Ciudad de palomas

Cuatro palomas
vuelan y tornan.
Llevan heridas
sus cuatro sombras.
Federico García Lorca

Texto: Caliche Caroma
Foto: Wendy Rufino

El gorjeo no sólo se escucha en el Centro Histórico de Morelia, las palomas han ido conquistando de poco las colonias de la capital michoacana, la gente se acostumbró al zureo de estas aves; junto a los sastrecillos y los pinzones van las palomas volando alto, pero también caminan en las banquetas para encontrar migajas de «algo de algo».

Agrios historiadores , vallisoletanos muy viejos de espíritu y cronistas ultraconservadores exigen al ayuntamiento que pongan mallas en los edificios de cantera, corazones de piedra, urgen a la autoridad para que se siga el ejemplo de San Miguel de Allende, Guanajuato, en donde no sólo tienen protecciones en sus monumentos, iglesias y edificios varios, les han puesto picudos clavos para evitar que las colúmbidas se paren sobre el pasado histriónico (demasiada teatralidad).

Las palomas habitan las plazas y jardines de Morelia desde hace muchos años, ya son morelianas, ellas también forman parte del patrimonio de la humanidad (con alas). Tienen algunos amigos humanos que les llevan restos de pan y compañía. La pandemia cerró las plazas (recurso estulto), ¿qué comieron las palomas? Y la oscura/gris/blancas ave ruega a los cielos: “¡Dios, dame fuerzas, me estoy muriendo!” y el presidente municipal se saca los mocos y se los come (lapsus).

Los enemigos de las palomas son muchos: chamacos con resorteras, señores con escopeta, solteronas que las envenenan, los defensores de la cantera rosa y los cables de alta tensión que les queman sus deditos y por eso es común encontrarlas cojas, cachondeando; a veces, el pico destrozado por alguna rencilla o rendija o accidente. En la mañana, con el sol, las palomas asoman su curiosidad.

Roedores con alas, así les dicen algunas personas a las palomas, las tildan de tontas, animales sucios, los mas feos aseguran que afean el paisaje, que son una plaga y otros infundios del odio.

Las hay mensajeras, las favoritas de los colombofílicos, blancas como se supone es el color de la paz, asiáticas, oscuras casi negras, las que se equivocan (Rafael Alberti), palomas huilotas, domésticas, San Basilio, etcéteras, palomeado. Boronas de la la colombicultura.

¡Ay, palomas de mis recuerdos! Porque los amaneceres de julio y octubre, urbe de tristes torres, se alegran con el vuelo redondo de las palomas, aves tornasoladas: “Si a tu ventana llega una paloma / Trátala con cariño que es mi persona / Cuéntale tus amores bien de mi vida”, así canta Eugenia León.

Y canciones de palomas hay un montón, poemas y oráculos, cartas, pinturas, amoríos secretos en las azoteas. Dejemos, pues, que las palomas vuelen tranquilas, mientras la tarde cierra sus ojos anaranjados y unas alas se extienden en despedida. Vuela, vuela, palomita mía…

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