Conversando sobre el libro Crítica de la radicalidad islamista

David Ramos Castro y Liliana David Parra

Tras el artículo anterior de Los Intempestivos, en el que se anunciaba la aparición del libro Crítica de la radicalidad islamista. La verdad confiscada, la libertad interceptada, del pensador mexicano Francisco Bucio Palomino, en esta entrega decidimos conversar con su autor, con el fin de ahondar un poco más en los motivos e ideas que animaron la escritura de esta voluminosa obra. Una de las preguntas acuciantes que recorre hoy nuestro mundo es la de qué hacer con occidente y el islam.  El nuevo libro del filósofo nos recuerda nuestra responsabilidad a la hora de pensar en una respuesta que no sea el final de la crítica, sino acaso su comienzo.

Acostumbrados como estamos -por desgracia- a los radicalismos de toda clase, incluida la de aquellos que reducen el islam a su deriva fundamentalista, ¿qué tipo de crítica propone su libro?  

El título del libro, en la edición de Biblos, es Crítica de la radicalidad islamista. La verdad confiscada, la libertad interceptada. En esta edición hice los matices necesarios para evitar que el lector confundiera mi crítica del islamismo con una crítica del islam. No obstante, ya en la primera versión hablé en varios lugares sobre la importancia de no hacer esa confusión y de que hay que respetar al islam como a toda civilización digna, pero también de que, como yo lo veo, son sus extremistas los que le causan un daño enorme. Desarrollo la idea que presenta el islamismo como una enfermedad del islam, para lo cual me apoyo en el islamólogo Abdel Wahab Medded y en su obra La enfermedad del islam. Me puse en esa perspectiva, desde el principio, y hay que decir que uno no puede tratar a la enfermedad como si fuera una entidad autónoma. Considero que el islam está enfermo, como también lo está el occidente, aunque esto daría para otro libro. Lo que trato de hacer con este es colaborar, de forma amistosa, con los musulmanes moderados en quienes resuena la idea de un aggiornamento para el islam.

Usted articula la obra en torno a la libertad y la verdad. ¿Cómo podemos comprender tales conceptos?

Con respecto de la libertad hice una referencia doble en el libro: tanto a la tesis existencialista como a la tesis de Schelling. Me interesó hacer las dos porque la de Schelling añade algo muy importante para el caso musulmám, pues si ellos rechazan la libertad tal como nosotros la concebimos es porque no quisieran que el hombre fuera capaz de hacer el mal; ya no de hacerlo, sino de escogerlo libremente. Y para Schelling, en cambio, la libertad consiste precisamente en ese extremo: ser capaz de escoger el mal en lugar del bien. Si no fuéramos capaces de elegir la posibilidad negativa, entonces la elección de la positiva no sería una verdadera elección. Por otro lado, lo esencial de la tesis existencialista de libertad es el hecho de que le otorga al hombre la responsabilidad de hacerse cargo de su ser, de su esencia individual. De esto es de lo que quiere descargarse el musulmán, en tanto que pide al Corán que le diga lo que debe ser. Ahora bien, justamente aquí se distingue al musulmán moderado del radicalizado: el primero siente que aunque el Corán le dicte lo que debe ser, es él quien usará su libertad. En cambio, el radicalista tiene un cordón umbilical con el Corán. Necesita que el Corán le diga qué tiene que hacer y quién tiene que ser. El nombre de islam significa sumisión y los extremistas llevan este significado con estricta observancia.

¿Y sobre el concepto de la verdad?

Los griegos nombraron la verdad y la llamaron alétheia, porque para ellos era un procedimiento de quitar velos, de desvelar y descubrir lo importante. Pero ha supuesto una carga muy pesada para la filosofía substancializar la verdad. Habría que hablar más en términos de verdadero y no en términos de verdad. Cuando tenemos la idea sustantiva de la verdad, la andamos buscando como si ya estuviera hecha en alguna parte, como si estuviera en el mundo de las ideas de Platón, en un topos uranus. Pero la verdad no está en ninguna parte: la verdad se hace, es una relación con el ser humano. Pero, además, esta relación se hace en forma de búsqueda. Me remito a estas palabras de Condorcet: “el amigo de la verdad es el que la busca no el que dice tenerla”. El espíritu crítico supone esa apertura a la discusión que no teme a la contradicción ni a la duda. Dado que la duda y la crítica están prohibidas en el Corán, los radicales toman a pie juntillas lo que su libro sagrado les dice, mientras que los moderados se comportan como muchos cristianos con respecto a la Biblia. ¿Cuántas cosas dice la Biblia que decidimos pasar alto? Ahora bien, después de que se tienen los conceptos de verdad y libertad hay que saber encontrarles una relación. Para Heidegger, la esencia de la verdad es la libertad y viceversa. En ese cruce está la gran tesis heideggeriana. ¿Qué quiere decir eso? Que nosotros tenemos que comportamos con la verdad libremente, tenemos que hacer uso y ejercer cotidianamente nuestra libertad frente a la verdad. Debemos tener una mente abierta para que las ideas estén en constante movimiento y se sientan libres de irse o quedarse en nuestro espíritu.

Pero, en arreglo a esa libertad que opera en la construcción de una verdadera historia individual o colectiva, ¿no es más bien la crisis de valores en occidente, fruto de sus propias elecciones, la que ha debilitado su situación? ¿No es esta debilidad la que aprovecha un islam igualmente en crisis de radicalización?

Ustedes me preguntaban si el occidente está en crisis frente a sus valores. Sin duda, pero en esa crisis, que no es de hoy, hay que hay que hablar de ideales, más que de valores, pues nuestros valores son sobre todo ideales. En muchas partes de occidente no se viven esos valores, pero al mismo tiempo no se acepta que se los toque como ideales.

Imagen de Afshad Subair en Pixabay

Pero, entonces, ¿qué es lo que está en crisis en occidente?

En cuanto a la verdad, la crisis radica en el llamado cientificismo. Hemos elevado la ciencia al pináculo, pero un pináculo no debe ser el lugar desde donde se aplane todo lo demás. Por ejemplo, la “verdad científica”, que necesita experimentos, no puede decir a la vez si deben realizarse o no experimentos que pongan en riesgo la vida, pues la vida es más que la ciencia; más que ese tipo de acercamiento a la verdad bajo el que muchas veces los científicos conciben las cosas. Este es un mal de nuestros tiempos, un síntoma que muestra la crisis de la verdad en occidente. En cuanto a la libertad, podemos encontrar muchos ejemplos. Casi toda la libertad la concibe hoy occidente como una libertad ilimitada. Un caso es el de los periodistas y sus alegatos en favor al derecho de informar y expresarse, para lo cual deben poder decirlo todo, pero quitándose al mismo tiempo la responsabilidad de lo que dicen. Pero ellos también tienen que responder ante sus palabras, de modo que la libertad de expresión tiene límites, que no significan censura sino responsabilidad. Por ese lado, también tendríamos que hacer una crítica.

Usted utiliza en el libro la noción de “resentimiento”, que Nietzsche empleó en el contexto de la lucha entre el amo y el esclavo. Para él, el resentimiento traducía la debilidad moral del esclavo, el cual solo encontraba en la culpabilidad del amo una respuesta a su propia y penosa situación. No obstante, sobre este punto no podemos evitar pensar en lo concreto de la época sociocultural que vivimos y en si la queja o hasta el ataque violento que pueda surgir de ella -y que está muy presente en la radicalización islamista- no pueden representar una respuesta comprensible ante agresiones reales por parte de ciertos amos del mundo.  

Creo que debí insistir en el hecho de la multiplicidad de causas que explican la manera como se ha manifestado el radicalismo en occidente. Una de ellas, la acaban de mencionar: me refiero a ese sentimiento que tienen muchos países árabes de haber sufrido el yugo occidental y de seguir sufriéndolo, aún después de la descolonización. A eso se suma el que se sigan siendo considerados ciudadanos de segunda en algunos países donde viven, su retraso educativo o su reclusión en guetos. Que de ahí nazca un resentimiento es algo muy normal. Sin embargo, esas raíces de la explicación necesitan la “coranización”, como le llamo; o sea, un acercamiento concreto al Corán que hace tomar la decisión, en un momento dado, de hacer la guerra al infiel. Lo que ustedes exponen tiene mucha importancia para explicar la situación, pero el proceso de “coranización” es el detonante que pone en perspectiva el tema del que estamos hablando: el paso a la radicalización que lleva a la guerra santa. Por otra parte, cuando vemos que el radicalismo se vive tan intensamente en los países musulmanes como en los países occidentales, entonces el yugo histórico de occidente queda minimizado.

Pero ¿cuáles tendrían que ser las condiciones que permitan una convivencia pacífica? Si las distancias entre los conceptos de libertad y verdad parecen insalvables entre ambas culturas, ¿cuál sería el camino a transitar? ¿Cabe una resolución?

Tiene que haberla. Es el problema que se discute a diario en Francia, país en el que focalizo mi atención porque parece ser el que vive con más acuidad esta situación. Allí se suele considerar que la formula comunitarista – que permite a una comunidad cultural vivir al lado de otra culturalmente diferente- no resuelve el problema, sino que lo incrementa, pues a la larga tiende a dividir el país. Frente al comunitarismo, Francia remite a sus valores republicanos y propone leyes que incluyan los mismos valores para todos. Es el caso de la laicidad, que evita las grandes manifestaciones de los particularismos religiosos. Pero justamente ahí aparece la resistencia. Por ello, siguen buscando la manera de organizarse socialmente para que baste con el simple respeto de las leyes republicanas.

Efectivamente, Francia vuelve una y otra vez a repetir la consigna de la “libertad, la igualdad y la fraternidad” como fundamentos de ese republicanismo que menciona. Sin embargo, en el momento de la masacre en el periódico satírico Charlie Hebdo, se pudo comprobar en varias emisiones televisivas cómo se consideraba inaceptable que cualquier musulmán, una vez condenado el atentado, se atreviese a añadir que tampoco aprobaban la irreverencia habitual del periódico. Parecía que solo se dejaban dos opciones a la libertad del interlocutor: o se estaba a favor de la república francesa o contra ella, lo cual no dejaba de manifestarse como otra versión de radicalismo. ¿Está en el presente capacitado el mundo occidental para construir un nuevo occidente que recupere alguno de sus valores perdidos basándose en la fuerza de la persuasión y no en una radicalidad maquillada?

Es muy cierto que la manera de concebir la libertad de expresión, sin límites, por parte del Charlie Hebdo, llevó a los caricaturistas a herir la conciencia religiosa de mucha gente. Claro que eso tampoco me gusta. No debiera haber existido ese agravio. En Francia, las autoridades lo justifican aduciendo que la libertad de expresión es intocable, pero entonces volvemos a lo que decíamos antes: necesitamos añadir la responsabilidad de lo expresado y ver cuáles son los límites de la expresión. No soy el único que lo dice. Pero también respingo ante el hecho de que no se pueda tocar a Mahoma o al Corán sin que la única respuesta sea matar a quienes se hayan atrevido a hacerlo. Esto se ha vuelto algo tan fútil para los radicales, que matan sin pensar. Pero insisto en que también occidente tendría que volver a meditar con espíritu crítico sobre sus valores e ideales, pues hay un extremismo occidental que está detrás de las maneras fundamentalistas de manipularlos. Si no hubiera tratado el tema del extremismo islamista, me hubiera interesado abordar el del extremismo occidental.

Este libro, desde luego, da para pensar en muchos temas: el de las flaquezas de un occidente sin una conciencia crítica de su propia historia, el de la penetración de radicalismos que aprovechan esa debilidad y hasta el de la pregunta -creemos que esencial- de si es realmente posible cuestionar culturalmente la fe.

Me hubiera gustado escudriñar en ese punto que acaban de señalar, aunque debido al tema y el formato del libro, no lo hice. Hay flaquezas en la mentalidad occidental y en la manera como los países occidentales viven con sus valores. Esas flaquezas los radicalistas las aprovechan. Una de ellas es el desvío de la esencia de la libertad, que no se puede vivir sin responsabilidad. Otra es ese cientificismo al que también me referí. Un monopolio de la verdad que la ciencia ha constituido, de manera  que hace desaparecer todo lo que no le es familiar, como la fe. En nombre de la ciencia, el cientificismo considera  innecesaria la fe religiosa. De hecho, el religioso aparece como un ser un poco atrasado, alguien de otra época. Este monopolio cientificista es, desde luego, algo nefasto. Y por ahí también podríamos empezar un aggiornamento occidental. Tenemos mucho que criticar de nuestra mentalidad.


Imagen de portada de İbrahim Mücahit Yıldız en Pixabay

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