Noche de Muertos con onda tropical

Beatriz Rojas

El río de la Llorona envolvió las calles de Morelia el primero y segundo de noviembre este año y más de alguno habrá suspirado por su rebozo, muerto de frío.

Una festividad ya de por sí mestiza, que conlleva tradiciones judeocristianas y prehispánicas, ahora se entremezcla con reinterpretaciones de la festividad, desde la perspectiva estadounidense y su “Día de los Muertos”, que a través del filtro de Hollywood inspiró un desfile de muertos, uno de catrinas y convirtió a una anciana de una comunidad indígena en un fenómeno de circo, que puede verse agonizar tras un aparador de vidrio.

Hace años que los puristas de la festividad han lanzado advertencias amenazadoras de que Halloween terminaría absorbiendo la milenaria tradición mexicana. No ha sucedido, tampoco se ha concretado la fusión entre estas dos fiestas que ni se celebran el mismo día ni tienen la misma raíz o historia. Otro cuento es el de la Magia de Disney-Pixar, que tan sólo en dos años permeó en el imaginario colectivo y conformó nuevas tradiciones pintorescas.

Ahora niños, jóvenes y adultos se atavían a semejanza de las caricaturas de José Guadalupe Posadas, y también de las caricaturas de Coco. Una vez más nos enfrentamos a un fenómeno similar al de la narcocultura: la cultura caricaturiza o estereotipa a la realidad y luego la realidad imita a la caricatura de sí misma.

“Salías del templo un día, Llorona, cuando al pasar yo te vi…”

Morelia, 1° de noviembre de 2019

Tumultuosamente se arremolinaban por las banquetas de la Avenida Madero el viernes por la noche personajes con maquillajes escurridos, peinados desinflados, las mejores galas de las quinceañeras deslucidas; niños tapados, perritos con la cola entre las patas, carreolas cubiertas, gente con bolsas en la cabeza, sillas de ruedas, sorteaban los charcos en completa anarquía, en un segundo desfile de catrinas.

Minutos después la multitud resurgía de sus cenizas y la gente volvió a inundar el centro de la capital, donde ya no llovía, para fotografiar a la Catedral de Morelia, apagada para la ocasión, ya sin palomas, en donde luego de recibir tres veces la bienvenida por parte del Ayuntamiento y la Arquidiócesis de Morelia (una por cada llamada) y después de escuchar un extenso contexto histórico del origen de esta construcción un 6 de mayo de 1660 (tres veces seis), por fin resonaron los primeros acordes de “La Llorona”.

Emblemático canto que se ha convertido en el soundrack de estas celebraciones, luego de su espectacular aparición en la película Coco. Por su género de son istmeño, los estudiosos ubican su origen en Oaxaca, aunque poco se sabe del autor original, ya que en cada interpretación se cambian, eliminan y adicionan nuevos versos a la composición.

Los intérpretes han sido numerosos y disímiles: el Negro Ojeda, Chavela Vargas y más recientemente Natalia Lafourcade, Lila Downs, El Violinista del Amor & los Pibes que Miraban, sin olvidar a Angélica Vale y Marco Antonio Solís en este polémico filme, entre muchos otros.

Múltiples detonaciones de fuegos artificiales desprendieron ahogadas exclamaciones de la pequeña multitud que envolvía la catedral, inició la anunciada canción, adornada con múltiples detonaciones de fuegos artificiales y el paulatino encendido de las torres. Al final, la muchedumbre se mostró visiblemente complacida con el dispendio de fuegos artificiales, cuyo costo en un encendido cotidiano, menos ostentoso, se ha estimado en 37 mil pesos.

Posteriormente las personas, catrinas, ángeles del infierno, personajes de videojuegos, espectros y demás se desbordaron en las plazas para fotografiarse con las múltiples decoraciones, aunque gracias a la breve tormenta, algunos altares ya estaban embolsados, al estilo Michoacán.

”No dejaré de quererte Llorona, aunque la vida me cueste”

Morelia, 2 de noviembre

Un escenario igual de mojado vivieron los visitantes del Panteón Municipal de Morelia, pero a diferencia de los paseantes del centro, éstos no se amilanaron y sacaron sus paraguas y toldos, quienes pudieron, otros solamente se mojaron, mientras los músicos seguían tocando y cantando, las cervezas seguían fluyendo, los charcos lodosos se seguían formando y la fiesta fúnebre no paraba y no pararía hasta entrada la tarde.

La red de puestos ambulantes que rodea el Panteón conforma todo un submundo. Ropa, calzones, calaveras de azúcar, tacos, pan de muerto, tostadas, micheladas, tepache, agua de coco, cañas, disfraces, recipientes de plástico y otras mercancías se ofertaban a los deudos.

Hasta juegos de feria y un carro de circo que anunciaba fenómenos vivos se instalaron en las inmediaciones. Animales con deformidades prometía el anuncio, que mostraba la fotografía de una persona con enanismo.

”No sé que tienen las flores Llorona, las flores de un campo santo. Que cuando las mueve el viento, Llorona, parece que están llorando…”

Naranja, morado y blanco adornaban algunas tumbas, algunos mausoleos combinaban elementos de halloween como amigables fantasmitas y calabazas con papel picado, pétalos y catrinas y los nichos, más sencillos, mostraban mini altares o ramitos de flores, pero no faltaban los espacios olvidados.

El Panteón había dejado atrás la soledad, la solemnidad y la tristeza este sábado… casi por completo, aunque entre las tumbas rebosantes de flores y ofrendas siempre hay lápidas rotas, letras borradas y surgen inevitables las preguntas: ¿quiénes eran estas personas? ¿murieron hace tanto que ya no queda nadie de los suyos? ¿Cómo eran? ¿Tan malos como para no merecer una flor?

Hay quien dice que el alma está en otro sitio y no vuelve a visitar la tumba de sus muertos, hay tumbas oscuras, solitarias, huecas, que sirven de asiento a los visitantes. Otros dicen que no morimos del todo mientras permanezcamos en el recuerdo de alguien. Después sobreviene el inevitable olvido, una segunda muerte.

“Me quitarán de quererte, Llorona, pero de olvidarte nunca”

Paredes de flores constituían los nichos. Un área con juguetes, pelotas, globos, fotos de bebés. Poca gente, tal vez porque el día de rememorar a “los angelitos” ya había pasado.

Nombres y fechas escritas a mano. Muertes recientes, algunos. Parientes tomándose fotos o renovando los nombres de sus difuntos, al lado de huecos esperando un cadáver. Todo conformando un conjunto agridulce de belleza triste, pasillos multicolor de tristeza amontonada en nombres y frases de cariño, flores que se marchitarán, papeles que ya la lluvia disolvía.

La música, las risas, las pláticas, los juegos infantiles y poco a poco nuevamente la oscuridad, el silencio, la calma, un último adiós y hasta el próximo año, hasta nunca.

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