Dios me creó para ser un djembefola: Mamady Keita

Caliche Caroma

“¡Ey, cuidado con mi djembe (yembe)!”, le increpa Mamady Keita a su amigo vestido de verde zacate, es un miembro de las fuerzas armadas, éste puso su bicicleta nueva encima del viejo tambor africano, el percusionista no puede permitir tremendo crimen, a pesar de que su interlocutor es un coronel (¿o general?). La camioneta se encuentra llena de regalos, decenas de presentes que le gente le ha entregado con mucho cariño a uno de los más famosos músicos guineanos. Finalmente, el militar cede y acomoda arriba de todas las otras cosas el preciado instrumento. Después de 26 años, Mamady regresó a su tierra natal para responder la pregunta que se hizo durante muchos años a sí mismo, ¿cuál es mi misión en el mundo? “Sé que Dios me creó para ser un djembefola”.

La anterior anécdota es parte del documental producido por Rhea Films (Francia) en 1991, Djembefola es el título del hermoso trabajo audiovisual que dirige Laurent Chevallier y que comparte nombre con el encargado de sonar el tambor africano por antonomasia, el djembe (hecho de madera y con membrana de piel, regularmente de chivo). Las otras percusiones africanas de la tradición malinké (también llamado mandigá, con o sin tilde) son coestelares en esta película de la vida real, los nombres de los también llamados tambores dununba son: dundun (el grave), sangban (el medio) y kensereni o kenkeni (el agudo). Mamady Keita los tocaba todos, entiende a la perfección el ensamble polirrítmico, por eso es un maestro. Mamady Keita prefirió el djembe, o el djembe lo eligió a él.  

Mamady Keita murió el 21 de junio de 2021, a los 70 años, una existencia genuinamente percutiva. Nació en 1950 en la frontera entre Guinea y Mali, en Balandougou, noroeste de África, continente raíz, ritmo del mundo. Vivió en Bélgica durante bastantes años, adquirió la nacionalidad de ese país, pero nunca dejó de ser guineano, malinké, africano y, principalmente, un gran ciudadano universal. Recién llegado a este mundo, e incluso desde antes, los ancianos le dijeron a su madre que ese niño sería conocido más allá de las fronteras del continente negro, su nombre estaría en boca de propios y extraños: ¡Mamady Keita, Mamady Keita! Y así fue.

Tocó desde que pudo hacerlo y con tan sólo 14 años ya era parte del Ballet Nacional de Guinea, un proyecto que coordinaba Harry Belafonte. Inmediatamente llamó la atención de todos por su talento, capacidad y disciplina. No sólo logró que el tambor hablara, lo hizo cantar una melodía que seguirá sonando hasta que la palabra “siempre” ya no tenga sentido. Fundó su propia escuela, grabo muchos discos, suyos y ajenos, le dio la vuelta al globo más de ochenta veces, colaboró con músicos de aquí, de allá y de acullá. De sus producciones, tres nombres como muestra: Mamady Léé ou l’art, Hamanah y Mögöbalu.

A finales de la década de 1990 y principios del Siglo XXI, era muy difícil conseguir en México métodos de percusión africana, en especial de la tradición malinké, alguien prestaba unas copias y se reproducían rápidamente, aún no existía el pantano de la internet. El más popular de estos métodos era el de Mamady Keita. Gracias a él se conocieron y esparcieron los ritmos más famosos y pegajosos de la cultura mandingá (kuku, balakulandjan, tiriba, soko, etc.), que hoy se tocan en Japón, Brasil, Estados Unidos, Australia, Alemania, Francia, Morelia…

Mamady le abrió la puerta a muchos otros percusionistas que llegaron después, desde Conakry y otros lugares del África. Pero no sólo eso, Keita fue la inspiración para que ensambles de percusiones se formaran de Baja California Norte a Yucatán, djembefolas surgieron en México, así como dunduneros que viajaron a Guinea para aprender la tradición en las Villages, con la gente de los pueblos. Reconsideración: Keita no abrió la puerta, él fue la puerta. Por eso no es sorpresa en la actualidad encontrarse con músicos mexicanos que toquen el balafón (marimba africana), la cora (arpa), el n’goni, et al. África en México, México en África, Mamady Keita vive.

Un duro golpe para la humanidad, la desaparición física de Mamadi Keyta, sin duda. Sin embargo, queda su música, su influencia, el legado de un djembefola que ahora tocará el gran solo de la eternidad.  Aquí, como final estremecedor de este recuerdo escrito, la transcripción de uno de los diálogos de Djembefola, donde Mamady le pregunta a un sabio del pueblo cómo fue que se convirtió en “el que toca el tambor”:

“Lloraste tan duro al nacer que tú padre se preocupó mucho. Él fue a ver a un médico brujo. La predicción era clara, la señal de un gran futuro para ti. El pueblo entero se encontraba a la sombra de tu fama. Para que esto pasara tuvo que sacrificar a un chivo, así no se preocuparía más, le advirtió el brujo. Tu mano fue puesta en el chivo y el animal sacrificado. El tambor estaba en tu sangre”.

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