¡Coño, compadre! o El Rey de La Habana

Caliche Caroma

Reynaldo ve morir a su madre por causa de un empujón que su hermano le dio, pero no fue un simple empujón, una varilla que estaba en la azotea, lugar en donde se masturbaban estos dos mientras espiaban a la vecina, se le encajó por la nuca y le salió por el rostro, la mujer perdió la vida al instante, la lengua de fuera. Su carnal se suicidó aventándose hacia la calle, era el quinto piso, pero bien lo valía el matricidio; la abuela sufre un infarto al presenciar la escena, pilón mortal, tres por uno.

Así comienza el libro El rey de La Habana (Anagrama), escrito por Pedro Juan Gutiérrez, cubano (¿qué tú crees?), autor de la Trilogía sucia de La Habana, Animal tropical, Carne de perro, entre otras bellezas. Brutal, mi negro, más brutal que un italiano sacándole los ojos a una cubana para dárselos a su hija. Esta novela me hizo recordar El pájaro pintado, éxito de Jerzy Kosinski en el que un niño sufre hasta la médula en su paso por la Europa del Este. Acá también hay demasiado dolor y un menor de edad (16 añicos), pero con el clima del Caribe, palmeras y cocos, arena pisada por chanclas gastadas, boleros, salsa, son e inanición. El mundo es un cagadero y Pedro Juan Gutiérrez escribe en el papel de baño manchado de mierda.

¿Y el Rey? Pues lo acusan de lo sucedido en aquella azotea, fue el único sobreviviente, lo peor es que cuando llegó la policía aún tenía tremenda erección, veintitantos centímetros de carne, ¡dale suave, chico! Su estancia en la correccional de menores le enseña a ser duro, con cojones; escapa de ésta y aprende lo peor de la calle, qué más, su paso por la indigencia, el padrotismo (chulo), mayatismo (chulo LGBTTTIQ+). Y Reynaldo hace daño, sus robos, engaños y hasta la necrofilia que practicó con la apestosa Magda:

«La penetró. Nunca había sentido algo tan frío en su pinga. Y se vino enseguida. Sin tocarla hacia arriba. No quería mirar. Estaba hipnotizada por el bollo de Magda. El resto del cuerpo era una cochambre de sangre coagulada».

Todo esto no le enseña nada, él es grande, poderoso, El Rey de La Habana, sin familia, sin dios, sin carnet de identidad. El falo es su arma. Su pene está modificado con dos perlas en el glande, en realidad eran dos municiones de acero, con ellas da placer a quien él quiera. La pinga y el coño, compadre.

Vaya Rey de La Habana, cometiendo cualquier tipo de fechorías en la década de los noventas. ¿Tenía otra opción? Sandra, el travesti, le advirtió de su mala estrella, pero él no quiso limpiarse ni nada de esas chorradas, lo único que Rey desea con el alma entera es comer, follar y cagar. Cuando digo limpiarse hablo de santería, pero también de bañarse, cosa que no le gustaba al mulato. El crimen sigue al monarca a donde quiera que va, aunque él no se hace del rogar, la sangre mancha cada página de esta biblia del terror y del sexo. Llora mucho, llueve más, ¿de dónde sale tanta agua?

Muestrario de porquerías, la novela está ubicada en la isla, pero podría ser México, Guinea o Corea del Sur, como ya dije arriba, sólo cambia el clima, la miseria es la misma. No sólo recomiendo leer este libro, también invito a que ver la adaptación cinematográfica que realizó Agustí Villaronga. Les dejo este epígrafe que Pedro Juan Gutiérrez extrae de una canción cubana: «Tú no juegues conmigo/que yo sí como candela».

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