Gente de cine

Caliche Caroma

Al paso que vamos, dentro de unos años más, no muchos, cada que lleguen los días del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), cerrarán toda la ciudad y sacarán a los habitantes para que acampen en las orillas, sólo se quedarán del otro lado de las vallas, el lado “bien”, aquellos que puedan ser útiles: la servidumbre (los que les sirven), la prensa y los policías. Dos años después de su aparición, las inertes vallas siguen siendo las estrellas de esta historia.

¿Acaso es éste otro cuento de chairos y fifís? Además del generoso apoyo que se le da a este festival por medio del Profest y otras ayuditas, ahora también se le brinda trato especialísimo, ¡cierren calles, plazas, porque la gente de cine va a pasar por aquí! Como en los mejores tiempos del general don Felipe Calderón. Pero qué raro, en ediciones anteriores vino gente mucho más «nice» y no cerraron tantas calles. La culpa es del teatro Matamoros, de su hermosura, de su exclusividad. ¿Gentrificación cultural o taquitos al pastor? 

Foto: Wendy Rufino

El cine es una cosa maravillosa, la séptima, sobre todo las películas. El cine es, también, una industria, una empresa, un negocio. La fama, el glamour, el chisme. Qué bueno que exista la alfombra roja, la camioneta blindada, el cachondeo pecuniario. Bravo. Luego, ¿por qué a sus anchas nalgas en la geografía local? No sólo se cuelgan, se columpian cual tirolesa de la paciencia ciudadana. Antes era una calle, ahora son unas cuadras a la redonda. Y la seguridad, chafa pero aparatosa. ¿A qué le tienen miedo? Los morelianos, los criminales, el virus, ¿qué provoca esta repulsión, esta forzada distancia? Cuidado, no mamar o de los antorchistas de traje. 

El teatro Mariano Matamoros con sus adornos de cempasúchil, Daniela Michel impresionante sobre la tela carmín, Cuauhtémoc el chico saludando a los saludables; el gobernador y el presidente municipal, de peculiares sastres ambos personajes. Los tapabocas, es gente de cine, ellos sí se los pueden quitar, además, el regreso del FICM es parte del gradual olvido de la pandemia. En la lejanía, un grito desgarrador: ¡Natalia, te amo, Natalia! La cantante de apellido Lafourcade fue una de las invitadas especiales para la inauguración del 27 de octubre de 2021. ¡Natalia, te amo, Natalia! La farándula cada vez más lejos, muy lejos, lejísimos. La palabra constante: «no puede pasar por aquí, dese la vuelta, avance». 

Foto: Wendy Rufino

Mientras tanto en el mundo de afuera de las vallas, la gente estaba triste, molesta, enojada porque llegaron tarde o algunos de plano no pudieron acceder a sus lugares de trabajo que están en el Centro, hoy Histriónico. “Un desfile de po-policías, cha-chale”, así (suponemos) se quejó un rapero llamado Sin Palabras. En algunos puntos, la barrera era humana, de color azul, con escudos. «Ellos también son pueblo», gritó una señora al ver las caras de sufrimiento de los uniformados. Los de la CNTE no se animaron a performancear. 

El cine es maravilloso, pero no es tan maravilloso el FICM, antes de la pandemia ya se había echado a perder, quizá esa putrefacción tiene que ver con la netflixilización del cinematógrafo, quién sabe. Eso sí, cada vez más elitistas, más cerrados («es correcto y literal», dicen), con unas migajas de funciones gratuitas alimentan a las palomas de la opinión pública. Y luego están los de los medios de comunicación, que sienten que no caben en los humildes cuartos de este motel llamado Morelia. La última vez que se blindaron de esta manera, fue en la edición de 2008, porque unos meses antes las granadas y todo lo demás. En 2010 también hubo vallas en abundancia. ¡Vaya, vaya! El chiste, pues no hay, ¿acaso usted se ha preguntando cuánto dinero le da el ayuntamiento y el gobierno estatal a este festival? Y no sólo dinero, las pompis también. 

Alejandro Ramírez con su guapura, simpatía, fortuna y su inmortal frase sobre el regreso del cine: “es parte de esa vida que poco a poco hemos ido recuperando». ¿Y quién recuperará las calles y las plazas de los morelianos? Porque el tiempo de los ciudadanos vale nada, no importa. 

Foto: Wendy Rufino

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