Mandar desde el atril

Juan Velasco

Parafraseando a Coco Chanel o, para quienes quieran sentirse trascendentes, a Heidegger- se puede decir que el estilo define y distingue a la persona. Define porque permite saber quién es y distingue porque permite diferenciarla de otras a partir de una marca que la caracteriza.

Se puede pensar que con base en una idea como ésta, Daniel Cosío Villegas se abocó en 1974 a escribir el segundo ensayo de su trilogía sobre la política mexicana cuyo título estaba llamado a convertirse en una frase hecha para comentaristas y practicantes –aunque la mayoría de las veces tengan una idea bastante pobre de lo que dice don Daniel.

La hipótesis general de Cosío Villegas consiste en sostener que dado el presidencialismo del sistema político mexicano y la enorme concentración de poder que se da en el titular del ejecutivo federal –con las facultades legales, constitucionales y metaconstitucionales (como las llamó Carpizo) que puede ejercer, el estilo de quien está a cargo de la función termina definiendo a toda la administración y dando un sello personal a cada sexenio.

Desde finales de los 90 del siglo pasado la sociedad mexicana comenzamos a construir y desarrollar contrapesos institucionales, políticos y administrativos para el poder del ejecutivo federal. Los gobiernos divididos logrados a partir del voto diferenciado, los órganos autónomos del Estado que vigilan la acción del gobierno en distintas áreas –derechos humanos, transparencia, políticas públicas, elecciones, etc.- el fortalecimiento de la independencia de los medios de comunicación, la aparición de las redes sociales y el vigor de la sociedad civil organizada fueron poniendo límites al ejecutivo.

Lo anterior no hizo que dejara de ser importante el estilo personal, sólo cambió su valor relativo. Por distintos motivos, cuyo comentario requeriría una columna aparte, las elecciones federales pasadas arrojaron un incuestionable y contundente triunfo de López Obrador, además de darle a su movimiento la mayoría en las Cámaras del Legislativo. De golpe, y quizá sin haberlo pensado, nos encontramos de nuevo ante un líder de una fuerza política hegemónica –ahora como producto de una elección libre y legítima realizada por el INE.

Desde esta circunstancia se reactualiza la pertinencia de la perspectiva de análisis propuesta en su momento por Cosío Villegas. Otra vez, y ahora por la decisión de una mayoría electoral, tenemos a un titular del ejecutivo con mayorías en el Congreso y que liderea una fuerza política hegemónica. Vale entonces poner atención a su estilo. También porque la fuerza política que comanda, Morena, ni de lejos es un partido en el sentido tradicional de tener cuadros, estructura, lineamientos, disciplina- es un movimiento multiforme y multicolor cuyo único eje de articulación es el líder. Y eso le otorga aún mayor capacidad de influencia y decisión.

¿Cuál es el estilo del actual inquilino de Palacio? Habrá quizá quien diga que es demasiado pronto para saberlo. Pienso que ya es posible. Aparte de que ya lo vimos ejerciendo el ejecutivo en la capital del país, realizó tres campañas para tratar de llegar a donde está. Lo hemos visto y oído durante poco más de 18 años. Algo se puede decir. Me voy a limitar a señalar tres rasgos de su estilo.

El primero es su tendencia a construir una visión polarizada y polarizante de la sociedad. Ha señalado en varias ocasiones que una de las obligaciones que asume es explicar a la ciudadanía lo que ha pasado y pasa en las instituciones, es decir, asume una función que quiere ser educativa y explicativa. El problema es que simplifica demasiado la explicación y aparece un panorama donde hay fifís frente a chairos, mafia del poder frente a pueblo bueno, canalla periodística frente a periodismo comprometido –todas las versiones posibles de buenos contra malos. Y él por supuesto es el líder de los buenos y si lo criticas o cuestionas es porque tienes intereses inconfesables que defender ¿quién podría estar en contra del bien?

El segundo rasgo es su antiintelectualismo mezclado con una profunda desconfianza a la autonomía de los órganos vigilantes y reguladores que como sociedad hemos ido construyendo. En más de una ocasión y refiriéndose a distintos temas (economía, ambiente, política social, etc.) ha señalado que el conocimiento experto no sólo es innecesario sino inconveniente, no es casualidad la recurrencia de refranes y frases hechas en su hablar. Al mismo tiempo ha sostenido de manera repetida que la autonomía de los órganos reguladores –casi siempre apoyada en conocimiento experto- no es más que una máscara para disfrazar la tecnocracia neoliberal que pretende impedir la transformación que él liderea en nombre del pueblo y por eso hay que limitarlos, subordinarlos o eliminarlos. Además, él es honesto ¿qué nos preocupa, qué necesidad hay de vigilarlo?

El tercer rasgo en cierto modo abarca los otros dos. La tendencia a convertir el ejercicio de su función en un discurso desde el atril de la conferencia matutina o el mitin de fin de semana. Juntos haremos historia se llamó la coalición que lleva a AMLO a la silla. Le Goff, o Villoro y Pereda, nos recuerdan que hay dos maneras básicas de hacer historia. Una es modificar de manera concreta la realidad a través de acciones. Otra es modificar la manera en que se concibe la realidad a través de discursos y narraciones. Me parece claro que el líder de Morena trata de hacer historia de la segunda manera, al menos hasta el momento actual.

Es un contador de historias. Manda desde el atril. Construye, entreteje y direcciona la narrativa que es su administración. Las acciones que hasta el momento se han realizado son pocas y por vía negativa –cancelaciones, suspensiones y distintas formas de negación, desaparición u obstrucción de lo heredado. Los programas de política social hasta el momento se han caracterizado más por la supresión de los intermediarios que por la distribución misma de los recursos. En este punto, sin duda habrá que esperar para saber si al final termina haciéndose algo y como.

Al mirarlo en el atril uno le da razón a Javier Tello (de quien difícilmente se puede decir que sea un opositor al personaje o al régimen que pretende instaurar) López Obrador es un político para la intemperie, para la plaza. Difícil imaginarlo dialogando o debatiendo, lo suyo es contar historias, dar discursos sin réplica. Y es bueno haciéndolo. Como director teatral lo miro y me digo que me gustaría tenerlo como actor de carácter en una comedia clásica, al estilo de las de Moratín ¿qué tanto me gusta al frente de la administración pública federal? Poco. Me gusta poco. Saludos.

jvelascoherrejon@gmail.com

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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