Cine/19: La hija perdida

Livier Fernández Topete

Maggie Gyllenhaal nos ofrece su impoluto debut como directora: La hija perdida. Un drama de cuidadosa hechura que aborda la naturaleza femenina y el ejercicio de la maternidad. Mujeres que son madres que sirven de espejos para otras de su condición, independientemente de la cultura, del idioma o de la edad, las atravesadas por el haber engendrado, compartimos la fibra de la compleja experiencia de ser mujer y ser madre simultáneamente, roles que a veces se conflictúan, generando tensión entre el deseo y el amor maternal, entre lo profesional y la responsabilidad que impone un hijo. Papeles disímiles cohabitan bajo el pellejo de la que es madre, emociones encontradas que hallan o no un flujo saludable para la psique.

Esta película tenía que haber sido dirigida por una mujer, sus protagonistas pertenecen al mismo género, las hijas de ellas, también. Un entramado femenino fiel al laberinto mental de las hembras. La hija perdida logra fusionar la grieta que abren las culturas que imponen sus miradas masculinas, entre la buena y la mala madre.

No, no hay vileza o crueldad en estas mujeres, sino naturaleza y mente femeniles.

Féminas con sus propias historias, rechazan o abrazan el reflejo de otra cuya cabeza y cuerpo giran en dirección contraria al desempeño de la maternidad. Rodeadas de varones que abandonan, provocan, desean, violentan, aman y que son simplemente humanos inscritos en determinada civilización. Son ellas sobre quienes recae el mayor peso de la crianza, porque maternidad también se define como gravidez.

Una muñeca juega un papel simbólico en la trama, es la hija perdida, la que se abandona en el afán de encontrarse a sí misma, es la propia mujer que se pierde al convertirse en madre, es la hija que se extraña, es la amiga que es autorretrato, la mujer cosa, el harapo en el que se deviene, el cacho de mujer que conecta a todas, es la niña que se mima, que se agrede, a la que le salen culebras por la boca: contra sí misma, contra su madre, contra la que será su hija.

Una llamada telefónica entre madre e hijas cierra con la redondez de un ombligo ese inquebrantable vínculo nacido del lazo umbilical.

Sí, somos madres, sí, somos juzgadas (comenzando por nosotras mismas), sí, seguimos siendo mujeres y algunas deben debatirse entre seguir su deseo o quedarse en el deber ser madre, algunas deben fingir que reniegan de sus hijos o convencerse de ello, porque hay amantes que envidian y por lo tanto no soportan, el nudo más estrecho e invulnerable que existe bajo la tierra: madre e hijo.

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