De animales, enfermedades, héroes y combates

Juan Velasco

(Notas sueltas sobre el lenguaje de nuestro ¿debate? público)

La vida de la humanidad transcurre en tiempos distintos que se superponen y se entrecruzan. Esto va más allá de que distintas sociedades, culturas y religiones han creado sus propios calendarios como el gregoriano, el juliano, el judío, el musulmán, el chino, el maya, etc. También sucede que a los tiempos de los calendarios se superponen los tiempos de eventos, acciones, proyectos, fiestas, catástrofes…

Según el calendario gregoriano llega a su fin el primer mes del año 2021, según el confinamiento pandémico andamos por ahí del décimo mes y a diferencia del año del calendario que sabemos que termina el 31 de diciembre la pandemia ni idea de cuándo acabará. De manera simultánea, según el calendario electoral nos encontramos en el proceso electoral más grande que hasta el momento hemos realizado como país -aunque las campañas como tales comienzan en unos dos meses. En el calendario de la administración pública a nivel federal el sexenio lleva poco más de 2 años mientras que a nivel estatal y municipal este año concluyen sus periodos. En los calendarios escolares, según los niveles, algunos están en el paso de un ciclo a otro, mientras hay quienes están retomando ciclos. Y así podría seguir.

Sin embargo el tema de este primer chilaquil del 2021 más que los tiempos que vivimos es el lenguaje que usamos en nuestra discusión o debate público o de los temas públicos. Se ha dicho ya hasta el cansancio que la pandemia ha puesto en evidencia distintos aspectos de las sociedades, tanto positivos como negativos; nuestras carencias y debilidades pero también nuestras fortalezas y pequeños avances.

De la narrativa que se ha (hemos) ido construyendo sobre estos tiempos superpuestos que vivimos resalto algunos elementos. A nuestro ya de por si extenso repertorio de palabras que se van ahuecando y frases hechas, desde el “sabemos que falta mucho pero seguimos avanzando” hasta llegar a “vamos a llegar a las últimas consecuencias, caiga quien caiga” se han sumado otras: “quédate en casa”, “sana distancia”, “actividades esenciales”, “lávate las manos”, “nueva normalidad”, “trabajo en  casa”, “población de riesgo” y un largo etcétera salpicado en ocasiones de anglicismos y otras cabriolas verbales. También tenemos nuevos insultos, el más común “covidiota”. Todo esto por supuesto a través de pantallas, audífonos, micrófonos, teclados y otros aparatos convenientemente “sanitizados” porque hay que evitar los encuentros “presenciales” y huir de las “aglomeraciones” porque cada cosa a su tiempo y ahora no es tiempo de viajar ni visitarnos porque debemos concentrarnos en cortar la cadena de contagios.

Dejo claro que mi punto en este momento para nada es criticar u oponerme a las acciones nombradas. Como humanidad seguimos sin encontrar otra manera de parar una epidemia cuando nosotros mismos y nuestras actividades son el medio de transmisión que aislarnos lo más posible los unos de los otros y modificar nuestros haceres. Quizás pudimos haberlas nombrado de otra manera. Y a eso me refiero solamente, a la manera en la que hablamos de lo que vivimos y al nombrarlo de algún modo lo configuramos.

Pongo otro ejemplo. En el lenguaje público la referencia a las acciones y las personas que se dedican a tratar de controlar y reducir los efectos negativos para la salud que causa la pandemia son nombradas, en México y al parecer en otras partes del mundo con un lenguaje de corte bélico. Se habla de derrotar al virus, ese enemigo invisible. Se habla de los héroes que se baten en la primera línea. Estamos en guerra contra un enemigo mortal que se ha infiltrado entre nosotros. La manera en que nombramos las cosas tiene sus consecuencias. Al utilizar este lenguaje de corte bélico se romantiza el trabajo de las personas que tienen el primer contacto y el trato directo con las personas enfermas (con la sobrecarga emocional y la explotación que puede implicar para el personal de salud y las tendencias autoritarias en el trato que se pueden propiciar). Se invisibilizan otras personas y sus trabajos; como por ejemplo el personal de limpieza (en hospitales pero también en las ciudades en general), personal administrativo, de mensajería y entrega a domicilio entre otras. Y las personas que se saltan las reglas de la nueva convivencia podrían pasar de ser irresponsables o covidiotas a traidores. Porque estamos en guerra.

En el ámbito electoral, además de utilizar el tema del manejo de la pandemia para tratar de ganar votos o de quitárselos al de enfrente, se ha notado por momentos la agudización de una tendencia que viene de antes: llamar a quienes militan o se postulan por partidos distintos al propio con nombres de animales que en el imaginario popular se asocian a lo negativo o referirse a ellos como si fueran enfermedades o desastres.

Decía que la tendencia viene de antes. Para no ir demasiado lejos basta recordar cuando Fox en campaña se refería a los priístas como tepocatas y víboras prietas que debían ser sacadas a patadas de Los Pinos o cuando siendo candidato López Obrador llamó chachalaca a Fox en 2006 o aquella campaña del Verde en el estado de México donde llamaba ratas a los secuestradores para negar hubiera que respetar sus derechos humanos al ser aprehendidos por las autoridades.

Escuchando spots y declaraciones actuales podemos encontrar que según el PRI, Morena es una desgracia para México (como un déjà vu de aquel 2006 cuando López Obrador fue llamado peligro para México por el PAN), que según Morena la alianza electoral de PRI, PAN y PRD es un cáncer que debe ser extirpado, que según López Obrador la corrupción prianista que alcanzó su apogeo en el periodo neoliberal (en complicidad con el PRD no obradorista, claro) es una peste para la que ojalá hubiera vacuna. Se dice también que algunos sectores de la prensa son sicarios, buitres, carroñeros o por lo menos zopilotes que además ladran como perros y esparcen una infodemia. Y por supuesto, todos los que no están de mi lado son ratas, puercos y hacen trampa.

Desde la perspectiva de estas narrativas, que como los tiempos se superponen unas a otras, parecería que México es un campo de batalla donde unos héroes combaten a un enemigo invisible mientras grupos de distintos animales y enfermedades pelean entre sí para ganar el voto y la atención de la ciudadanía que desde su sana distancia se queda en casa a mirar la pantalla y se lava las manos. ¿Será así? Pienso que hay algo más, en todos los planos pero sobretodo en el de la ciudadanía. Ese algo más apenas se ve porque se nombra poco. Simplificando y hasta tergiversando a Foucault, para ver lo demás hay que nombrarlo y negarnos a ver sólo lo que muestran esas narrativas –que por cierto pueden implicar muchos riesgos. A ver.

Saludos.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

Imagen de portada: mohamed Hassan en Pixabay

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