Hosne, incorrectamente político I

José Agustín Solórzano

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La literatura es solitaria, amarga en la mayoría de los casos, y va en contra de esa supuesta utilidad universal, que no es más que dejarse llevar por la corriente… La verdadera literatura no puede no ser marginal porque se caga en esas nociones patéticas de lo que una persona “debe ser”.

Antes de tener el gusto de conocerte en persona, leí tu novela «Ningún infierno». Fue una experiencia extraordinaria, y todavía hoy recomiendo la novela a todo mundo; es difícil hallar literatura honesta y directa en estos tiempos en que los escritores están pensando ya desde el momento de escribir dónde van a colocar el manuscrito. ¿Quién lo va a vender?, ¿en qué género va a encajar?, ¿cómo se mirará en el estante de la Gandhi? Tengo esa imagen de Alejandro Hosne, la de un tipo que escribe con violencia, sin pensar mucho en el destino de sus textos. Bien pueden ir a parar a Alfaguara (como sucedió con Ningún infierno) como a un comentario de Facebook. En ambos casos seguramente el texto se perderá en el mar de información que hoy inunda nuestras vidas. Un libro, a pesar de las reseñas y los comentarios críticos, puede llegar a ser tan trascendente o tan intrascendente como un comentario en las redes sociales. Desde ahí quiero empezar esta charla: ¿Qué opinas de esto?, ¿qué utilidad tiene ser escritor hoy?, ¿cuál es el papel de la violencia (pensando que la honestidad es una forma de violencia) en la literatura?

Es cierto que hay algo de inutilidad en lo que uno escribe. O más bien, cuando uno escribe por gusto (o necesidad, si nos ponemos más solemnes), los textos no pueden tener una finalidad muy concreta. Eso no significa que no los trabajemos y no los pulamos a conciencia, al contrario, lo que ocurre es que quizá uno siente, o al menos yo siento, que con el paso de los años publicar o no publicar da un poco lo mismo. Es una ilusión creer que dejamos algo sólido y concreto. O puede que yo lo sienta así, no sé, lo que siempre me entusiasma es que alguien pueda leer lo que escribo, en algún momento, en algún lugar, y disfrutarlo. Parece poco pero es muchísimo.

Por otro lado, no sé si pensar en la utilidad del escritor sirva de algo. Lo útil en este mundo actual se aplica a lo inmediato, a lo efectivo, a lo que rinde desde el punto de vista de la producción. La literatura es solitaria, amarga en la mayoría de los casos, y va en contra de esa supuesta utilidad universal, que no es más que dejarse llevar por la corriente. Hablo de la corriente de esa mierda productiva, esa farsa capitalista que no es nada en sí misma, es sólo un gran hueco que nos traga, nos condiciona y no nos da nada, pero que por desgracia reina alegremente. Me refiero a tener que trabajar para vivir, a encajar en perfiles dictados por otros, a tener que fingir, justamente, que uno es una persona útil. La verdadera literatura no puede no ser marginal porque se caga en esas nociones patéticas de lo que una persona “debe ser”. Lleva arrastrándose -pero con seguridad en cada arrastre- miles de años y no creo que vaya a morirse por esta coyuntura patética en la que vivimos. Aunque queden tres lectores en el mundo, serán esos tres los que mantengan viva a la literatura.

Ahora bien, pensar que un escritor/a es un ser privilegiado nomás porque escribe sería la contracara del mismo patetismo. Es como decir: soy especial porque no soy parte de la sociedad. Lo cierto es que la mayoría de los escritores/as quieren ser parte de esa sociedad, quieren pertenecer. No digo que eso sea condenatorio, pero la pregunta sería: ¿pertenecer a qué? ¿Desde qué lugar? ¿Ser marginal pero famoso? ¿Un anarquista con reflectores? No por nada todos aman a Tarantino, es un ejemplo evidente de todo eso.

Hoy no es la literatura la que cuenta sino el personaje que nos inventamos, o peor, que nos ayudan a inventar. Encima debe ser un personaje pasteurizado, políticamente correcto. Y una vez que te inventaron, te llevan de gira a decir cositas tibias, más o menos interesantes, como le pasa a Monge, a Melchor, a Schweblin, etc.

Por eso creo que un escritor/a verdadera debe ser lo menos útil del mundo, ya que la literatura en sí misma está vista como algo inútil. Eso da libertad, aunque sea una libertad enajenada y solitaria. Sinceramente, creo que si a uno le importa la literatura no esperará más que escribir lo mejor que pueda, lo demás es ruido.

Sé que es una obviedad decir que la literatura tiene el valor que los escritores y los lectores le dan, pero vale la pena repetirlo. Muchas obras pueden estar enterradas por décadas, siglos, y renacer en otra época donde los lectores sean distintos y valoren lo que antes no tenía valor aparente. La literatura es inmortal y a la vez perecedera. Al margen de que uno sea sólo un pobre diablo que escribe en el más tedioso presente, ja. Quizá esa sea la violencia más efectiva de la literatura: siempre ofrece pelea. Aunque parezca muerta sólo descansa, y renace cuando puede o quiere y nadie es capaz de preverlo.

La literatura sobrevivirá incluso a su inutilidad, nos dices. Eso me parece muy interesante y, viniendo de ti, aun más. Pareciera que dudas de todo, pones en el banquillo de los acusados a los nuevos ídolos intelectuales, si podemos llamarlos así, pero mantienes la fe en la Literatura, así en mayúsculas. No puede no sonar esperanzador cuando dices: aunque queden tres lectores en el mundo, serán ellos quienes mantengan viva la literatura. Pero la literatura es también producto del sujeto y de las condiciones vitales del mismo. Y es curioso, porque por un lado denostamos a los creadores, a esos falsos ídolos a quienes el sistema les entrega las llaves de la cultura, pero por el otro son estos ídolos de carne y hueso los que para bien o para mal van construyendo la «cosmogonía cultural» de los próximos siglos. Vivimos en el sistema cultural que los que alguna vez fueron vilipendiados construyeron, y al final nos quedamos con un «Quijote», con una «Divina Comedia» o con «Un cien años de soledad», un «Pedro Páramo», obras que hoy consideramos (o el sistema considera) indispensables, pero que como bien dices se leen hoy diferente a como se leyeron cuando fueron creadas y a como se leerán en un par de siglos (o décadas); sentamos en el banquillo de los acusados a nuestros contemporáneos porque a ellos todavía podemos sentenciarlos, pero de qué serviría sentar a Melville cuando no podemos darle ni un poco de lo que sus coétaneos le privaron.

Siempre hablar de literatura es complicado, pero partiendo de esto que acabo de comentarte y retomando algo que me decías: la verdadera literatura no puede no ser marginal porque se caga en las nociones de lo que una persona «debe ser»; estoy completamente de acuerdo contigo, y yo creo que no somos los únicos que hemos usado el término de la verdadera literatura, a qué nos referimos con ello: ¿qué es la verdadera literatura para ti? Porque siempre me ha parecido que cuando anteponemos ese adjetivo lo que queremos decir no es que haya una literatura real mientras que las otras no lo son, sino que hay una literatura que hemos hecho nuestra, la que para nosotros es real, mientras que la otra es aquella, la que no pasa de ser una pretensión, una especie de literatura wannabe. Y la clave, creo es precisamente eso: la literatura que nos mueve, la que nos interesa verdaderamente es esa que se mueve «afuera» de la literatura, hasta que claro, llega el listillo que se da cuenta y la encarrila de nuevo vendiéndola como marginal. Qué hay de eso, ¿se puede ser marginal para siempre desde la creación o sólo hasta que llega un buen postor?, tal vez mejor dicho: ¿se decide ser un autor marginal o es el sistema cultural el que te margina?

Cuestiones difíciles las que planteás, ja… Desde ya aclaro que más que respuestas daré aproximaciones de respuestas, será como decías, un diálogo, porque lo que pueda decirte hoy quizá me parezca absurdo o insulso mañana. Bueno, hecha la aclaración no pedida, creo que lo que te margina es la sociedad, no el sistema cultural, que no es más que un escueto apéndice de ella. Hay política en el mundito cultural, roce, amiguismo, porque cualquier sistema, cultural o no, vive el hoy, y el hoy es tener el culo lo más cómodo posible. Por eso los escritores/as quieren becas, puestos, y un futuro inmediato de halagos, aunque resulte un poco ridículo y, al final, hueco. Pero eso, guste o no, no va en contra del talento de un escritor/a. La literatura está llena de gente de mierda, la buena literatura no tiene que ver con los valores morales de una persona. No es nuevo esto, claro, y no ha cambiado a lo largo de la historia, porque la ética de un escritor/a se juzga según su obra, no según su posición política o su carácter. Esto ha generado incomodidades en todas las épocas, porque al arte (perdón la solemnidad de ese término) le importa un carajo las posiciones políticas, va directo a lo sensible, a la -digamos- estética del sentimiento, y es un hecho que hay gente canalla con extrema sensibilidad que puede volcarla en su obra y superar a alguien que se desvive por los derechos humanos y por ser mejor persona pero que nunca podrá escribir bien. Hay casos que no, como John Berger, claro, pero no es cuestión de contar quiénes sí y quiénes no sino de aceptar que la literatura, el arte, va por caminos distintos por las que van las convenciones sociales, la ideología política, y si en algún momento se tocan es porque la obra los llevó a tocarse, no por buena o mala voluntad de los creadores/as. La literatura tiene su ética, pero reside en el mundo de la literatura y en la obra de un autor/a, no en su persona.

Ahora bien, la “verdadera literatura” es un término demasiado exacto, no creo que pueda existir, aunque yo diría, arriesgando lo que es sólo mi opinión, que podría tratarse de una expresión genuina, algo que debía ser escrito. Esa es la diferencia con la literatura wannabe, como decías, la que se hace para figurar, que además existió siempre y que es olvidada al poco tiempo. En lo personal no me interesa en absoluto la literatura de Lezama Lima, de Joyce, de Thomas Mann, pero sería un pobre infeliz si dijera que no tienen valor sólo porque para mí no lo tienen. Quiero decir, esos tipos querían escribir, necesitaban hacerlo y su literatura es genuina. Estoy absolutamente de acuerdo con Gombrowicz cuando dice que libros como Ulises o La muerte de Virgilio fueron hechos “para los dioses del arte” y no para los lectores, pero aun así marcaron una época, influenciaron e impulsaron a la literatura hacia algún lugar. Escucho esto que estoy diciendo y ya sueno como un académico solemne, cuác, pero no me quiero desdecir para hacerme el interesante, son cosas que uno como lector y como escritor piensa a menudo.

Yendo a tu pregunta inicial, la literatura para mí es algo vital, algo que me nutre, que ilumina la desesperación de esta existencia gris y repetitiva. Y sí, me alegra, porque leer algo que me gusta mucho me alegra, me entusiasma, me llena de energía. Y esa sensación no envejece. Hace poco leí Stoner, de John Williams, libro que fue rescatado del olvido, ¡por suerte!, y me pareció una genialidad, la descripción poética y minuciosa de una vida ordinaria y valiosa, de un tipo común y corriente y a la vez extraordinario. Pocas veces leí la agonía y muerte de alguien tan bien narrada como en ese libro, con tanta empatía y maestría narrativa. Esa clase de libros te hacen sentir que el entusiasmo por la lectura nunca muere en uno, porque es mágica, trasciende las edades. Y esa literatura genuina, la que no corre por caminos externos y anecdóticos, como eso que llamabas “el mundo literario”, existe por sí misma. Es cierto, podríamos decir que esa es la buena literatura según uno, y aunque lo que es bueno no existe como tal, insistiremos con esa clasificación, ja, sobre todo en discusiones o en opiniones cotidianas.

Retomando tu otra idea, de la marginalidad… no se puede ser un autor marginal a la fuerza, a menos que seas sólo una pose, un figurín. Lo que es seguro es que si no pulís tu imagen de escritor y no hacés el show que hoy se te pide, si no pasteurizás tu literatura, vas a ser marginal quieras o no. Nuestra época tiene una manera de matarte más efectiva que antes, cuando había dictaduras o democracias fascistoides atentas al arte, que censuraban y perseguían y que, sin quererlo y de la peor forma, ayudaban a que los escritores/as trascendieran sus obras. Hoy las democracias neoliberales notaron, gracias a su ignorancia pero también a cierta habilidad política, que es mejor hacer como que no exististe nunca. No hace falta prohibir, con guardar silencio alcanza. Y el silencio es una de las peores formas del olvido, mata a la literatura y a cualquier tipo de expresión artística. Humana, me atrevería a decir. Por eso existen las editoriales monopólicas, las librerías monopólicas, así controlan lo que se lee, no se trata sólo de un asunto económico sino cultural y social, y todo con el estilo máquina del siglo XXI, sin pasión, sin oposición, sin cuestionamientos. No quiero que se piense que estoy nostálgico de los fascismos, ja, pero los enfrentamientos del siglo veinte eran artísticos e ideológicos siempre, y ahora vivimos en la imbecilidad máxima, donde no hace falta prohibir nada porque a nadie le importa nada. Algo así dijo Bradbury sobre Farenheit 451en sus últimos años de vida, que hoy nadie se tomaría el trabajo de quemar libros porque a nadie le importa leer. ¿Para qué quemarlos? Eso no afecta sólo a la literatura, afecta a la sociedad, a la sensibilidad de la gente, a la capacidad de imaginar, de sentir empatía. La literatura exige esfuerzo de uno como lector, y el esfuerzo tiene que ver con las virtudes aplastadas y ninguneadas de las que hablo, esas nos quieren hacer creer que no existen. Pero, ¿cómo puede uno siquiera vivir su vida si finge que la sensibilidad, la imaginación o la empatía no existen? ¿Qué clase de vida es esa? Creo que todavía no lo sabemos pero lo estamos experimentando. Horrible experimento, por cierto, ja.

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