Arrogancia y libertad

Juan Velasco

Sobre algunas maneras de entender el diálogo democrático

La arrogancia en el imaginario común se entiende, en línea con lo que en general registran los diccionarios, como una actitud que consiste en hablar y actuar como si la persona arrogante estuviera diciendo que puede hacer algo que no puede hacer, casi siempre haciendo referencia a cualidades o capacidades que pueden existir pero no necesariamente fundamentan o justifican la pretensión.

En nuestro idioma, el español, cualquier hablante medianamente competente reconoce la diferencia entre “sentirse” y “ser”. Es uno de los ejes donde puede aparecer la arrogancia. La persona arrogante se siente lo que no es, no debería ser, no tiene derecho a ser o siéndolo debería abstenerse de decir que lo es para evitar humillar u ofender a otras personas.

Uno de los ejes de la narrativa que trata de construir la actual administración federal consiste en una ofensiva contra los órganos autónomos del Estado; la CNDH, el INAI, el Banco de México y señaladamente, el INE.

La crítica, en ocasiones franca descalificación, tiene dos vertientes: por un lado se pone en duda la validez del conocimiento experto en el que se basa la actuación de dichas instituciones alegando que se encuentran lejos de la realidad porque no estarían en contacto con lo que efectivamente ocurre. En ésta línea el punto es que los órganos autónomos serían una suerte de torre de marfil que pretende evaluar una realidad cuyos miembros no conocen porque no la viven.

La segunda vertiente, de la que me ocupo en ésta ocasión (sin dejar de lado la otra) apunta a que la autonomía que enarbolan y defienden es falsa. Esta segunda vertiente a su vez tiene dos dimensiones; una referida al origen o la forma de creación de los órganos autónomos o a las formas de constitución y creación de los mismos y otra, referida a las motivaciones de sus actos.

El origen de los órganos autónomos del Estado se vuelve cuestionable según esta narrativa, porque se trataría de la inserción institucionalizada del neoliberalismo en el funcionamiento estatal. Más que garantes de derechos humanos, de transparencia o de un adecuado funcionamiento de la competencia o de las finanzas serían una suerte de policía ideológica supeditada a los intereses del neoliberalismo para poner al Estado a su servicio y abandonar a la población. Casi parecería que su función es la misma que la de las calificadoras pero desde dentro.

En esta línea de la narrativa se pasa por alto, se niega o se desconoce la participación de grupos de la sociedad civil organizada, academia y algunos sectores de las propias instituciones previas y de los partidos políticos en el diseño de los órganos cuestionados o descalificados. Dicho de otra manera, se pasa por alto o se ignora que la mayoría de los órganos autónomos –su diseño y su mandato legal- son producto de una intensa labor ciudadana, no masiva (de eso me ocuparé en otra ocasión) pero sí independiente casi siempre.

En el mismo sentido se desarrolla el cuestionamiento a la partidización de las designaciones en la dirección de dichos órganos. Vale la pena señalar que lo común es que sean órganos colegiados, condición virtuosa de inicio pero que ha sido pervertida en los congresos estatales y federal para convertirla en un medio de negociación entre los partidos políticos que alcanzan a tener representación en los congresos por la vía del voto ciudadano. Sin embargo, la sociedad civil ha logrado que las bancadas se vean obligadas a negociar sobre la base de perfiles válidos que además, una vez en el puesto, han actuado (la mayoría) sin pagar cuota.

De esta manera aparece la imagen de organismos e instituciones cuya función “real” es defender los intereses de quienes los crearon con el “disfraz” de la autonomía. La pluralidad que dio origen a los órganos autónomos desaparece detrás de un oscuro interés común de grupos de poder fáctico.

Ante esto, la línea de defensa de los órganos autónomos se basa en su uso de conocimiento experto en su área y la recurrencia a las llamadas “mejores prácticas” validadas por la experiencia internacional. Para atacar esta línea de defensa la actual administración de hecho descalifica la pertinencia del conocimiento experto asociándolo a la ideología neoliberal.

Según esto el llamado conocimiento experto y las mejores prácticas medidas por los órganos internacionales adolecen del mismo problema de origen: fueron creadas y se sostienen por los intereses de las grandes empresas, según esto la sociedad civil organizada no es más que una máscara.

Atención. De ninguna manera pretendo sostener que algo de lo anteriormente descrito sea imposible o que de hecho no haya sucedido. Sería absurdo negar hechos de corrupción al interior de los órganos autónomos. El punto que pongo sobre la mesa es la supuesta solución que propone la actual administración federal.

Frente al conocimiento experto como base de la autonomía el inquilino de Palacio propone la lealtad. En mi opinión ahí está una de las claves. La pregunta es ¿lealtad a qué o a quién? Me parece que la respuesta depende de cómo se entiende la legitimidad democrática. Y sostengo que desde el atril mañanero se defiende una idea de democracia francamente anticuada y reduccionista según la cual es democrática una decisión tomada por una mayoría que además es identificada –en automático- como totalidad.

Desde esta interpretación quien gana una votación se convierte en la encarnación de la voluntad del todo. Las minorías desaparecemos o nos convertimos en traidoras del espíritu del pueblo. Así, cualquier crítica, aún la fundamentada en conocimiento experto, no es más que la expresión de intereses oscuros ya asociados al neoliberalismo –en éste caso, porque también podría ser el paganismo, el comunismo o lo que se quiera, depende de la orientación de quien ganó la elección.

Visto así surgen las preguntas para las que hasta el momento me faltan respuestas ¿Se debe aceptar como válido lo que dice el ganador de una elección sólo porque ganó? ¿Es posible tener otras visiones válidas? ¿Dónde buscamos las bases y los fundamentos para la discusión pública? Y la última ¿será que la arrogancia y la libertad están distribuidas de manera diferente a como se dice en el atril de las mañanas? Como decía mi madre “dime de que presumes y te diré de que careces”.

Saludos.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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