Materia oscura: El titiritero

Gerardo Farías

El titiritero se inclina sobre sus creaciones: son tres nuevos títeres. Los anteriores los ha destruido; sus defectos eran imperdonables, le daban pena. Esta vez ha usado otros materiales, más flexibles y sencillos. Estos son capaces de movimientos más sutiles. Cuando pone a las tres figuras de pie, mirándose de frente en un triángulo imperfecto, reconoce en cada uno una parte de sí mismo. No sabe exactamente qué representa cada uno, pero lo presiente como un cosquilleo. Luego, es casi un escozor en el cuello que le dice que se ha retratado a sí mismo en esos tres pequeños seres de madera y de cera. Quiere rascarse, pero se aguanta para no soltarlos. Los observa detenidamente. El silencio inunda el lugar como un pesado líquido mientras sus ojos insisten en ellos. A uno de ellos lo admira, a otro lo odia, pero el tercero le es indiferente.

Decide ponerlos a conversar. Unos cuantos ademanes y ya parece que se están preguntando sus nombres. Pero no dicen nada. El titiritero suda por el esfuerzo; entre los surcos de su frente caen gotas de nerviosismo y concentración. Tira y tensa las cuerdas, hace que las figurillas se acerquen, que casi se toquen, pero nada, siguen callados. Los hace caminar en círculos. Después, que se alejen. Los hace correr, luego arrastrarse, brincar, casi volar a lo largo y ancho del escenario, y, finalmente, los trae de regreso al lugar en el que estaban.

Nada, no dicen nada.

No hay público, pero da lo mismo para él. Ha fracasado.

            Rebotan vacíos de vida en el suelo.

Sus rodillas  caen enfrente de ellos y se cubre el rostro con las manos. Los hilos, que aún no se atreve a soltar, se van haciendo nudo con sus lágrimas y sudor.

Pobre, tan patético. Yo, en cambio, el titiritero del titiritero, me siento satisfecho, aunque un poco extrañado. Me inclino sobre él y luego sobre sus creaciones, y sé perfectamente quién es cada uno de ellos. Dos son hombres y una es mujer.  Son unas marionetas muy parecidas entre sí, tienen apenas un par de rasgos que los diferencian. Uno de los hombres representa su yo del pasado, mientras que el otro es su yo del futuro. La mujer es su primer amor, eso es obvio. Vive en negación: tiene miedo de aceptar que esos tres títeres son todo lo que tiene, todo lo que es. Odia a su yo del pasado. Admira a su primer amor. Es indiferente a su yo del futuro. Por eso no los puede hacer hablar, él es el que tiene que darles voz, pero no puede. Necesita un yo del presente, pero es incapaz de crearlo. Pobre. Patético.

Me pregunto qué movimientos tendré que hacer ahora para transmitir esas emociones.

            ¿Qué clase de drama quiero contar? ¿Será ésta otra obra sobre la impotencia? Siempre me he caracterizado por puestas en escena vanguardistas. No quiero repetirme. ¿Será que me estoy volviendo viejo? Hagamos que el titiritero hable y se enfrente a sus creaciones:

Estoy harto de ser un inútil. No sirvo para esto. Me pasé los últimos cuatro años creando estos títeres y todo para nada. Tiempo tirado a la basura. Un año le dediqué a cada uno, estaba seguro que serían los mejores. P fue el más fácil de hacer, está hecho todo de recuerdos. Para hacer a D, me bastó mirar la foto que aún guardo de ella. F fue el más difícil, su carácter me parece aún borroso. Claro que sé quiénes son, pero yo no los puedo hacer hablar, yo estoy hecho de pura realidad y la realidad no puede darle voz a la ficción. Los pasados, los futuros y los desamores están hechos todos de fábulas, mentiras, quimeras. Por eso te hice a ti, T: “el titiritero de titiriteros”. Tú eres mi yo del presente. Pero te hice tan bien que has olvidado tu misión, ¿cierto? Pierdes el tiempo buscando explicaciones en mí, sobre mí. Me sorprende que seas capaz de escuchar mi voz. Te hice más grande para que lo vieras todo de lejos y la perspectiva te facilitara tomar las decisiones correctas. Ahora, estás sudando, me doy cuenta, y tú no deberías de sudar. Simplemente me estás imitando. O imitando que tienes (¿sientes?) los mismos sentimientos que yo. Es una lástima. Lo siento, de verdad.

Tranquilo. No, no tiembles, por favor.

Mira, ya me soltaste las cuerdas. ¿Ves? Sigo aquí parado hablándote.

Tonto. Tendré que destruirlos a los cuatro, de nuevo…

El titiritero se dirige al fondo del escenario. No lo puedo controlar. No entiendo lo que está diciendo. Estoy seguro de ser yo quien los ha creado. Es lo lógico. Yo estoy por encima de ellos. Tenso los hilos para controlar a ese titiritero, pero ya los cortó. Increíble: es una marioneta autónoma.

Mis manos sienten un cosquilleo frío. Quiero levantarme de mi lugar, pero no puedo. Me doy cuenta que estoy clavado a la pared del teatro. Me inclino sobre los tres títeres que siguen en el suelo. Me miran con lástima.

El titiritero ha dejado un espejo tirado en el suelo. ¿Para mí? Miro mi rostro: es idéntico al de las tres marionetas inservibles. El titiritero se despide de mí desde lejos, en la penumbra apenas veo sus dos ojos, brillan porque están húmedos. Quiero llorar también pero obviamente no puedo. Le he fallado.

Mueve un mecanismo detrás de las cortinas y me permite cumplir mi última voluntad, claro que él me conoce mejor que yo a mí mismo, me deja ondear mi mano para despedirme.  Adiós.

Foto: Andrea González

Gerardo Farías (Morelia, 1985).

Es profesor de literatura e inglés. Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas. Tiene una maestría en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Guanajuato. Es miembro activo de la Sociedad de Escritores Michoacanos. Ha publicado varios ensayos de crítica literaria en torno a la obra de José Revueltas. Sus cuentos y poemas están publicados en varias revistas y suplementos culturales a nivel nacional. Es autor de dos libros de minificciones: Sobre el olvido y el juego (Canapé/DF/2013) e Inventario del Crimen (Diablura Ediciones, 2016). En los últimos años se volvió adicto a los juegos de mesa modernos y abrió un canal de Youtube llamado “Asterión Libre” para hablar de ellos y, a veces, de libros.

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