Ya sabes que vivo solito

Caliche Caroma

29 de mayo, seis de la tarde, el dos mil veinte sí que ha traído sorpresas. La cámara está lista; después de varios meses de probar con los dispositivos móviles, más o menos se ha aprendido algo en esto de las transmisiones en vivo. Alejandro Cuanalo apoya a sus excompañeros de grupo en las cuestiones técnicas, él formó parte de Maizoul al igual que Carlos Hormiga Medina, que ahora canta con Yermo Yerto. Hormiga, a sus casi cincuenta años, sigue siendo un joven de corazón y de los pulmones: “Si no puedes ser un buen ejemplo, por lo menos conviértete en una terrible advertencia”.

Días antes, Óscar Totol reanudó la venta de comida en el Jeudi 27, comida vegetariana, la tocada de Yermo Yerto es un primer paso hacia la novísima uniformidad, un paso dudoso pues los casos de esta enfermedad global siguen en aumento, la capital michoacana está lejos de la excepción. Sólo se encuentran en el lugar los pocos empleados, los integrantes de la banda y el-artefacto. “Hola, estamos transmitiendo en vivo desde Jeudi 27 para la galaxia entera, nosotros somos Yermo Yerto y los vamos a poner a gozar un rato con todo y tapabocas”.

Jarana, güiro, guitarra eléctrica, bajo, trompeta, teclado y percusiones, son los instrumentos que Yermo Yerto utiliza para hacer cumbia del barrio porque “ya no estoy aquí”. Los nombres rebajados: Moisés Ramírez, David Garza, Fernando Morón, Antonio González, Fachón Fuentes, Roberto A. Rodas y el ya mencionado Hormiga. Yermo Yerto no aguantó el encierro y, aunque no hay público presente, las reproducciones del video les dieron ánimos para continuar en el negocio nada redituable de la música: “Qué tristes mis escenarios, no vine a decir lo siento”.

“Porque el músico vive del aplauso y muere de anemia”, son las palabras del Hormiga, un poco en broma, otro tanto en serio, la experiencia le ha enseñado que las noches son cada vez más peligrosas. Varios de sus compañeros tocan descalzos, Fernando Morón tiene una cabellera copiosa, el de la trompeta no llega ni a los veinte años, Fachón, el del güiro, es el único que parece que se bañó. Óscar Totol, cada que acaba una canción, les ofrece agua de horchata, intenta ser normal, sonríe, es amable en su metro y ochenta de estatura, pero en el fondo de sus ojos, el fondo a la izquierda, se nota que está preocupado por el futuro de Jeudi 27, ¿qué va a pasar con los centros culturales como éste?

Las letras de Yermo Yerto son una invitación al amor, pero no al amor obsesivo y depresivo de las novelas y telenovelas, sino a la fruición que se encuentra en las habitaciones baratas del Centro Histriónico de Morelia, una ciudad que, de tan rosa, roza. La broma se asoma y el canto provoca a los sensores atentos: “Yo por mi parte te digo que sé bien lo que merezco, por eso me desvanezco, no quiero ser tu enemigo, si algún día tú sientes ganas de este humilde amor bonito, visítame en las mañanas, sabes que vivo solito”.

En entrevista grupal que se perdió, los chicos de Yermo Yerto hablaron del Monarcas Morelia, de lo que mucho que ha sufrido la afición michoacana y lo que su música puede hacer por ellos, reconfortar las almas en pena de estos huérfanos hinchas: “No se agüiten, estamos vivos y los morelianos pronto tendrán nuevo equipo”. Así mismo, dieron su opinión sobre la cuarta transformación, expresaron sus dudas acerca de la supuesta oposición que ha utilizado el dolor del pueblo para confrontar a ELMO (sic); se mostraron preocupados por el Covid-19, “ya que se acabe esta madre”; la mitad del grupo lee a Byung-Chul Han y la otra mitad es seguidora de Slavoj Žižek, sin embargo, estas diferencias ideológicas no les impide crear cumbias para el barrio, para la gente del pueblo que hoy más que nunca necesita un bálsamo para sanar, para curarse de espanto: “Pero llegado el momento y con impulso temerario, te digo te pienso a diario, cuéntame tus sentimientos”.

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