Tres promesas en la cárcel

Caliche Caroma

Estuve en la cárcel, fui a dialogar con los reos más peligrosos del universo. Una exageración casi todo. Eran como diez hombres que, desde el encierro, se dedican a la literatura. Fue el viernes 11 de octubre, los habían citado a las tres de la tarde, sabía que no irían a otro lado. Llegué quince minutos antes, lo justo para pasar por los mil y un registros que los guardias del penal que está al lado del C.E.R.E.S.O David Franco están obligados a realizar. Mil Cumbres, ya no Morelia, Charo es el municipio. “Te vas a quedar aquí si no firmas”, bromearon conmigo los custodios.

La invitación llegó de parte de Cecilia Maldonado Canchola y José Carlos Serrano Vargas, ambos están en la Coordinación del Centro de Alta Seguridad para Delito de Alto Impacto; ella como encargada del Área de Pedagogía y Él, jefe de Capacitación para el Trabajo del Sistema Penitenciario. Dije sí, acepté, aunque no soy aficionado a los talleres, mucho menos a hacerla de maestro exprés. La cosa acá era diferente, se trataba de una charla, platicar con los internos, compartir algunas reflexiones acerca de lo que más me gusta hacer, leer y escribir.

Una vez que pasé las “aduanas”, salí a un largo pasillo que llaman “el kilómetro”, a los costados sólo concreto, gris es el paisaje, edificios que se repiten, unas canchas de basquetbol, talleres de talabartería, carpintería, herrería, una sombrita en donde plomos y aparatos “hechizos” la hacen de Gimnasio, allí hacen ejercicio decenas de mamados, porque en algo hay que invertir el tiempo. El tiempo del encierro, el tiempo de la libertad.

Gilberto Rodríguez, jefe del Eje de Educación, le compró pan de dulce a unos de los presos, me regaló una pieza, también vi que vendían perritos calientes, morisqueta, dulces, churros y chicharrones. Cecilia, José Carlos y Gilberto, más dos chavas asistentes, me condujeron hasta la Biblioteca, que está en un edificio gris en “el kilómetro”, más o menos a la mitad, a mano izquierda, caminando de frente y hacia el fondo. Trato de armar el mapa en mi cabeza, pero es difícil, la arquitectura de este lugar fue creada para perder el norte.

Me presenté con ellos. Les hablé de cómo sobrevivo con la literatura: “Hola, mi nombre es Caliche Caroma y he ganado dinero haciendo correcciones de estilo y ortografía, epitafios, publicidad, lo que se puedan imaginar respecto a la literatura, menos de vender mis libros y, soy un necio, sigo en esto de publicar. Porque lo importante no es ganar dinero, aunque sin dinero no baila el poeta”. Confesé que lo que más me gusta es leer, leer hasta quedarme dormido con la baba tibia escurriendo por las comisuras. Llevé los dos primeros libros míos, ya no tengo ejemplares del tercero, me disculpé y prometí mandarles algunos en una próxima fecha.

Regalos, hubo libros para ellos, poesía y novela. Tenía su atención, varios internos llevaban sus textos, les expliqué que no había tiempo para tallerear sus trabajos, sólo teníamos hora y media, y creo que me tardé dos horas hablando sin parar, una nueva promesa para regresar y darle duro a sus creaciones literarias. Parlamos de las novelas gráficas, de las ilustraciones en los libros, de la gramática y su necesidad, incluso platicamos un poco de la fama y de los premios.

Terminé esta charla/presentación/testimonio con la lectura de un relato de Crímenes, obra de Ferdinand von Schirach. “Fähner”, el nombre del relato que les leí, seis cuartillas que tratan sobre un señor que se casa con una señora, viven juntos decenas de años, él le promete no dejarla nunca, ella le hace la vida imposible. Después de millones de insultos, Fähner estalla (¡a sus 72 años!) y corta en pedacitos a su mujer. Por qué castigar, lo bueno y lo malo, el cumplimiento de la palabra, el delito, entre otros temas, forman parte de este tremendo texto. Los que estaban escuchando dieron su opinión, se emocionaron, tuve que dejarles el libro, así surgió la tercera promesa: “Regresaré por él, ya lo comentaremos entre todos”.

Ferdinand von Schirach insiste en el prólogo de Crímenes que la culpa es un asunto muy complicado, las fronteras entre el bien y el mal son difíciles de encontrar. Esta reflexión me acompañó en la visita al Centro de Alta Seguridad para Delito de Alto Impacto, quise compartir mi lectura con estas personas que estarán encerradas un buen rato, me pareció pertinente, tampoco iba a lavarles el coco o darles charlas de superación personal. ¿Qué tal que yo cometa un error (más) y me toque ser el encarcelado? Cuando iba de salida, David, uno de los asistentes, me pidió que le dedicara el libro que le regalé, que no era mío. Escribí en la dedicatoria: “David, te entrego este libro, que no escribí, con cariño y respeto, nos vemos pronto”.

Creo que algo mío se quedó allá y algo de ellos salió conmigo. Regresaré, es una triple promesa.

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