Quiebre

Livier Fernández Topete

El cielo se encapota, la gente usa sus capas para salir a la calle, los niños esperan la primera gota para el repetido júbilo bajo el agua, las madres insisten en cubrir a los pequeños o en ponerlos bajo techo, las nubes revientan sobre la ciudad, la tierra es lubricada por el firmamento, la nostalgia se refresca, las grietas se humectan, los huecos sedientos celebran la infusión, se bañan los cristales de las casas, los animales se escabullen, los amantes aprovechan los labios mojados para besar, los ojos de los tristes liberan su aflicción.

Se hace el tiempo del recuerdo, del silencio para algunos, del bullicio que intenta escapar. El pasado aviva sus colores, es interrumpida la rutina, se rompe la indiferencia ante la naturaleza, chispas como notas caen sobre el teclado del asfalto.

Nace la música natural, el tintineo acompasado y plácido, con su al mismo tiempo, fondo inquietante de relámpagos. Fenómeno sublime que puede llevarnos al placer a través del displacer.

Se hace el tiempo del recogimiento, la lluvia obliga a mirar hacia adentro, a nadar en el mar del inconsciente, en el océano de las emociones, nos conecta con el sollozo del mundo, con lo que fuimos y no volveremos a ser, sino hasta la próxima precipitación.

It is raining Painting, de Louise Maurice

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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