Colectivo Cherani, el intento por caminar juntos

Raúl López Téllez

En abril del 2011, la comunidad de Cherán emprendió una movilización en contra del crimen organizado que bajo la figura de talamontes saqueaban sus recursos naturales, una movilización que tuvo sus costos trágicos y que hasta febrero del 2013 no daba cuenta cabal sobre 13 asesinados, 5 desaparecidos y cinco familias desplazadas.

Inició así una lucha que derivó en el control de los pobladores en el acceso a la cabecera municipal, la reactivación de las fogatas y la Ronda Comunitaria como símbolos de resistencia y toma de decisiones en sus cuatro barrios y una decisión a toda costa de borrar a los partidos políticos, lo que redundaría en el reconocimiento posterior de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a un autogobierno regido por usos y costumbres, el Concejo Mayor de Gobierno Comunal.

Simbolismo y realidad, la figura de Cherán ha dado la vuelta al mundo como ejemplo de resistencia de un pueblo en contra del sistema establecido, incluido el crimen organizado. Desde el 2011, esta población de la Meseta Purépecha, con un alto flujo de migrantes jóvenes a campos y ciudades de los Estados Unidos –desde donde apoyaron la movilización e incluso se sumaron para registrar y distribuir las imágenes de aquellos días a través de medios audiovisuales y digitales-, además de un buen número de profesionistas con arraigo hacia sus orígenes, fueron el escenario de manifestaciones culturales paralelas a la acción política y jurídica.

Instituido el Concejo Mayor, en su plaza se han celebrado conciertos con grupos de variados géneros, unidos en homenajear a este pueblo, además del impulso a sus tradiciones, incluidas las religiosas si se recuerda que los cheranenses son creyentes y dedican una fiesta a la Resurrección de Cristo, la llamada Fiesta de la Octava, así como su santo patrono es San Francisco, punto en el que cabe resaltar que las autoridades comunales eliminaros de las mismas los bailes, al considerar que éstos incitaban al alcoholismo.

Parte de este despertar cultural, ha sido y lo son los murales callejeros, los grafitis, algunos de ellos gestados desde la realización de aquellas fogatas del 2011, donde mientras se velaba, se pintaba un mensaje colectivo. En los últimos años, han sido las artes pláticas las que intentan estructurar un discurso en torno a Cherán.

Quizá sea muy arriesgado decir que “Cherani: empoderamiento de la propia identidad”, la muestra del Colectivo de artistas de este pueblo que se expone en el Centro Cultural Clavijero, sea un ejemplo de esta búsqueda y, a la vez, defensa de una identidad que, como se escribe en un textil con las frases de Juan Chávez, uno de los líderes del movimiento reivindicador: “No nacimos ayer, no nacimos apenas hoy: nacimos antes…”.

Sí destaca que al igual que el movimiento iniciado desde el 2011 y que requirió del apoyo de variados elementos, incluida por supuesto la imaginación, estos variados elementos aquí están: desde el círculo de olotes que se arman para desgranar mazorcas y que acá son arte objeto (“I Ma Kuturakata”, Unidad IU y II, de Ángel Pahuamba), hasta los marcos de las viejas ventanas de madera donde un demonio espera sentado y sonriente (“Erontskua”, La Espera, de Bethel Cucue).

Bosque y maíz, son esos variados elementos con los que se conforma la integración estética de una comunidad, plasmados en “Cherani Anapuecha”, Los de Cherán, de Francisco Huaroco Rosas, un conjunto de pedazos de troncos que penden con diversos nombres; en otro caso montones de leña acomodados y títulos intercalados en una madera pintada de negro, simulando que ya está quemada, arrasada: “Dignidad”, “Territorio”, “Ritual”.

Ángel Pahuamba (“Inteeri Ukateeskami”, De eso estoy hecho), Francisco Huaroco Rosas (“Jampurhikuecha”), nos parece, se acercan más certeramente a la simbiosis de la visión indígena con la del artista correspondiente, aquel que ha dejado al hombre como elemento central para colocar en su lugar al de la máscara de la fiesta, al del santo y conquistador con espejos y rubor en las mejillas, de todos modos nos burlamos de la Corona, que regresan al tejón o al torito como elementos en deidades y festivales. Destaca que en casi todos los casos exista ese contraste, la ruptura y la coexistencia de símbolos, incluida la obra que parece sintetizar esta dinámica: “Ukia Jakakukueri Mojkuparim”, Transición del Espacio Ritual, de Giovanni Fabián Guerrero, que ocupa la totalidad de uno de los muros laterales de la sala.

Acrílico, aerosol, lápiz, tela, uso de materiales directos (Ángel Pañeda y sus “T´amu Kanharikua” o Cuatro rostros, escultura en raíz de peral), dan cuenta de expresiones que más allá del discurso estético llevan en otros casos el mensaje político: “México sin nosotros” o “Nosotros sin México”, es un juego de palabras que usa Salvador Santaclara Xaricata, con la silueta del país al revés; o en el tríptico de “Nuestros guardianes”, el camuflaje estilo militar que usan los integrantes de las Ronda, en una mezcla extraña con elementos que aluden a la sabiduría de los ancianos y los elementos míticos del bosque.

¿La expo es un reflejo cultural del movimiento? De entrada, quien sabe si debería serlo. O bien considerar que con este primer asomo un tanto, digamos, en forma, de artistas –unos consolidados y otros apenas en el germen-, se puede generalizar, un exceso que lleve a exclusiones y parcialidades cuando el proceso mismo que ha decidido acompañar este colectivo de artistas con su comunidad, es un movimiento vivo y como tal deberá corresponder en sus cauces artísticos.

En el texto que escribió Casimiro Leco Tomas, un cheranense ahora avecindado en la Universidad de Austin, Texas, habla de que los integrantes de esta propuesta “atrevidos, creadores, pero también artífices de su propia historia (…) seguirán plasmando sus ideas en cuadros, lienzos, grabados, cuerpos tatuados, proyectando imágenes y en donde puedan hacerlo: en pedazos de madera, cartones y estructuras (…) y seguirán produciendo arte mientras encuentren la razón, inspiración y motivos para hacerlo”.

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