Con zapatos Mickey

Livier Fernández Topete

Para Yésica

Negros, blancos o pintados de rosa. Aprendimos a caminar juntas, a trepar árboles y a colgarnos en columpios mientras soltábamos las amarras que entonces eran poquísimas; tú siempre fuiste más temeraria, yo a veces servía de sostén (entrelazando las manos o poniendo la espalda, por ejemplo) para tus malabares; las dos reíamos en cualquier caso.

Si algo había que pintar de rosa, eso era la prenda que aseguraba nuestros pasos para ir descubriendo un mundo cada vez más y más colorido, donde el negro era parte del arco iris adulto que iba obligadamente dibujándose en nuestro cielo.

Con zapatos Mickey montamos triciclo y bicicleta; corrimos por la vereda que daba al portón de la fascinante casa de El Fuerte; ahí mismo te perseguí jugando hasta que te abriste la rodilla; nos colamos bajo las sillas del consultorio de mamá para pellizcar a los pacientes; escondíamos los zapatos de la prima que tomaba siesta en casa; cantamos y recorrimos el caminito de la escuela y no nos apuramos a llegar temprano con las monjas; hicimos pasarelas en traje de baño, pidiendo como juez al primo guapo: bikini con calcetas largas y con zapatos Mickey.

Jugamos y jugamos en serio, eras buena para ganar la apuesta comprometedora. Con Mickey pisoteado y rosa comenzando a deslavarse, conocimos la angustia, el miedo, la hostilidad. Disney desvaneciéndose ante la vista. Con los Mouse y junto a los primos, protegimos ratones en casa de la abuela mezquina. No recuerdo a tu novio de la infancia ¿tuviste uno? me asomaba por la ventana para ver al mío agitar la mano, alzar notas gigantes con besos pintados. Me defendiste en la escuela, con patadas de ortopédicos. Creímos inventar la palabra “alunada”. Dejamos de usar los Mickey cuando dejamos de ser Minnie. Respondías fuerte. Yo callaba fuerte. Ahora escribo y tú eres triatleta; tú siempre fuiste más temeraria; sigues trepando y yo afirmando. A veces servimos de sostén (una a la otra) para los malabares de la vida; las dos reímos en cualquier caso.

Si algo habrá que pintar de rosa, eso es nuestro cielo adulto.

Aquella prenda pintada que aseguraba nuestros pasos nos vio descubrir un mundo cada vez más y más lleno de matices, donde el negro es parte del arco iris polícromo que se graba en los huesos cuando se deja de ser niño.


Imagen de portada: Livier Fernández Topete

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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