Amorales contra Carlos en Pátzcuaro

Caliche Caroma

Fue en el Centro Cultural Antiguo Colegio Jesuita donde platicamos con Carlos Amorales, artista polifacético de fino e involuntario humor, según sus propias palabras: “Irónico muy a pesar mío”. El director de este recinto patzcuarense tiró el pitazo de la visita del representante de México en la Bienal de Venecia 2017, nos chismeó que estaría el jueves nueve de enero en estas tierras con motivo de los preparativos de la XIV Bienal Femsa (taste the feeling), la cual se realizará en Morelia y Pátzcuaro de febrero de 2020 a febrero de 2021. Una exclusiva que no podíamos perdernos, ¿a quién le dan Amorales que llore?  

Alrededor de las once de la mañana estábamos viendo la exposición América, visiones nuevas desde el viejo mundo de Demián Flores, cuando a la sala entró el aludido, pregunta más obvia no pudo haber: “¿Tú eres Carlos Amorales, cierto?”; la respuesta corroboró la identidad: “Sí, ése soy yo”. Raúl Calderón Gordillo apareció segundos después y se presentó, le explicó, como buen director, detalles del lugar que regentea: “Aquí estuvo Cuauhtémoc Medina hace poco y por allá están los baños”. Recorrimos juntos el edificio y cuando salimos al hermoso huerto que pocos conocen, lo abordamos cual Titanic: “Una entrevista para el-artefacto, por el amor de dios”.

Antes de las preguntas y respuestas en el bucólico paisaje, el resumen de algunos momentos estelares de la vida del autor, ¡mira, abuelita, sin copiar y pegar! Carlos Amorales llegó al mundo en 1970, la Ciudad de México lo vio nacer, artistas sus progenitores; Rowena Morales, la madre, de las primeras mujeres en el arte de corte feminista, y Carlos Aguirre, el padre, integrante del grupo experimental llamado Proceso Pentágono. Su nombre de guerra viene de los dos apellidos, la A de Aguirre sobre el Morales maternal. Amorales tenía 15 años cuando la tierra se sacudió en 1985, esa experiencia, además de dolorosa, lo marcó estéticamente, la grieta será una parte importante en su lenguaje creativo. En 2001 estuvo atrapado en Nueva York durante los atentos del 9/11, nuevamente el paisaje se transformó a partir de la ruptura.

Viajó muy joven a Europa, su periplo es parecido al de otro locochón de altos vuelos, Ulises Carrión, comparaciones aparte. Estados Unidos, Inglaterra y Holanda. En Ámsterdam estudió y luego agarró callo en la ciudad en la que también vivió Carrión. Regresa a casa en 2004. En 2018 el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) le organiza una retrospectiva llamada Axiomas para la acción, veintidós años de obras, viajes y exorcismos, el curador lo conocemos bien, Cuauhtémoc Medina, el de amplias caderas.

Miríadas de mariposas de papel, pájaros rotos, dibujos medievales con lisuras de competencia, hombres aventando aviones contra los edificios, lobos furiosos que avanzan hacia el espectador, platillos de batería ad libitum, luchadores con máscara de Amorales, novísimos magnates. Carlos Amorales ha incursionado en diferentes campos del arte para hablar, sin la faz adusta, de lo que percibe y vive, de lo particular a lo general, inducción-deducción con una sonrisa y un guiño, “la vida en los pliegues”, según el nombre de una de sus obras. Lo indefinible con colores, el misterio de lo ambiguo se suelta la greña. Algo así es la obra de Amorales, cerca pero lejos, la piratería lo sabe, ¡lleve sus amorales originales, 50 pesitos!

Ahora sí, la entrevista

Carlos Amorales forja su tabaco mientras platica con nosotros, el sol le pega en la calva. Aunque ya estuvo en Morelia hace doce años, pisó Pátzcuaro por primera vez el jueves nueve de enero del veinte-veinte, sobre esta experiencia michoacanística lo que sigue: “Aquí en Pátzcuaro me parece que hay muchísima riqueza, entre lo indígena y todo el muralismo que he visto, también veo que hay muchas cosas contemporáneas, me parece que está súper padre”.

Disfruta Coca-Cola y su participación en la bienal Femsa: “Será una colaboración con Guillermo Galindo, músico que vive en Berkeley, un poco lo que planeamos es hacer un dueto, aún no sabemos bien qué, estoy viendo lugares, le he mandado fotos; ayer fuimos a hablar con la gente del Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras (CMMAS), a ver si nos echan la mano, pero tampoco sabemos si va a ser música o no, sí pensamos algo más performático, algo que pueda incluir al público, está formándose apenas”.

A propósito de las experiencias histórico-estéticas arriba referidas (terremoto del 85 y 9/11), esta geografía también escindida (descabezados, colgados, bolsas con restos humanos), ¿incidirá en su obra?: “Puede ser. Siempre me ha interesado por un lado la historia y, por otro lado, el terror, la literatura gótica, en el fondo son dos aspectos del terror, el del terror real y el imaginario, ambos están en tensión. He estado viendo mucho, la verdad no sé por dónde irá. También el tema de la máscara me interesa, la idea de que te la pones y en chinga pasas al plano fantástico, aunque en realidad estás en el mundo; ahorita miré la colección de máscaras del Jesuita (más de 700)”.

La máscara, tan común en tierra purépechas, para Amorales va más allá de lo kitsch: “Es la ambigüedad, en el fondo somos así, siempre estamos creando una imagen, quiénes somos, nos proyectamos de cierta forma, la máscara lo hace literal, pero en el fondo siempre estamos construyendo nuestra personalidad ante los demás y ante uno mismo, es algo que uno va cambiando conforme va creciendo”.

Continúa Carlos hablando de lo que observa y lo que puede ser: “Lo que ando buscando son canales, la hilacha, para ver de dónde le voy sacando. Luego es muy intuitivo, igual es algo que ocurre, una imagen, una sensación, un hacia dónde, eso es lo que se va desarrollando poco a poco; como uno es parte de una realidad, vas tocando broncas que son en común, por ahí va”.

El humor en su obra: “Está difícil, no parece, pero siempre está. Tengo una personalidad muy irónica. Aparentemente muy serio, pero siempre hay un lado chueco, juguetón. Para mí es súper importante, no es algo que lo haga obvio, parecería que todo es muy serio, sí lo es, pero de alguna forma el humor está ahí, como una manera de provocar, de mover un poquito el piso”.

Nuevos Ricos ejemplifica muy bien esto del humor en Amorales: “Todo mundo iba de punk y de grueso, ¿qué es lo peor?, pues Nuevos Ricos. También era lo que todos querían hacer, confrontar, fue en la época que entró el PAN (al gobierno), nos burlamos de esa situación. Lo que se espera siempre de un proyecto de rock es que sea contestatario, sí lo era, pero usamos esa ironía, lo que supuestamente odia la mayoría, Nuevos Ricos, como algo contestatario, supuestamente”.

La pregunta sobre el qué y cómo del arte contemporáneo, los plátanos, los charros homosexuales y otros kraken de museo: “Ahorita está muy cabrón, siento que es un momento poco claro y difícil, muy moralista, de reeducación incluso. Para bien y para mal, pero se está volviendo un momento de mucha presión. Hay menos humor en el mundo, todo se vuelve grave. El cambio climático, el pedo en Irán, está muy tensa la situación y se espera que el arte eduque, que diga cuál es el camino, como una vuelta al muralismo. Se vuelve un momento peligroso porque puedes generar muchos malentendidos, creo que el humor tiene que ser más fino. Sí hay una tradición muy grande de escandalizar al burgués, Duchamp y desde mucho antes está la provocación. En las redes sociales eso se expande, es un rol necesario del artista, de ironizar, jugar. En mi caso no es explícito. Lo que puede generar el humor y el escándalo es algo sano, si no todo se vuelve como pesado. Abres las noticias y cada vez es peor y peor. Ayer violaron a una perrita, entre esto y la muerte del general iraní, es un rango muy grande de mierda. Siento que el humor puede ayudar a relativizar”.

Y para finalizar esta charla, la provocación en Amorales, ¿se considera a sí mismo un provocador?: “En momentos, creo que hay algo generacional, varios artistas de mi generación lo son, en la gente de La Panadería había unas ganas de provocar, pero no siento que sea mi tema. Me gusta a veces jugar, como prever, saber que puedes mover algo en la narrativa y generar un desmadre. También la provocación a veces puede ser banal”.  

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