Salidas a Marginados de Manuel Vargas Moreno

Caliche Caroma

A esta reunión de obra le queda bien el disco Exmilitary (2011), Death Grips; a ver si al leer esto los de la Casa de la Cultura de Morelia se ponen las pilas para sonorizar los dibujos, las fotografías, pinturas y estampas con la música marginada hecha por marginados, al margen de cualquier otra recomendación. Marginados, muestrario sociopatológico de Manuel Vargas Moreno, artista novísimo egresado de la UNAM. La exposición la quitarán de la sala Efraín Vargas el 18 de febrero del veinte-veinte, habrá que apurarse, no se le olvide que la vio aquí, en el-artefacto.

A propósito del margen. El Monsi: “Cada ciudad con 800 mil o un millón de habitantes, genera su propia zona prescindible, compuesta por esa gente sin oficio ni beneficio, en el filo de la navaja entre la sobrevivencia y el delito”. Eco: “Es imposible cambiar al pueblo de Dios sin reincorporar a los marginados”. Wilde: “Ser admitido en la sociedad es sencillamente el mayor aburrimiento. Mas estar excluido de ella es una gran tragedia”. Y Bauman: “No hay modernización (y, por tanto, tampoco forma de vida moderna) sin una masiva y constante producción de basura, entre ella los individuos basura definidos como excedentes”.

(La búsqueda en cualquier página de frases célebres, la identificación es subjetiva y subnormal.)

“Poner o dejar a una persona o grupo en condiciones sociales, políticas o legales de inferioridad”. Manuel Vargas integra a Marginados un librito azul, aquí algunas frases contenidas en él: “Me doy unos shots de thinner”, “Fumo mota”, “Drogas duras”, “Orino en el piso”, “Me Muero”, “Hombres/mujeres/la cagamos/en el baño/por igual”, “Me corto una pierna”, “Le orino en la boca a mi hermanito”. La anterior es la definición la Real Academia de la Lengua da, en su sexta acepción, del verbo marginar.

Escribir a propósito de esta exposición-transposición, ¿cómo? El arte, en este caso, cuestiona (más sobado comentario no puede haber), pero también hay algo que seduce (obviously), la oscuridad del espectador se besa de lengüita con la obra de Vargas Moreno, le muerde la piel del cuello, le arranca pedazos de labio, el dolor sale por los ojos, el telúrico estremecimiento de la niña de amarillo, ¿risa o miedo?, se acordó de aquella vez cuando aplastó a la cucaracha enorme que salió de la coladera del baño; el papá le explica a su hijo la polisemia del cuadernillo índigo. Nadie elige a sus espectadores. Las imágenes atraen al que mira porque también el que observa es un marginado, se encuentra en el margen: en la orilla de acto museístico.

Salidas, más salidas. Una pizca de la ruptura de Cuevas, cien gramos de los estudios de Bacon, dos cucharadas de Pablo Querea, quien fue maestro de Moreno Vargas (suponemos a partir de un chisme, también marginada la habladuría). Las obras están marginadas, algunas sin marco, clavadas en la pared, «una limosna de atención, por favor». Y sólo porque sí, las palabras del marginado de los marginados, amigo de las marginadas, creador de los marginarios, enemigo de los marginalistas, con una gran marginación e imarginería, margelista por convicción, pirata en el mar de márgenes, marginatorio responso (a según) de Ezra Pound para Vargas Moreno: “¡Oh extraño rostro ahí sobre el espejo! / Oh blasfema compañía, oh santo anfitrión, /Oh mi tonto rostro barrido por la tristeza, / ¿Cuál es la respuesta? ¡Oh tú, miríada / que te esfuerzas y vagas y por la que pasan /la burla, el desafío, la sinceridad! / ¿Yo? ¿Yo? ¿Yo? / ¿Y tú?”.

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