Carlos, el gato

Caliche Caroma

Sus libros se citan a montones, montones como en esas imágenes de su biblioteca, pilas de textos y papeles secretos (listas del mandado) y, muy importante, gatos alrededor, encima, a un costado, miau por todos lados. Los gatos que la muerte dejó huérfanos eran muchos, dicen que trece de la suerte. Rumorean también sobre el destino de los ronroneadores, que quién sabe dónde quedaron, que si los mataron los familiares culpándolos de la enfermedad del escritor o que si los gatos se convirtieron en agentes de alguna editorial internacional y se hicieron ricos con las regalías de las obras de su canoso compañero. Las voces son maullidos en la madrugada, se especula mucho sobre lo que pasa en la azotea, pero la verdad duerme a esas horas.

Nacido un cuatro de mayo de 1938, en medio una vida bien vivida (bien escrita y leída y vista en las películas favoritas y escuchada en los discos de colección y acariciada en el pelaje de los felinos), Carlos Monsiváis murió el 19 de junio de 2010, el año del derroche por el bicentenario, y a propósito de bicentenarios, en su texto sobre los doscientos años de Juárez: “¿A quién extraña en América Latina y en el mundo entero, a propósito de los héroes tutelares de cada país, la sobreabundancia de recordatorios de su fama?”. La fama no es buena ni es mala, la fama son esos lentes gruesos, la chamarrita color caqui, el Museo del Estanquillo, un lugar común de la Portales, paréntesis y posdatas, una frase forzada: “Si me pronuncio ante un tema, no creo estar diciendo la verdad, sino no estar mintiendo, de acuerdo con lo que yo conozco”.

Hoy es viernes 19 de junio, hace diez años fue martes en esta misma fecha, acumulaba casi los diecinueve días con sus noches internado en el hospital. Las notas necrológicas se amontonaron (como sus libros y papeles y gatos), variaciones sobre el mismo tema: “Muere el cronista mayor”. Algunos detalles redundantes: la causa de su muerte fue fibrosis pulmonar, tenía 72 años (dato para los menos agraciados en las artes matemáticas), amó a los libros y a los gatos por igual, su sexualidad fue un misterio para los más beatos, una de sus polémicas más interesantes la tuvo con Jorge Ibargüengoitia a propósito del Alfonso Reyes, a medida que engrandecía (porque Monsiváis no envejeció) se rebeló contra el peine, su segundo apellido es Aceves (compartido con el rey del falsete) y coleccionaba todo tipo de antigüedades.

“La poesía es el idioma último y primero”, así habló Monsiváis al inicio de la entrevista que le hizo Cristián Warnken para el programa chileno La belleza de pensar. Y de poesía se comía varios tacos, nada más saboréese el banquete monsivaiesco en varias entregas de la cátedra de Alfonso Reyes (si aparece aquí este nombre dos veces es porque algo quiere decir). “El contacto con el idioma poético como la tierra más fértil de conocimiento del idioma”, esto es lo que se está perdiendo en México y el mundo, Carlos Monsiváis lo vio, lo sintió y lo advirtió, pero no con la falsa preocupación del secretario de educación, sino con la mordacidad que lo nimbaba. Su tenue sonrisa cuando se declara, antes que negativo, descriptivo: “Yo la vivo a fondo, leyendo poesía, escuchando música, analizando procesos de una realidad extraordinaria”.

En esta locura de la pandemia, varios de sus amigos aseguran que Monsiváis está vivo, il est vivant! its alive! Aseguran que lo han visto caminar por Donceles, su tapabocas traía pintados largos bigotes, muy felino, busca sin buscar, sólo curioso (la bola de estambre); los que le reconocieron no sabían si quería entrar o quería salir de la librería de viejo en donde un librero, viejo también, le gritó desde el fondo del local: ¡Carlos, el gato! Pero éste le dio la espalda y se perdió entre recuerdos del caos y los homenajes al cronista de los cronistas.

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