen, minúsculas modificaciones, apenas un perceptible cambio en los papeles de verdugos y víctimas, pero la desigualdad y la injusticia continúan. Otro cuchillo, mismo dolor. No está demás decir, para no olvidarnos, que a los judíos los exterminan y los que quedan viven ocultos, disfrazados, operados del rostro y huyendo casi siempre. Muchos alemanes al perder la guerra hicieron lo mismo.

El hombre en el castillo de Philip K. Dick es una novela que perturba, le mueve el tapete a quien la lee, como la mayoría de las obras de este autor nacido en Chicago (1928-1982, nótese la correspondencia numérica), y la pregunta sigue interrogándonos. Tal vez no estén gobernándonos los nazis (¿no?), pero los estadounidenses no son ningún dulce de leche. El motor de los siglos pareciera que es la violencia:

“La historia continuaba. Los odios intestinos. Quizá las semillas estaban allí, en eso, se dijo Wegener. Se devorarían los unos a los otros, y el resto quedaría con vida diseminado por el mundo, aquí y allá. Un número suficiente como para edificar, confiar y hacer planes, pocos y simples”.

Por último, pues estos párrafos son la híbrida intentona de una recomendación literaria, algunos detalles sobre este libro. Ya en otros escritos de Dick se menciona al I Ching o Libro de las mutaciones, pero en El hombre en el castillo tiene un peso importante, algunos de los personajes no mueven un dedo sin consultarlo. Varias historias, sí, como aquella del vendedor de antigüedades que encuentra el sentido vital y nacionalista en una simple artesanía, un alfiler representa para él devenir del arte autóctono y, por ende, del “darse cuenta” de lo que se ha perdido después de la guerra. Ser dioses para sí mismos, algo que no ha cambiado mucho para los seres humanos, unos dioses no necesariamente buenos: “Dios se ha comido al hombre”.  Y la constante reflexión sobre lo que fue y lo que pudo ser, una nostalgia cargada de futuro, porque quien lee quizá tiene, aunque fugaz, la totalidad de lo real: “El pasado entristece a la gente”.

Banda sonora de la serie:

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