Materia oscura: Monterey

Mario Anteo

Cruzó la avenida Juárez y se recostó en los escombros de una zapatería. No tenía plan alguno, sólo yacer entre zapatos polvorientos, montes de ladrillos, muros derruidos.

El bronco sol calaba la nueva realidad: los automóviles pudriéndose en las calles, tuberías asomadas a la superficie, las cucarachas en los aparadores rotos. Toda la ciudad estaba inmóvil.

Hacia tal desenlace se habían precipitado los afanes norteños, el trabajo y ahorro de la enjundia. Tanto ruido para terminar petrificados los habitantes. El ama de casa enmudeció cuando a gritos le exigía dinero a su marido, el recaudador de impuestos inmovilizó su hocico, el don juan suspendió sus ansias, el profesor retuvo en su boca la lección, y un pobre diablo se engarrotó cuando firmaba las escrituras de su casa.

Tomó dos zapatos, un bostoniano y un mocasín deslenguado, y se los calzó. Ridículo que no pagara por ellos, y esto en una ciudad tan atenta al dinero. Ni siquiera era un robo, pues todo Monterrey le pertenecía.

Era el único sobreviviente, qué risa. Inútil buscar una hembra en los montes de piedra y plástico, nunca más la voz humana, ni el calor de una piel ni la charla vespertina. Para mantener viva su voz, debería hablar con las cosas.

Dejó la zapatería y caminó sin rumbo, ningún proyecto, sólo caminar y caminar, calles y senderos borrosos, caminar sobre las ruinas. Una columna de humo en el horizonte, los buitres en espiral. Oleadas de billetes barriendo las calles, ascendiendo, descendiendo, a pleno sol.

Foto: ph-romao

Cogió un sombrero vaquero y se lo puso. Circulaba un día más. Luego se detuvo en el “Puente del Papa” y, acodado al barandal, divisó un hilo de agua allá abajo. Tarareó el himno de la ciudad, incluyendo la estrofa de las muchachas más hermosas y el cerro de la Silla. Quería registrar en su memoria el recuerdo de la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, para que el futuro cobrara experiencia. Reteñir la huella de las ruinas para orientar a los arqueólogos futuros.

A gatas entró a Sears por una grieta del muro. Ningún guardia lo vigilaba, ninguna guapa señorita se aproximó para recomendarle un perfume. Un gato salió de un estante, saltó sobre un maniquí degollado y desapareció tras una góndola. Las manos en los bolsillos y silbando, llegó a la vitrina de los discos y entonces se le ocurrió que, después de todo, aún podía escuchar la voz humana.

Colocó un disco en el más poderoso tocadiscos, y en silencio como los buenos oyentes, Monterrey escuchó un alegre acordeón. Audio de estadio de futbol, de concierto en Central Park, las notas llegaron hasta Apodaca.

Entonces se acostó en una cama matrimonial, las manos bajo la nuca, y poco a poco aceptó que era el amo y señor de Monterrey. Imaginó que un futuro viajero provisto de pastillas de agua y una cartera de carne seca se detenía en estas soledades para desenterrar las ruinas. Sorprendido de que en el pasado medrara la civilización en tan árido llano, acaso diría el viajero: “Allá, a fines del milenio pasado, la caprichosa mudanza de un río acabó con una ciudad de Norte América, presumiblemente Monterey (sic)”.


Mario Anteo [Hinojosa Espinoza]. Monterrey, 1955.

Escritor y profesor. Licenciado en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Nuevo León, uanl.

Se ha desempeñado como Coordinador del Centro de Escritores de Nuevo León. Da clases en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey itesm, en el Centro de Estudios Artísticos Alfonso Reyes del Instituto Nacional de Bellas Artes inba y en la Universidad Autónoma de Nuevo León, uanl.

Fue becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, feca, en la categoría Creadores con Trayectoria (1995) y de la Fundación Rockefeller por medio del Guadalupe Cultural Arts Center, San Antonio, Texas.

Ha impartido talleres de creación literaria en la Casa Universitaria del Libro (uanl). Ha sido colaborador en el periódico El Norte y en la revista Axis. Revista Cultural de la Facultad de Medicina (uanl).

Autor de cuatro libros, parte de su obra ha sido incluida en varias antologías nacionales. En 2004, recibió el Premio a las Artes de la UANL.


Imagen de portada: dark-labs

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