Llueve

Livier Fernández Topete

Caen letras del cielo, algunos llevan paraguas por no querer nombrar de nuevo, otros contemplan gozosos el espectáculo, los hay que corren rumbo al cobijo de techos o los que miran chorros de grafemas desde sus ventanas. Aprovechando o no la escritura en el aire, nadie parece indiferente, ya sea por jugar entre símbolos, por esquivarlos o por observarlos tras los cristales. 

Todos atentos al fenómeno de la precipitación de vocales y consonantes que resbalan en las construcciones, reviven muertos olvidados con versos cargados de saudade, golpetean los cuerpos vivientes e inanimados y terminan formando vocablos, onomatopeyas o absurdos en calles y banquetas. 

Algunos niños las toman como si fueran copos de nieve y las lanzan contra otros para iniciar el combate; hay niños que piensan que sus madres podrían cocinarlas y hacer sopa de letras con ellas, antes de llevarlas a casa, juegan al ahorcado en la plaza central; los maestros las usan para el repaso del abecedario. 

Letras se columpian en el viento, terminan patinando en el suelo, rodando pelotitas de símbolos, deslizándose caracteres en las resbaladillas, formando neologismos junto a escritores, bailando danza contemporánea en explanadas, trazando imágenes entre dibujantes, creando realidades en las mentes de los soñadores, experimentando sus fonemas con los músicos, tramando mentiras verosímiles en manos de políticos, llenando alcancías de poetas, poniendo a cavilar a filósofos y a delirar a los locos, errando su profusión sobre explotadores que no escuchan, letras rubricando como signos literarios, percutiendo como notas literales de lo divino.

Lluvia de palabras de Catrin Welz-Stein

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