Un librero llamado Héctor Yánover

Caliche Caroma

En los primeros nueve segundos del audiolibro Cortázar por él mismo, dice el autor de Rayuela que tiene que apurarse en su lectura porque si no se enojará Héctor Yánover, pero ¿quién es Héctor Yánover? Librero establecido, escritor, pero primero lector, conductor de un programa de televisión sobre libros, amigo/enemigo de escritores, soñador precavido, pluma que escribe libros de libros entre los libros (palimpséstico): «El librero es la librería. El librero es el libro».

Todo lo anterior y un poco más, Héctor Yánover, sigue siendo, a pesar de que murió el 8 de octubre de 2003. Fue Yánover, el hombre-libro, quien convocó a Cortázar (y a otros escritores y escritoras) para grabar este disco, bajo el sello AMB, que registró esas erres que ronronean: «Gato sin botas y sin sombrero, / de ti, gato que quiero, ¿qué será?», éste es un fragmento de un poema de Héctor Yánover.

Memorias de un librero (escritas por él mismo) es el título del libro que escribió, su nombre por enésima vez en menos de dos párrafos, Héctor Yánover (él mismo) y que se publicó el 20 de julio de 1994. En esta obra, editada por Anaya & Mario Muchnik (y que Berenice Hernández regaló al que esto escribe), da santo y seña de las peripecias de su vida como librero. El librero escribió más, también hizo poesía, novelas, relatos, etcéteras de papel y tinta. El filósofo librero reflexiona sobre el acto de escribir/editar estos dispositivos culturales llamados libros, nos habla de la creación y de la imaginación, en sus Memorias hay aforismos como este: «Con un bolígrafo y una hoja de papel ya no estoy solo».

Yánover comenzó como empleado de una librería, pasó a encargado, luego tuvo su propia librería, la vendió y compró otra, y no porque le fuera muy bien, de hecho, no le iba muy bien, pero él era más que perseverante, necio, obstinado, disfrutaba su existencia entre los libros, hizo todo lo que estuvo en sus manos y más allá para seguir en esta senda. Su memoria de elefante, le permitía recordar títulos, autores, editoriales, primeras ediciones, un bibliófilo y un bibliómano al servicio del despistado y del enterado; el olvidadizo y el desmemoriado le deben muchas. Narra algunos momentos estelares de la mala memoria de los clientes, de las confusiones célebres: «—¿Tienen Crimen y castigo de Doctor Jekyll?».

¿Cómo entender la vida del librero argentino nacido en Alta Gracia el 3 de diciembre de 1929 sin los libros? No se puede, va junto con pegado, pasta dura, camisa, edición conmemorativa. Su librería la tituló Norte (aún existe y hasta hace poco todavía era atendida por su hija Débora), a ella acudían los náufragos del conocimiento para que les diera un norte don Héctor. Y sobre estos lugares inundados de libros escribió lo siguiente: «Una librería es otro intento de poner la complejidad del cosmos en lenguaje coherente».

El programa de televisión (del que hay una decena de capítulos en YouTube, videos compartidos por Miguel Yánover, su hijo músico que vive en París) lleva por nombre La librería en su casa. En este programa Yánover habla de libros, recomienda las novedades, los best seller, cuenta anécdotas del mundo literario, se preocupa por la situación política del mundo, lee sonetos, se ríe, no sólo nos invita a leer, nos convida a vivir la vida con intensidad:

Citar a Yánover quien no para de citar durante las 272 páginas de su libro, citas tras cita, su texto es un crimen ejemplar a la Max Aub, «lo maté porque no paraba de citar». He aquí la crónica de una cita anunciada: «El librero es el ser más consciente de la futilidad del libro, de su importancia. Por eso es un hombre escindido; el libro es una mercancía. Se compra y se vende a sí mismo».

Fue amigo de un montón de escritores, algunos nombres: Sábato, Gabo, Borges, Girondo… Tenía otros amigos menos insufribles, más interesantes como los boxeadores (que no son lo mismo que los escritores, pero se les parecen), locos (todos escritores), farderos (la parte sobre el robo de libros es exquisita), pero de todas sus amistades, rescataré las palabras que le dedicó a una gran poeta que hoy se lee con efusión, de ella escribe sobre su funeral: «Alejandra Pizarnik, que no terminaba de saber quién era y cuyo féretro en la Sociedad Argentina de Escritores me pareció tan pequeño, tan desamparado». Justo de aquí mismo, páginas de esquelas, una última cita (casa de citas), se muere, pues, este balbuceo hecho de puros préstamos yanoverianos: «Cortázar, que al abrazarme junto a un taxi se despidió diciendo: “En marzo nos vemos más largo”, y falleció en febrero».

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