Una de pintores: La gran ola

Rafa Flores

Katsushika Hokusai talló con sus gubias la imagen de «La gran ola» sobre ocho tablas de cerezo, una para cada color. Luego imprimió las copias en papel. Miles de veces se besó el papel con la madera para dar a luz este prodigio que inundó el mundo como un tsunami, cambiando el rumbo del arte. Las estampas japonesas fueron muy populares en la Europa del siglo XIX; Monet las adoraba, Toulouse Lautrec se vistió de kimono, a Gustav Klimt se le caían los calzones de la emoción.

Hokusai desarrolló el estilo «ukiyo-e» que quiere decir «imágenes del mundo flotante». ¿Qué más flotante, efímero y suspendido que el movimiento de una ola? Para mí es el grabado más hermoso de todos los tiempos. La ola se levanta en una elegante curva que revienta en crestas de espuma; al fondo aparece el volcán Fuji, sempiterno en el paisaje japonés.

La imagen tiene un detalle inquietante: tres embarcaciones con ocho pescadores cada una, están a punto de ser aplastados por la ola. Por el tamaño de los infortunados hombres nos damos cuenta de que la ola debe medir más de quince metros. Un monstruo colosal. Visto así, es como un dragón y las crestas de espuma parecen garras y colmillos. La Naturaleza se alza con todo su poder frente a la pequeñez humana. La catástrofe es inminente. Yo veo dos posibilidades. Uno: que se los lleve la chingada; dos: que el Fuji, con sus poderes sagrados, otorgue la clemencia y permita que las embarcaciones pasen por debajo de la ola, salvando la vida de los pescadores.

Eso se llama crear suspenso. Ruego por ellos. 

Katsushika Hokusai,»La gran ola»

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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