Al mal tiempo, buenas artes (Serénense)

Juan Velasco

La situación generada por la pandemia del Covid19 ha sacado a flote de manera radical realidades que llevan con nosotros mucho tiempo. Una de ellas es la que viven muchas de las personas que crean, gestionan y difunden arte y cultura.

“Al mal tiempo, buena cara” dice el refrán original. Ya se sabe que la actual administración federal recurre a la sabiduría popular destilada en los refranes (como decía aquel clásico cuyo nombre escapa de mi memoria) para pretender justificar sus acciones y, sobretodo en este caso, omisiones. ¿Cómo interpretar el refrán original que la secretaria de cultura federal Alejandra Frausto se apropió para “responder” a los reclamos de artistas, promotores y gestores por la falta de pagos y de un programa para hacer frente a la crisis?

Al mal tiempo, buena cara” podría parecer un llamado al estoicismo para hacer frente a situaciones que se encuentran más allá del sujeto y a las que sólo queda adaptarse. Sin embargo hay algo más. El refrán tiene un fondo de ese cristianismo que asume que hay que aceptar resignadamente las pruebas que Dios nos manda y seguir esforzándonos, haciendo lo mejor posible lo que sabemos hacer, para que se nos tome en cuenta cuando pasemos a la otra vida. Me parece que la secretaria de cultura apela más a esa interpretación cristiana, porque lo que pide a creadores, gestores y promotores es que sigan haciendo lo que saben hacer y esperen que en algún momento futuro se les reconozca –y se les pague. El estoicismo es más racional que eso.

Abro un paréntesis ¿Cómo es posible pedir a artistas, promotores y gestores que trabajen sin cobrar sin que se arme un escándalo? ¿Qué ideas se tienen de quienes se dedican a esas actividades y de sus productos? Tengo la impresión de que es así por dos motivos combinados. Por un lado parece que la referencia más general se asocia al cine comercial, la televisión, las series, los conciertos masivos y los festivales. Personas bellas, bien vestidas y en escenarios fabulosos. Por el otro, la idea de que si no se está al nivel que acabo de describir entonces hacer, gestionar y promover arte y cultura es una especie de pasatiempo que genera productos que, además, en nuestro medio han sido presentados por el Estado como “gratuitos”, obviando que se pagan del presupuesto que se forma a partir de los impuestos y que lo único que recibe quien lo presenta es el pago por eso, por la presentación, pero casi nunca por la preparación, ensayo, montaje; que suele llevar meses de trabajo en los que las personas –que malas costumbres tienen- comen, pagan renta y servicios, etcétera.

La mayoría de las personas que crean, gestionan, promueven arte y cultura en nuestro país carecen de todos los recursos de la seguridad social; acceso a servicios de salud, pensión, prestaciones, etc. Viven de los sueldos que se les pagan en los proyectos, de dobles jornadas (impartiendo clases o talleres) o de becas; sea del estado mexicano, privadas o internacionales. Importa tenerlo en cuenta. Las obras una vez realizadas pueden (quizás, depende mucho de la disciplina de que se hable) subsistir por sí mismas. Quienes las crean, gestionan y promueven requieren algo más.

Abro otro paréntesis. Tampoco se trata de romantizar al sector arte/cultura. Es un sector precarizado, vulnerable y mal atendido por todos los niveles del estado mexicano, eso es cierto. Y también es cierto que es un sector que ha tenido no solo malas sino pésimas prácticas en su funcionamiento interno. El acoso y hostigamiento sexual, laboral y creativo –disfrazado de una supuesta búsqueda de una también supuesta verdad artística- ha prevalecido durante años, y sigue. Los fraudes, las traiciones, las zancadillas, los clasismos, racismos y demás están ahí. Hay que verlos, nombrarlos y tratar de superarlos.

Cerrados los paréntesis va un pequeño comentario. Para hacer frente a la pandemia se recurre a la única solución que históricamente le ha funcionado a la humanidad mientras encuentra una cura: el aislamiento, el confinamiento. Para evitar el colapso total de la sociedad este confinamiento es selectivo, deben seguir aquellas actividades que lo evitan, se les ha llamado ahora “actividades esenciales”. El arte y la cultura no entraron en la definición. Las actividades esenciales mantuvieron presupuestos, dentro de la austeridad impuesta, y posibilidad de ingresos. Las  no esenciales deben esperar a volver a funcionar.

Antes de la pandemia se decía que las artes y la cultura eran una herramienta fundamental para reconstruir el tejido social y tratar de reducir los altísimos niveles de violencia que padecemos. En la pandemia pasaron a ocupar uno de los últimos lugares de la fila. Con el confinamiento aumentan los problemas de violencia en las casas, de salud mental en las personas y se mantienen los niveles en las calles. Pero el arte y la cultura que antes ayudarían a tratar de resolver esos problemas ahora no son esenciales.

Parece una contradicción. El hecho es que la mayoría de las personas dedicadas al arte y la cultura en este país quedó –al igual que otros sectores- casi literalmente a la intemperie. Los aplausos, cuando llegan, alimentan una parte de lo que puede llamarse la dimensión espiritual de quien los recibe. El cuerpo, por su lado, tiende a requerir algo más para vivir. El cuerpo de quien crea, produce, gestiona o promueve el arte y la cultura requiere algo más que el aplauso. Y la esperanza de un futuro reconocimiento y pago tampoco alcanza. Convendría tenerlo presente. Saludos.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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