Materia oscura: Sueño de Fernando Pessoa, poeta y fingidor

Antonio Tabucchi

La noche del siete de marzo de 1914, Fernando Pessoa, poeta y fingidor, soñó que despertaba. Tomó un café en su pequeña habitación de realquilado, se afeitó y se vistió con un traje elegante. Se puso su impermeable porque fuera estaba lloviendo. Cuando salió, eran las ocho menos veinte y a las ocho en punto se encontraba en la estación central, en el apeadero del tren que se dirigía a Santarém. El tren partió con absoluta puntualidad, a las ocho y cinco. Fernando Pessoa encontró sitio en un compartimiento en el cual estaba sentada, leyendo, una señora que aparentaba unos cincuenta años. La señora era su madre, pero no era su madre, y estaba sumida en la lectura. También Fernando Pessoa se puso a leer. Aquel día tenía que leer dos cartas que le habían llegado de Sudáfrica y que le hablaban de una infancia lejana.

Fui como la hierba y no me arrancaron, dijo en cierto momento la señora que aparentaba unos cincuenta años. A Fernando Pessoa le gustó la frase, de modo que la anotó en un cuaderno. Mientras tanto, frente a ellos, pasaba el paisaje llano del Ribatejo, con arrozales y praderas.

Cuando llegaron a Santarém, Fernando Pessoa cogió un simón. ¿Sabe usted dónde se encuentra una solitaria casa encalada?, preguntó al conductor. El conductor era un hombrecillo grueso, con la nariz rosácea a causa del alcohol. Claro, dijo, es la casa del señor Caeiro, la conozco muy bien. Y fustigó al caballo. El caballo empezó a trotar sobre la carretera principal flanqueada por palmeras. En los campos se veían cabañas de paja con algunos negros en la entrada.

Pero ¿dónde estamos?, preguntó Pessoa al conductor, ¿adónde me lleva? Estamos en Sudáfrica, respondió el conductor, y estoy llevándolo a casa del señor Caeiro.

Pessoa se sintió más tranquilo y se apoyó en el respaldo del asiento. Ah, conque estaba en Sudáfrica, era justo lo que él quería. Cruzó las piernas con satisfacción y vio sus tobillos desnudos bajo los pantalones de marinero. Comprendió que era un niño y eso lo alegró mucho. Era magnífico ser un niño que viajaba por Sudáfrica. Sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno con delectación. Ofreció uno al conductor, quien lo aceptó ávidamente.

Estaba cayendo el crepúsculo cuando llegaron a la vista de una casa blanca que estaba sobre una colina salpicada de cipreses. Era una típica casa ribatejana, alargada y baja, con un tejado inclinado de color rojo. El simón enfiló el camino de los cipreses, la grava crujió bajo las ruedas, un perro ladró en el campo.

En la puerta de la casa había una viejecita con gafas y una toca blanca. Pessoa comprendió enseguida que se trataba de la tía abuela de Alberto Caeiro, y alzándose sobre las puntas de los pies la besó en las mejillas.

No permita que mi Alberto se canse demasiado, dijo la viejecita, tiene una salud muy delicada. Se hizo a un lado y Pessoa entró en la casa. Era una habitación amplia, decorada con sencillez. Había una chimenea, una pequeña librería, un aparador lleno de platos, un sofá y dos sillones. Alberto Caeiro estaba sentado en uno de los sillones y tenía la cabeza reclinada hacia atrás. Era el Headmaster Nicholas, su profesor en la High School.

No sabía que Caeiro fuera usted, dijo Fernando Pessoa, y saludó con una ligera inclinación. Alberto Caeiro le indicó con un gesto cansado que entrara. Adelante, querido Pessoa, dijo, he hecho que viniera hasta aquí porque quería que supiera usted la verdad.

Mientras tanto, la tía abuela llegó con una bandeja en la que había té y pastas. Caeiro y Pessoa se sirvieron y cogieron las tazas. Pessoa se acordó de que no debía levantar el meñique, porque no era elegante. Se arregló la esclavina de su traje de marinero y encendió un cigarrillo. Usted es mi maestro, dijo.

Caeiro suspiró y después sonrió. Es una larga historia, dijo, pero es inútil que se la cuente con pelos y señales, usted es inteligente y la comprenderá aunque me salte algunos pasajes. Sepa sólo esto: Yo soy usted.

Explíquese mejor, dijo Pessoa.

Soy la parte más profunda de usted, dijo Caeiro, su parte oscura. Por eso soy su maestro.

Un campanario, en el pueblo cercano, dio las horas.

¿Y qué debo hacer?, preguntó Pessoa.

Debe usted seguir mi voz, dijo Caeiro, me escuchará en la vigilia y en el sueño, a veces lo molestaré, otras veces no querrá oírme. Pero tendrá que escucharme, deberá tener la valentía, de escuchar esta voz, si quiere ser un gran poeta.

Lo haré, dijo Pessoa, se lo prometo. Se levantó y se despidió. El simón estaba esperándolo en la puerta. Ahora se había transformado de nuevo en adulto y le había crecido el bigote. ¿Dónde tengo que llevarlo?, preguntó el conductor. Lléveme hasta el final del sueño, dijo Pessoa, hoy es el día triunfal de mi vida.

Era el ocho de marzo, y por la ventana de Pessoa se filtraba un tímido sol.

Antonio Tabucchi (Pisa, Italia, 1943-Lisboa 2012).

Durante los años de estudios universitarios en la Universidad de Pisa, Tabucchi realizó numerosos viajes por Europa, siguiendo las huellas de los autores que había encontrado en la rica biblioteca de su tío materno. Durante uno de estos viajes, en París, en un banco de la Estación de Lyon encontró el poema Tabacaria firmado por Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, en la traducción francesa de Pierre Hourcade. De aquí sale la intuición de que había encontrado el tema para los próximos veinte años de su vida.

Viaja a Lisboa donde desarrollará una verdadera pasión por esta ciudad. Realiza una tesis doctoral sobre el surrealismo en Portugal. Realiza estudios de perfeccionamiento en la Escuela Normal Superior de Pisa y en 1973 recibe el encargo de enseñar Lengua y Literatura portuguesa en Bolonia. En 1978, se traslada a la Universidad de Génova.

Del 1985 al 1987 es director del Instituto Italiano de Cultura de Lisboa.

Después, durante muchos años, pasa seis meses en Lisboa, con su mujer, nacida allí, y sus dos hijos. Y allí escribe. La otra parte del año transcurre en la Toscana, dando clases en la Universidad de Siena.

Visceralmente enamorado de Portugal, fue el mejor conocedor, crítico y traductor italiano del escritor portugués Fernando Pessoa. Tabucchi conoció la obra de Pessoa en los años sesenta, en la Sorbona, le fascinaba de tal forma que a su regreso a Italia acudió a clases de portugués para comprender mejor al poeta.

Sus libros han sido traducidos en dieciocho países. Junto a María José de Lancastre, su esposa, tradujo al italiano muchas de las obras de Pessoa. Escribió, además, un libro de ensayos y una comedia teatral sobre él.

Obtuvo el premio francés Médicis étranger por su novela Notturno Indiano, y el premio Campiello por Sostiene Pereira.

Algunos de sus libros más conocidos son Notturno Indiano, Piccoli equivoci senza importanza, Un baule pieno di gente, Gli ultimi tre giorni di Fernando Pessoa, Sostiene Pereira, La testa perduta di Damasceno Monteiro y Si sta facendo sempre più tardi. Varios de sus libros han sido llevados al cine, entre los que destaca Sostiene Pereira, donde Marcello Mastroianni destaca en una de sus últimas interpretaciones, en 1995, sólo un año antes de su fallecimiento.

Tabucchi fallece en Lisboa el 25 de marzo de 2012.

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