La angustia del lector

Gerardo Pérez Escutia

En días pasados platicaba con Horacio Cano respecto a la angustia que nos aqueja de vez en cuando como lectores, angustia por los libros aun no leídos, que se acumulan en pilas reales y virtuales y nos recuerdan día a día el compromiso contraído con ellos para leerlos; angustia por los ya leídos que han dejado huella y marcado profundamente nuestra vida, que han modificado nuestra visión de las cosas y que de una u otra manera, aunque pasen los años, nos siguen inquietando, tanto que no disminuye su influencia, al contrario esta se agranda y …nos sigue angustiando.

Hoy voy a hablar de un libro que al leerlo me provoco zozobra y angustia y que en gran medida me obligo a replantear mi concepción del bien y del mal y de los dilemas éticos que entraña una guerra para los actores (militares y civiles) que participan en ella. Este libro me permitió asomarme al drama de la guerra y el Holocausto desde otra óptica -la óptica del verdugo- con resultados demoledores respecto a las motivaciones del criminal, y en el extremo más duro, respecto a la «banalidad del mal».

El libro es Las Benévolas (RBA Libros, 2007 ISBN : 978-84-8966Z-5Z-0) de Jonathan Littell (Nueva York, 1967). Este libro se publicó originalmente en Francés y desde su publicación se convirtió en un fenómeno literario y de ventas, ya que en 2006 ganó el premio Goncourt y el de novela de la academia Francesa (2007), que se otorga a “la mejor obra de la imaginación en prosa “, lo cual no hace mucho honor a este libro pues se inscribe mas en el genero de novela histórica, habla de una época especifica (La Segunda Guerra Mundial) y cita a diversos personajes y hechos reales, todos ellos intercalados en una historia inquietante y terrible que nos lleva por el escenario de lo que ha sido definido como “lo mas parecido al Apocalipsis” al que hemos llegado como especie: «El Frente Ruso de la Segunda Guerra Mundial”.

El personaje principal y quien tiene la voz narrativa en la novela es Maximillien Aue, doctor en derecho, casado y con hijos. Desde un lugar tranquilo de Francia y después de 30 años se decide a contar su pasado. Maximilien fue oficial de la SS durante la Segunda Guerra Mundial y esta novela es su historia.

Desde el prologo nos sorprende la voz del personaje, quien cuenta su historia, no por que sienta remordimiento alguno o porque busque una expiación. Cuenta de manera reposada su participación en diversos escenarios de la Segunda Guerra, desde la Ocupación Francesa hasta la caída de Berlín, pasando por las terribles batallas en el Frente Ruso y por los campos de exterminio que los nazis fueron sembrando en los territorios ocupados.

Desde un inicio confronta a los lectores, pues su visión no es la de un narrador imparcial, ni la de la víctima, su visión es la del verdugo, al que no le tembló la mano para participar activamente en los actos que constituyen uno de los mayores crímenes en la historia humana , y nos muestra en toda su crudeza la lógica burocrática que instrumento metódica y planificadamente toda esta barbarie.

En la novela somos testigos de como se construyó esa inmensa maquinaria de exterminio, como participó todo un pueblo (o gran parte de él), ya sea por voluntad propia u obligados por las circunstancias, desde el maquinista que transportaba a los Judíos al matadero, hasta el burócrata que daba la orden para la fabricación del Cyclon B, o el jerarca que da la orden de la aplicación de la solución final, cosificando a todo un pueblo al afirmar: “La cuestión judía no es cuestión de humanidad, no es cuestión de religión; es solo cuestión de higiene política”.

Jonathan Littell utiliza a su personaje para llevarnos a los peores escenarios del conflicto, nos muestra las operaciones de los “Einsatzgruppen” en Ucrania y Crimea; en Stalingrado es testigo de la guerra casa por casa, de la barbarie ejercida tanto por el ejercito Rojo, como por los nazis, enfrentados en luchas cuerpo cuerpo, llevando al limite el salvajismo de la guerra; es testigo de casos de canibalismo que se dieron ante el cerco que abrumó la ciudad y que impedía la llegada de provisiones, relata con profusión de detalles los efectos del “General Invierno” sobre las tropas nazis en lo que constituyo la batalla decisiva y el comienzo de la derrota del tercer Reich.

Es evidente, ante la profusión de datos y referencias históricas, que el autor se sumergió a fondo en la literatura histórica existente , hay referencias muy explícitas a la magnifica “Vida y destino” de Vasily Grossman y a las obras que Antony Beevor escribió sobre Stalingrado y la caída de Berlin. Pero el autor no se conforma con esto, no se conforma en presentarnos una visión hiperrealista y descarnada del conflicto y la época, va mas allá, Maximilen es ademas de oficial de la SS “Obersturmbannfürer”, un hombre culto y sensible apasionado de la música clásica y las letras griegas y que mantiene una posición filosófica esencialmente pesimista, muy en el tono de Schopenhauer, que constantemente se cuestiona sobre el sentido de lo que ve y de lo que hace, lo cual lo lleva a adoptar una posición cínica y brutal, cuestionándonos y confrontándonos a los lectores cuando nos dice “Creo que puedo afirmar como hecho que ha dejado establecido la historia moderna que todo mundo, o casi , en un conjunto de circunstancias determinado, hace lo que le dicen; y habréis de perdonarme, pero hay pocas probabilidades de que vosotros fuerais la excepción, como tampoco lo fui yo”.

La novela explora las bases culturales e ideológicas del nazismo, disecciona el entramado de la lógica del estado totalitario y nos recuerda que este no es un monstruo maligno que oprime a los “hombres buenos”. El estado totalitario (de izquierda o derecha) es en esencia una creación humana, de hombres “buenos” que anteponen un principio mas valioso (en su lógica) que cualquier individuo: la raza y pureza étnica con el nazismo y el origen de clase, en el estalinismo. Bajo estos “principios”, cualquier crimen y sacrificio son aceptables en aras de ese “ideal superior”.

Nuevamente nos recuerda como con los asesinos seriales de los que hemos hablado en esta columna, que los monstruos, son la excepción y no la regla. Los que realmente crearon, orquestaron e implementaron el holocausto y la solución final, fueron “gente común y corriente” que formó parte de la gran maquinaria que llevo a la humanidad a esa noche oscura de la Segunda Guerra Mundial .

Al final de su largo prologo Maximilien nos dice : ”Vivo, hago lo que es factible, eso es lo que hace todo el mundo, soy un hombre como los demás, soy un hombre como vosotros . ¡Venga si os digo que soy como vosotros!”

Esta novela discurre en la “culta europea “ en una guerra que terminó hace solo 74 años ( la vida promedio de un hombre), y uno desearía que todo lo aquí descrito hubiera quedado en el pasado y no se repitiera, por desgracia esto no es así , el fantasma del Fascismo y su expresión más negra : el genocidio, sigue aún con nosotros y lo hemos visto materializarse en diferentes países, épocas y circunstancias políticas : en China con la “Revolución Cultural”, en la Unión Soviética con los Gulags , en los Balcanes con la guerra Serbio Bosnia , en Camboya , con el Khmer Rouge , en Ruanda y muchos más lugares , lo cual nos demuestra que el hombre se puede convertir en verdugo de su semejante en cualquier latitud y circunstancia, solo falta el motivo , la propaganda, y tocar los resortes correctos en la psique colectiva.

Me permití incluir este artículo en esta columna de Novela Negra , ya que al igual que en este género, toma elementos de la realidad para crear una ficción, hace un retrato de personajes y hechos específicos que por sus características nos llevan a explorar el lado oscuro de las personas, de la mente y (en este caso) de todo un pueblo. Esta novela -como pocas que he leído -lo hace, es uno de esos libros de los cuales uno no sale ileso, léanlo , se los recomiendo.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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