Greenaway dijo o de la paráfrasis como recuerdo

Caliche Caroma

(En 2009 asistí, junto con unos amigos, a lo que hoy es el Festival Internacional de Cine de Guanajuato, este texto recupera algo de lo vivido en aquella ocasión, el encuentro con un cineasta provocador, ojalá que no esté tergiversando sus palabras.)

«El cine ha muerto, ¡que viva el cine!», así habló Peter Greenaway el día viernes treinta y uno de julio de dos mil nueve en la conferencia que dio en el Centro de Convenciones y Auditorio del Estado de Guanajuato. El Festival Internacional de Cine Expresión en Corto (GIFF), le rindió homenaje al artista inglés. El director de 8 ½ Women pronosticó la muerte del cine tal y como lo conocemos hasta ahora, hizo énfasis en este punto, parafraseo como recuerdo, no podemos seguir viendo películas como lo hemos hecho hasta ahora. Invitó a «salir del rectángulo y buscar nuevas formas de interacción.

«El cine no tiene que ser la adaptación en imágenes de una obra literaria», Greenaway pidió que nos olvidáramos de la narrativa tradicional. El cine tiene un lenguaje propio, suyo y de nadie más, un lenguaje que danza. Bailar con el cine, dialogar con las palabras/imágenes que nos entrega el séptimo arte, no ser pasivos, activarse, proponer al espectador una ruta para que ande por ahí, curioseando, cine dinámico.  

«Esto no es nuevo ni lo invento yo», hace diez años de estas palabras, en aquel entonces insistió en que las nuevas tecnologías como la internet, los celulares multifuncionales, etcétera, han desplazado al cine, la gente ya no va a las salas, si acaso lo hace es por la nostalgia de la gran pantalla. Sobre los festivales de cine, explicó que estos son una resistencia, y también una mafia ostentosa.

 “Soy un cineasta de las masas, deseo hacer cine para el mayor público posible, pero quiero utilizar mis propios términos”, Greenaway no es un conformista, él mismo se lo dice, ha trabajado duro, su esfuerzo lo sitúa en esta forma de entender y explicar el cine. Continúa el hombre vestido de blanco, sombrero Panamá. El buen cine es inteligente, para acceder a él, para dialogar con él, tiene que haber un ejercicio, atención más interacción. Contra el aburrido ritual, sentarse frente a la pantalla rectangular durante aproximadamente dos horas, en silencio y con pocos parpadeos, incluso si hay lentes 3D o asientos que se mueven al ritmo de la película, contra esto, la propuesta de Greenaway.

Aunque habló en inglés durante toda esta charla, pudimos entenderlo bien los que ahí estábamos porque nos dieron unos traductores portátiles, cortesía del GIFF. El artista filosofó, otra vez el parafraseo como recuerdo: La vida es aquí, afuera, donde estamos los unos y los otros, mirándonos. El pintor, como se autonombró Greenaway hace una década, nos mostró parte de su trabajo más reciente, su página de juegos en línea e imágenes de pinturas renacentistas que Greenaway atesora con cariño.

En The Pillow Book (1996) se materializan las palabras de Greenaway. Hasta cuatro micro pantallas dentro de la pantalla principal con acciones diferentes cada una. La estructura narrativa realmente no importa y, sin embargo, conocemos las historias de los personajes, espiamos sus secretos, como en la escena donde el editor de libros visita al papá de la ¿protagonista?; los dos hombres se encierran, pero el biombo nos deja ver, junto a la hija, lo que está pasando ahí, el teatro de sombras y las genuflexiones perturbadoras.

Eisenstein fue mencionado una y otra vez, Welles y Godard, los renacentistas y sus tratados de la perspectiva, la pintura clásica y moderna, las masas y los multimedia. Y, como a modo de conclusión, aseguró que hay dos temas fundamentales en toda la creación artística toda, a saber, la muerte y al sexo.

El acto en sí

Tulse Luper VJ Performance. La noche del sábado primero de agosto, en la Alhóndiga de Granaditas, el cine murió. Estábamos, unos amigos y yo, en la parte de las escalinatas antes de que comenzara la masacre, fuimos los primeros en llegar. Lo que experimentamos: seis enormes pantallas y un sonido ubicuo. Comenzó el espectáculo de la muerte, la intensidad y fuerza de las imágenes y la música hablando un mismo idioma.

Greenaway llamó a la interacción, eso hicimos. Nos desplazamos de un lado a otro de las proyecciones, bailando al ritmo del trip hop fusionado con ópera, los sonidos incidentales nos llegaban de sorpresa; había un Dj en vivo que estaba al lado del director. La cascada de sensaciones nos empapó, el cine renacía. También contribuyó a esta opinión las cervezas, rones, churros y todo lo que nos habíamos metido, cada uno participa como mejor puede. No puedo presumir de tener un conocimiento profundo de los términos greenawanianos, pero algo entendía después de haber visto varias películas suyas y sirvió escuchar su conferencia un día antes. Me gusta todo tipo de cine, y éste que propone Greenaway, también.

Violencia, sexo y muerte, porque sí. La escena es brutal, golpean a alguien hasta el cansancio, esto pasa en todas las pantallas, no al mismo tiempo, en intervalos que se disfrutan. El sonido del golpe es seco, cae justo al inicio del ciclo rítmico, sentimos la dureza del puño del agresor, al mismo tiempo unas pequeñas pantallas en las que un hombre canoso no para de parlotear, mientras tanto la paliza sigue. Ésta fue una de las noventa y dos maletas que propone Greenaway para describir el mundo. Soldados y niños corriendo, un montón de gente haciendo un montón de cosas, todo esto en valijas que nos dan cuenta de lo que es, de lo que hay. Así habló la memoria.

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