Una de pintores: Electa, no Electra

Rafael Flores

Hay quien vive rápido, intenso y corto, como un relámpago que ilumina todo y cuando nos damos cuenta, ya se fue. Así era Electa Arenal, que brincaba del tingo al tango derrochando energía y coloreando muros. A los seis años de edad ya andaba de pata de perro en la Unión Soviética. Su papá y su mamá, Leopoldo Arenal y Enriqueta Huerta, eran pintores y fundadores de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, fueron comisionados a asistir a un congreso en Moscú y se quedaron cuatro años por allá. Electa recordaría años después los palacios, las estepas y las cordilleras como un sueño edénico.

Siempre se sintió como un pez en el agua entre los pintores porque había un montón en su familia. Además de sus padres, su tío Luis también participó en el movimiento muralista; su tía Angélica Arenal se casó con David Alfaro Siqueiros y esto, aunado a su talento, le permitió a Electa formar parte del equipo del «Coronelazo».

Precoz como decíamos, a su regreso de la URSS, con doce años de edad, ingresó a la academia de San Carlos donde hizo estudios completos de pintura, escultura y grabado. No conforme, dio el brinco a La Esmeralda, allí se especializó en escultura con la tutoría de Francisco Zúñiga. A los diecinueve años pintó varios murales en mancuerna con su madre en la Escuela de Agricultura de Saltillo, Coahuila. Así, desde chavalilla, se distinguió como ayudante de Diego Rivera en los relieves escultóricos en el exterior del estadio de Ciudad Universitaria y en el mural en mosaico de la fachada del Teatro Insurgentes, ambas obras en la Ciudad de México.

En 1955, a los veinte años, se casó con el arquitecto tapatío Gustavo Vargas Escoboza, con el que tuvo dos hijos. Su marido era militante izquierdoso al igual que toda la familia de Electa y después del triunfo de la Revolución Cubana fue invitado a construir vivienda social en la isla. Electa se apuntó sin formar parte del equipo, más bien como familia del arquitecto, pero estando allá resultó ser la más activa y chambeadora. Se establecieron en la ciudad de Holguín, en el oriente de la isla, y apenas llegados, Electa se incorporó a los trabajos de la zafra con la tremenda chinga que eso implicaba.

Después de unos meses propuso a las autoridades locales la creación del Taller de Artes Libres y Artesanías que atrajo un montón de chamacos talentosos. Animada por el éxito de su empresa, al año siguiente se lanzó a la creación del Taller Experimental de Escultura, donde se formaron artistas importantes como Manuel Canelles y Argelio Corbelias. De aquellas andanzas dejó constancia la profesora universitaria Susel Salazar: «Todos le decían La Mexicana y se convirtió en una leyenda de la cultura de Holguín. Tenía una proverbial disposición para el trabajo y caló hondo en nuestra gente». Electa realizó mucha obra plástica en hospitales y escuelas, recibiendo un salario de obrero de la construcción, entre ellas, el mural escultórico más grande que existe en la isla.

La afanosa Electa Arenal, su marido y sus hijos regresaron a México en 1965. Entonces Siqueiros invitó a su sobrina a unirse al equipo que realizó las pinturas del castillo de Chapultepec con el tema de la Revolución Mexicana, donde el maestro propuso audacias técnicas que dieron un giro al muralismo. Luego, en 1968, Alfaro Siqueiros la integró como su asistente principal en la creación del Polyforum Cultural del Hotel México, un proyecto integral que une arquitectura, pintura y escultura. Otra innovación siqueiriana, o si se quiere, una vuelta a la concepción integral de las culturas antiguas.

Dentro del auditorio principal del conjunto se encuentra el mural «La Marcha de la Humanidad», que recubre las paredes y una enorme bóveda de 15 metros de altura. Sucede que aquellos altos aires le daban vértigo a los pintores del equipo y se negaban a subir por el gigantesco andamio. La envalentonada Electa trepó hasta arriba sin problemas y desde las alturas gritó a sus compañeros, animándolos a la aventura. Uno que otro subió a pintar, pero como les temblaban las piernas y no se podían concentrar, Electa se convirtió en la reina de la bóveda, título que se ganó literalmente a pulso.

El 12 de junio de 1969 se encontraba trabajando en el andamio. De pronto la estructura empezó a crujir y a tambalearse. Fue cuestión de segundos y nadie pudo evitar el colapso, todo el fierrerío se vino abajo con tremendo estruendo y uno de los tubos metálicos cercenó la cabeza de Electa, que murió en el acto. Estaba pintando a Adán y Eva que se funden en un abrazo amoroso para alimentar la marcha de la humanidad en busca de la dicha elemental.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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